Opinión

La pandemia, ¿Una señal divina?

Un nuevo mundo va a nacer. Tenemos que convertirnos en actores y dejar de ser espectadores, estamos obligados a trascender.

No es la primera vez en la historia que la humanidad enfrenta una pandemia. La viruela, el sarampión, la peste negra, la gripe española y el VIH, la difteria, la polio, han llevado a la muerte a millones de personas en todo el mundo o les han dejado con dolorosas secuelas.

¿Cómo entender esos fenómenos? Son sin duda parte de la evolución de la vida, una lucha permanente entre las diversas formas de vida para prevalecer unas sobre las otras. La evolución biológica es permanente e indetenible. En esa lucha entre las diferentes formas de vida triunfa la más fuerte, pero la fortaleza no es solo un problema individual, como erróneamente se derivó de la teoría de Darwin. Margulis nos enseñó algo evidente: las manifestaciones específicas de cada forma de vida (los individuos) forman alianzas para hacer frente a las amenazas, evolucionar y sobrevivir. Se sabe que los llamados animales superiores somos producto de las alianzas, las contra-alianzas y la evolución de las bacterias. Somos un vehículo construido por las bacterias para mantener su sobrevivencia. De hecho, sin muchas de las bacterias que habitan en nuestro organismo moriríamos y ahora se investiga, con tesón, nuestras relaciones con el bioma, antes llamada flora intestinal, como causa y también prevención de muchas enfermedades. Dicen los expertos que en nuestra boca hay más bacterias que el número de habitantes de la ciudad de Nueva York.

La evolución es compleja, lo cual no es otra cosa que decir que la vida es compleja.

Pero cabe a mi juicio una interesante pregunta: ¿La evolución es solo un conjunto de problemas biológicos o se manifiesta también en la esfera social? La respuesta es contundente, entre la cultura social y la biología existen relaciones innegables. Las conglomeraciones sociales facilitan el surgimiento y la proliferación de los virus y de las bacterias y el desarrollo de las enfermedades nos obligan a modificar estilos de vida. Así, podemos explicar el agua potable, el alcantarillado, el aseo personal, la electricidad, la refrigeración y otros avances. Además, la enfermedad espolea el conocimiento científico; un salto extraordinario sin duda es el surgimiento de las vacunas, pero podemos extender esa reflexión a todo el saber y también, al del pensamiento en general y al de las expresiones artísticas.

De tal forma, se puede afirmar que la evolución biológica y social tienen como propósito común preservar la vida. Se nos presenta así, la humanidad como un producto evolutivo. La humanidad siempre será un proyecto en construcción y su razón de ser, aunque por caminos azarosos, es preservar y mejorar la vida. Tanto la evolución social como la biológica, no pueden entenderse al margen de la lucha por el poder y por ende, de las formas concretas de vida material. Siempre triunfan los más poderosos, pero el poder depende no de la acción individual sino de la actuación grupal o,  como se diría ahora, de la correlación de fuerzas entre las clases sociales. Recordemos Fuente Ovejuna. Una bacteria frente a otra puede ser más fuerte, pero si la débil se asocia con otras iguales o similares, la estructura del poder cambia, así sucede con los humanos.

Uno de los hilos conductores para entender la evolución humana es la organización del trabajo para producir las cosas necesarias de la vida. En nuestro trabajo, entregamos vida para hacer posible la continuidad de la vida. En el prólogo de la edición de la Riqueza de las Naciones de Adam Smith, publicada por la Universidad Autónoma de Centroamérica, en 1986, don Alberto Martén, extraordinario erudito, nos recuerda a Othmar Spann: “La economía no es una ciencia de los negocios, sino una ciencia de la vida”. Así debería ser, pero así no es. El pensamiento económico, con excepciones, está al servicio del poder y no de la vida. La mayoría de los economistas no son científicos sino técnicos. Creen solo en lo que les interesa creer. Cuando vemos los datos espeluznantes de las muertes asociadas a la pobreza tenemos que concluir, sin tapujos, que la economía mundial actual no está al servicio de la vida, sino de la muerte.

El debate de las ideas ha ido de la mano con la evolución de la humanidad; sabemos que existe siempre una mejor forma de hacer las cosas y en la época en que estamos viviendo esa discusión se torna prioritaria e imprescindible.

En la última década, connotados pensadores empezaron a llamar la atención sobre la pandemia de la pobreza y la desigualdad;  el año pasado, empezamos a conocer tremendas explosiones sociales en muchos países. El coronavirus las ha metido en casa, pero ahí estarán presentes en una economía que saldrá muy, pero muy golpeada y no podrá encontrar soluciones que solo sean aceptables para el sector de los grandes empresarios. Los ricos tienen derecho a defender sus intereses, pero no tienen el derecho de imponer sus intereses. La correlación de fuerzas debe cambiar; la democracia participativa debe aparecer en la escena política con lo cual, la democracia representativa también tendrá que dejar de ser, como ahora , un títere manipulado por pocos dedos.  En Costa Rica, debemos darle plena vigencia al nuevo nueve de la Constitución.

La evolución de la humanidad no se puede detener y todo anuncia que la cosmovisión, que hasta ahora nos ha regido, empieza a caerse a pedazos; son momentos difíciles, pero hermosos. Un nuevo mundo va a nacer. Tenemos que convertirnos en actores y dejar de ser espectadores, estamos obligados a trascender.

Solo espero, que al menos en nuestro caso, la evolución hacia un nuevo estado de conciencia humana, en el cual la vida ocupe la razón de ser de toda la actividad, para que todas las personas podamos vivir con dignidad, no se acompañe de violencia, como ha sucedido siempre con todo tipo de evolución. Esperemos que la sensatez impere.

La pandemia del coronavirus nos angustia, nos maltrata, nos mata, pero también nos hace pensar. No se trata de un hecho aislado, sino de un hecho social más. Quizá sea de verdad una señal divina para recordarnos que debe imperar la defensa permanente de la vida.

 

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