Entre las muchas consecuencias de la actual pandemia de COVID-19, hemos experimentado la necesidad de implementar mecanismos de control sanitarios tales como la cuarentena, el aislamiento y el distanciamiento físico. Aunque estemos todavía en esta etapa, es importante seguir valorando los cambios que todo ello ha provocado en nuestra vida.
El confinamiento ha multiplicado exponencial y súbitamente el trabajo remoto y la educación virtual, de forma que muchas personas y familias permanecen en sus hogares realizando sus tareas laborales y de estudio de forma remota. En el caso de la UCR, se ha comentado mucho la problemática de quienes carecen de equipo o de conexión a Internet; pero, como me comentó una estudiante días atrás, hay otras aristas del problema que se deben considerar.
Por ejemplo, en un hogar en donde cuatro personas mantengan actividades virtuales al mismo tiempo, probablemente el ancho de banda sea insuficiente para desarrollar correctamente los trabajos, además de que es improbable que en ese hogar dispongan de cuatro equipos de computación adecuados para tales tareas. Además, a menudo no se cuenta con ambientes propicios para tareas laborales y clases virtuales: un espacio adecuado, un escritorio y una silla en la cual pasar una gran cantidad de horas trabajando o estudiando.
Asimismo, se reproducen diferenciaciones y desigualdades en el trabajo que obligan a toda la familia a estar en el hogar a lo largo de cada día, y en muchos casos son las mujeres a quienes se les recargan injustamente las labores, tales como la atención de menores de edad cuyas energías, como bien sabemos, son inagotables. Sin embargo, a pesar de todas esas limitaciones y dificultades, hemos ido aprendiendo y nos hemos ido adaptando; poco a poco mejoramos nuestras técnicas y nuestro desempeño, según lo constatamos en las noticias que nos llegan diariamente.
Uno de los ámbitos en que la actual pandemia está golpeando con mayor dureza es el económico: miles de trabajadores perdieron sus empleos o vieron reducirse sus contratos laborales, haciendo que se elevara el ya alto porcentaje de desempleo, con la consecuencia de un previsible aumento de la pobreza y la pobreza extrema. En ese escenario, ante las necesidades urgentes, muchas personas trabajadoras han tenido que innovar y sacar lo mejor de sí mismas, para poder llevar alimento a sus familias, aunque en ocasiones eso implique poner en riesgo su salud.
Tal y como me contó un repartidor de pizza que se apresuró a renovar su permiso para conducir motocicleta y tener así una oportunidad de empleo, a la vez que se lamenta con una amarga sonrisa por el cansancio causado por el incremento exponencial en los pedidos. Y quien al tiempo que da gracias por mantener su trabajo, sabiendo que quienes atendían al público en los restaurantes no tuvieron la misma suerte.
También en el sector de los emprendimientos empresariales hay quienes han tenido la ocasión de considerar esta coyuntura como una “oportunidad” y han aprovechado para abrirle a su negocio nuevas posibilidades y mejorar su competitividad. Tal como lo atestiguan quienes se están ganando la vida haciendo uso de las redes sociales, o la señora dueña de una soda ubicada en el pueblo donde crecí, quien, ante la imposibilidad de abrir su local en horario regular, abrió una página de Facebook y envía sus pedidos a domicilio. Ese espíritu, ese coraje y ese instinto de supervivencia son los que nos harán salir adelante.
El confinamiento ha provocado gran ansiedad y estrés en muchos casos, condiciones dramáticamente agravadas en miles de hogares que sufren angustias económicas. La ansiedad y el estrés se mezclan con sentimientos de impotencia y frustración; resultan en situaciones peligrosas, incluso trágicas, como la depresión y la violencia doméstica; además de otras consecuencias terribles, sobre todo para las personas en cuyos hogares la violencia es un flagelo que se vive cotidianamente. Aún así, no hay que olvidar que en otros casos el confinamiento ha permitido que las familias aprovechen para dialogar y compartir tiempo de calidad. El distanciamiento que debemos tener es físico, no social; debemos buscar formas de encontrarnos en la distancia.
La historia de la humanidad nos muestra fehacientemente que no siempre actuamos de la mejor forma, pero también nos enseña que hemos sufrido pandemias bastante más fuertes que la actual, en momentos en que se disponía de mucho menos conocimiento y medios que los actuales, a pesar de lo cual siempre fueron enfrentadas y superadas. Como aseguraba un documental que vi hace poco: la humanidad sabe lo que implica enfrentar este tipo de situaciones porque estamos en esto desde nuestro origen, y ningún virus ha podido vencernos. Al superar esta pandemia tendremos que recapacitar a fondo para que el mundo no sea el mismo que atestiguó su inicio y sufrió su desarrollo, porque aún debemos vencer otras pandemias, mucho más antiguas, como la desigualdad, la desinformación y la pobreza.