Opinión

La oferta de la educación superior: entre el afán de lucro y la ideología del éxito

La deficiencia de la educación universitaria en nuestro país, aunque estoy seguro de que ocurre igual en el resto del mundo capitalista

La deficiencia de la educación universitaria en nuestro país, aunque estoy seguro de que ocurre igual en el resto del mundo capitalista, es producto de una concepción educativa que casi a nadie molesta: la educación es un instrumento para lograr fines distintos a la educación misma; es decir, fines diferentes a la introyección de la cultura, al espíritu crítico, a la práctica del pensamiento y lejanos a la comprensión realista de las complejidades de la existencia humana.

Históricamente, se ha presentado dos objeciones a la perspectiva que instrumentaliza la educación:

  1. Hace casi cien años, en el contexto de las sociedades burocráticas y tecnocráticas, Ortega y Gasset responsabilizó a la especialización de la ciencia moderna por crear personas expertas en un saber particular, pero carentes de cultura integral. Las consecuencias de este cambio de paradigma en el saber, según el filósofo español, fueron la mecanización del pensamiento y una masa de mediocres e ignorantes en política, arte, religión y, en general, los problemas de la vida y el mundo.
  2. Desde principios de este siglo, en el marco de la llamada “sociedad del conocimiento”, el sistema económico ha instalado un modelo educativo inspirado por la rentabilidad, la empleabilidad, el desarrollo económico y la competitividad (Nussbaum). En nombre del crecimiento económico, se han sacrificado cursos humanísticos, vitales para el pensamiento y la vida democrática. La crítica principal que se puede plantear a quienes defienden los ideales de la sociedad del conocimiento es que el enriquecimiento económico de una nación y sus avances tecnológicos no son sinónimo de progreso. En una sociedad democrática (compleja y desigual) la calidad de vida de las personas poco tiene que ver con la creación de carreras universitarias a la medida del mercado laboral, o con la incursión país en la conquista del espacio.

Con base en lo expuesto, merece la pena revisar cómo se vende la educación universitaria en nuestro país. He recogido algunos eslóganes publicitarios que dan cuenta del valor del lucro y la ideología del éxito como fines declarados de la educación superior. Veamos:

“Salí a cambiar el mundo” (U Latina), “Los triunfos nacen cuando nos atrevemos a no rendirnos” (UAM) y “Explotá el liderazgo” (Fidélitas) son mensajes inspirados por la ideología del éxito (Saña) que estimulan al estudiante, en su individualidad, a estudiar para competir, vencer, ordenar, estar arriba y ser más que los demás.

En un sentido similar, hay otros comerciales: “Sos tu mejor inversión” (U Hispanoamericana) y Conape, con su producción audiovisual, muestra a una joven que camina sobre libros que va colocando a su paso, como peldaños, para alcanzar la cima. Estos mensajes publicitarios, que se reproducen en todo el sistema educativo, parten del error de considerar que a la persona le basta tomar la oportunidad de “invertir en su futuro” para que cambie su realidad. Este enfoque pierde de vista las condiciones económicas de nuestro país (para quien no tiene, invertir significa endeudarse) y olvida que una buena experiencia educativa depende de otros factores, como el capital cultural (Bourdieu) acumulado por cada quien.

Por resultar ofensivo a la conciencia social, este eslogan merece especial mención:

“Yo no me quejo, yo me preparo” (U Castro Carazo). Este mensaje predica al estudiante: “No se queje, no cuestione el sistema, prepárese para ser exitoso y, en cuanto lo logre, no se preocupe por los problemas de su clase; la pobreza y sus desgracias son responsabilidad de quienes se quejan y no se preparan para triunfar”.

Por alguna deformación cultural, somos tolerantes con la publicidad. Hemos asumido, sin molestia, la cuota de engaño de la propaganda comercial. Que ello ocurra no es tan dañino si nos determina a ordenar fast food o si es criterio para adquirir una tarjeta de crédito, pero existe una diferencia sustancial cuando el producto que se ofrece es la educación. Lucrar es el objetivo de la empresa y, si aceptamos que la universidad es una empresa más, no habría queja si logra captar clientes y titularlos. Cuantas más personas gradúe, más eficiente es el negocio. Sin embargo, la universidad debe ofrecer más que eso, su función no se debe limitar a la titulación de personas empleables, sino a impulsar reflexiva y críticamente a la sociedad, y a cultivar saberes, aunque no “produzcan”  y sean invisibles al mercado.

Desde una perspectiva política, la enseñanza universitaria debe ser un contrapeso y no un aliciente de los valores corporativos del emprendimiento, el liderazgo, la utilidad y la competitividad, que sobredimensionan la individualidad de la persona. En una sociedad democrática, la educación superior debe erradicar el ideal comercial del éxito y, más bien, estimular en la persona el sentido de responsabilidad social y la convivencia  solidaria.  

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