Opinión

La “nueva” guerra fría

Los adeptos del “fin de la historia” según Fukuyama –todos, incluido el maestro, metafísicos en su interpretación del desarrollo social

Los adeptos del “fin de la historia” según Fukuyama –todos, incluido el maestro, metafísicos en su interpretación del desarrollo social (Hegel) y, casi todos, en esencia neoliberales- habrán reparado en el aliento solaz que para el devenir de la “guerra fría” significó el desmembramiento y desarticulación del “socialismo real” en el ocaso del siglo XX. Aliento que, además, olía a triunfo del capital sobre lo humano y del mercado sobre la vida; en otras palabras, las deidades “capital y mercado” finalmente podrían reinar sobre la faz del Planeta, derramando vasos de “riqueza y felicidad”. Hasta los gobiernos rusos, por más de dos décadas, se creyeron ese “cuento chino”.

La reestructuración del “socialismo real” en la Unión Soviética (Perestroika) en la segunda mitad de la década de 1980, liderada primero por Y. Andrópov y ampliada y luego abortada por M. Gorbachov, no pudo acumular la energía política necesaria (base social productiva y superestructura) para suplir las demandas de un pueblo que, cansado de décadas de sojuzgamiento estalinista agravado por las terribles secuelas de la guerra contra el nazifascismo, clamaba por más democracia socialista, mientras la burocracia parasitaria y gran parte de la nomenclatura política se habían acostumbrado a la comodidad del poder. A estos no les urgía ningún cambio que no fuera en beneficio de su statu quo (algo parecido a lo que hoy sucede en la mayoría de los estamentos de la Iglesia Católica, cuya inercia sacramental no se hace eco del cambio testimonial que representa su máxima autoridad –el Papa Francisco).

Así fue como se formó el caldo de cultivo sociopolítico necesario tanto para que el socialismo leninista (científico) hiciera casa permanente en la coyuntura global como para que un sector de la sociedad (los acomodados en el orden -¿desorden?- a superar y los proclives al enriquecimiento personal) accediera a los réditos de un proceso de desarrollo social que se tornaba involutivo –el neocapitalismo postsoviético. Dicho fenómeno, inédito en la historia humana (la Comuna de París fue aplastada por el orden burgués cuando apenas daba sus primeros pasos socialistas; otros intentos emancipadores de la clase obrera en la Europa decimonónica fueron sofocados de raíz por el capital y su aliada natural –la nobleza agonizante), recorrió cual fantasma toda Europa Oriental y, a la vez, allanó el camino a la revisión neoliberal del socialreformismo en Europa Occidental, donde la cuerda reventaría por lo más delgado –el Sur.

Particular importancia reviste el hecho novedoso de la transformación del “socialismo real soviético” en dos de sus principales facetas: el tránsito de una formación socioeconómica superior y autoconsciente hacia el orden precedente (el capitalismo) y el carácter relativamente pacífico del cambio a lo interno y sin injerencia bélica desde el exterior. El segundo aspecto no aplica a la escalada del fenómeno que comprende las “revoluciones de colores” y la “primavera árabe”, ni a la crisis del “eurosocialismo occidental”, donde los pueblos sufren la violencia interna y la intervención financiera y militar.

A partir de la caída del muro de Berlín, el imperialismo neoliberal receta injusticia y dolor ahí donde huela a socialismo; los pueblos más golpeados, paradójicamente, hoy buscan refugio en el seno de sus verdugos.

En tanto la Federación Rusa observara los toros de las “revoluciones arco iris” y “primaveras árabes” desde la barrera, no se hacía evidente amago alguno de “guerra fría” con EE.UU y sus “aliados”. Pero apenas la bota del imperio yanqui pisó con fuerza territorios exsoviéticos (Georgia y Ucrania), el problema de la seguridad nacional rusa y su hegemonía histórica en Eurasia se hizo sentir y entonces, hasta hoy, se evidencia la espiral del desarrollo de una “nueva guerra fría” entre dos potencias que, aunque capitalistas ambas, difieren en su desarrollo histórico, y una de ellas cuenta con el acervo político y militar de 70 años de vida socialista.

Debemos percatarnos del carácter explosivo que dicho conflicto ha adquirido en Ucrania y Siria, y aunar esfuerzos para su distensión pues, luego de una escalada nuclear, no habría quien cuente la historia del fin de la historia.

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