Y Dios dijo: He aquí que yo os he dado toda planta que da semilla en la superficie de toda la tierra y todo árbol que tiene fruto, que da semilla y esto os servirá de alimento. (Génesis 1:29).
Somos lo que comemos o, más bien, lo que nos acostumbran u obligan a comer, pero la naturaleza del humano es esencialmente vegetariana. Las razones anatómico-fisiológicas y bioquímicas ya casi no se discuten, y se acepta que el organismo humano es tan herbívoro como las vacas que se consume. Un ser herbívoro, por cierto, muy alejado de omnívoros como el oso y más aún de carnívoros como el león.
Constituído por larguísimos intestinos, nuestro sistema digestivo, está diseñado para una dieta vegetariana, «limpia», sin las toxinas y bacterias de las dietas carnívoras que al atravesar esa maraña de conductos se vierten en la sangre causando graves daños. Si fuéramos “naturalmente omnívoros”, como se ha especulado, la podredumbre de la dieta carnívora, con sus toxinas y bacterias, no causarían los daños que nos causan.
En las especies omnívoras y carnívoras, con intestinos cortos, las carnes ingeridas permanecen menos tiempo en la digestión y, por ser sus estómagos 4 o 5 veces más ácidos que el del humano, no causan estragos al resto del organismo como en nosotros.
Desde la boca hasta el recto, sin lugar a dudas, el humano es herbívoro. Un herbívoro perturbado que un mal día bajó de los árboles, caminó erecto, probó la carroña, le gustó y entonces utilizó piedras y hachas para seguir matando criaturas y poder devorarlas. Por instinto natural y sin armas jamás las hubiera enfrentado. Poco a poco, no obstante, lo fue atrayendo la agricultura como la forma más apropiada de subsistencia.
Hoy sabemos, además, que la configuración muscular y esquelética de la masticación, maxilares, articulaciones, labios, dientes, carrillos, lengua y todo nuestro aparato digestivo hasta el recto, así como otros sentidos y partes del cuerpo como vista, oído, olfato, tacto, uñas y dedos, se ajustan a las necesidades de un típico herbívoro. Es decir, tenemos un motor a gasolina al que estamos alimentando con pésimo combustible y el resultado está a la vista: cáncer, obesidad, arteriosclerosis, infartos, apoplejías, neurosis, psicosis, irritabilidad, agresión, apatía, pereza, y cientos de enfermedades más.
Dirán que estamos dejando de lado la adaptación evolutiva del humano a la dieta carnívora, y sí, ¿pero a qué velocidad sucede eso? Y mientras tanto nuestras generaciones siguen envenenándose con las carnes.
La razón primordial para asegurar que somos vegetarianos por naturaleza es psicológica y moral. Si pensamos en humanos normales, no en militares, políticos u otros degenerados y sanguinarios, la aversión que sentimos al ver correr la sangre de una criatura, el porqué tratamos de evitar una pelea o nos asustamos hasta por ver un ratón son actitudes naturales que confirman esa adaptación herbívora. Aunque con dinero es muy fácil que nos sirvan a la carta una porción de cadáver industrializado, si tuviéramos que ir a descuartizar una presa con uñas y dientes para poder comérnosla, ni pensarlo. Por eso, como dicen, “no hay que comerse a la vaca sino comer lo mismo que ella come”.
La apacibilidad y el sosiego que nos inspira lo verde confirma la natural disposición a buscar los productos de la tierra como base de nuestra alimentación. Lo primero que aprendemos a dibujar automáticamente desde niños son árboles y criaturas vivas, sensibles, saludables, no muertas o desgarradas colgando de un gancho de carnicería.
Para responder al cuento de los grandes productores de carne con sus costosas propagandas y falsos experimentos pagados a famosas universidades y laboratorios alrededor del mundo que tratan de demostrar que el humano, sin comer carne, se queda sin proteínas y se desnutre, basta un simple ejemplo: el gorila, cuya marca es su fuerza y musculatura y con quien compartimos el 98% de los genes, es un herbívoro compulsivo, ¿y cuándo han visto un gorila desnutrido?
¡No consumamos venenos,
mentiras transnacionales
ni carroñas industriales.
Al comer… gran precaución
con los productos que son
carcinógenos letales.