Opinión

La letra con sangre entra

En el mes de sus 70 años ‘periodísticos’ La Nación S.A. se autocelebró con varias gracias propias de la edad.

En el mes de sus 70 años ‘periodísticos’ La Nación S.A. se autocelebró con varias gracias propias de la edad. Entre ellas, la entrevista realizada por su funcionaria Daniela Cerdas a la experta sueca en educación Inger Enkvist (LN: 3/10/2016). Se la presenta como “defensora de la educación tradicional” que estima que “antes había mayor exigencia para el alumno y más autoridad del profesor”. Se la hace decir que “lo que necesita un joven es educación y conocimientos básicos” y sentenciar: “Los niños perdidos que tienen mal pronóstico, son los que han podido jugar de manera continua, comer de manera continua, tomar Coca Cola de manera continua, (…), con exceso de comodidad y de entretenimiento”.
Las ideas de Enkvist en realidad no son tan toscas como las reseñadas arriba (se entrevé que propone no confundir pensamiento con información, recuperar la función de la memoria y lograr una mejor articulación entre la escuela y los padres), pero lo que la funcionaria de La Nación S.A. al parecer desea que diga es que hoy la escuela es demasiado permisiva y los profesores no tienen autoridad.
El hueco grave de la exposición de Enkvist en la entrevista es ignorar que la escuela no existe. Existen, por ejemplo, escuelas rurales y escuelas urbanas. El punto se inscribe en un tema de fondo: la sociedad es una escuela al igual que la familia y el aula. Por eso es que La Escuela no existe. Existen las sociedades (con sus familias, barrios, periódicos, sistemas de locomoción, etcétera) y las escuelas formales. Si sociedad y familia enseñan idioteces puede ocurrir o que el aula confirme en su nivel esas idioteces o que sea oportunamente crítica respecto de ellas. Suecia es el tercer país de Europa en denuncias de violencia machista. Pero ello no la hace más patriarcal que España, por ejemplo, si no que dice que sus mujeres han sido familiar, social y escolarmente apoderadas para denunciar. Lo mismo podría decirse de Dinamarca y Finlandia, que encabezan este ranking. En todo caso, el aula formal no puede aislarse de su sociedad.
La conclusión obvia es que el aula ha de ser crítica respecto de las idioteces de sociedades y de familias. Esto no puede darse si la formación de maestras (os) y profesores (as) no es crítica. Nadie puede transmitir actitudes que no hagan parte de sus identidades, en este caso profesionales y ciudadanas. La formación de docentes críticos en sociedades estúpidas implica una inversión fuerte, sostenida y permanente. Las condiciones de trabajo en el aula, la proyección del aula a las familias y su inserción en la existencia cotidiana (entendida como complejidad altamente diferenciada) exige no solo invertir bien y mucho en la formación de maestros y profesores sino remunerar excelentemente a quienes gestan experiencias de aprendizaje-comunicación en el aula. Demanda además la creación de un Sistema Nacional de Educación que extinga distancias entre escuelas privadas y públicas y entre existencia diaria y espacios de lectura, investigación, discusión y encuentro en cada barrio, centros que deberían correr por cuenta de las Municipalidades.
Por supuesto, la pregunta del millón es ¿qué harán escolares (y docentes y familias) críticos en sociedades que no los desean? Esto poco tiene que ver con el facilismo en aulas ni con pérdidas de látigos tradicionales. Ocurre que en sociedades idiotas la autoridad se ha desplazado a los medios masivos, a la existencia cotidiana, al MOPT, a la Asamblea Legislativa, a los conductores de motocicletas, etcétera. Y entonces el aula experimenta desafíos que no son jugando y que solo se resuelven fortaleciendo socio-culturalmente las aulas. Dentro de 50 años, por ejemplo, podría existir un día de goce nacional en el que cada familia crítica compre La Nación S.A.… y no la lea.
Sin que extrañe, otro empleado del periódico, Armando Mayorga, traduce así las opiniones de Enkvist: “Esta reconocida educadora sueca (…) es de la idea de que se debe exigir más a los alumnos y, sobre todo, que se le debe dar más autoridad al maestro en el aula”. Y tira línea: “El MEP (…) debe corregir tanta permisividad que lo ha desviado del rumbo de la educación de calidad” (LN: 6/10/2016). Nadie va a aquí a defender al MEP. Pero la idiotez no requiere de ninguna sangre o garrote para aprenderse. Los estudiantes, maestros, universidades y ‘periodistas’ la beben, reproducen y refuerzan todos los días. Aquí es plaga bíblica. En Suecia tal vez sea mal enfrentable.

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