Opinión

La instrumentalización perversa de la “locura”

No nos cansaremos de denunciar que la violencia es la triste compañera que amenaza a las mujeres en todos los espacios sociales y momentos de sus vidas.

Por esta misma razón no dejamos de insistir – a riesgo de ser acusadas de majaderas – sobre la necesidad de fortalecer las políticas públicas de prevención de la violencia contra las mujeres (VcM) y, sobre todo, de ampliar la inversión social para evitar los daños que ésta provoca en miles de ellas todos los días.

La “locura”, como concepto amplio, también ha acompañado a las mujeres a lo largo del tiempo. Es uno de los “cautiverios” (tomando el concepto de Marcela Lagarde) culturales, sociales e, incluso, ​​físicos donde se acostumbra encasillar y atrapar a las mujeres.

Son “locas” las mujeres que denuncian hechos tan atroces de violencia que parecieran producto de una imaginación patológica. Son “locas” quienes defienden con fuerza y determinación sus ideas. Histéricas fueron denominadas mujeres que manifestaron una sexualidad vital que asustó a los hombres. La historia recoge múltiples testimonios de mujeres acusadas de “locas” y encerradas por razones políticas, económicas y/o para ocultar secretos familiares de abusos y malos tratos. 

Las mujeres aparecemos sobrerrepresentadas en las estadísticas de salud mental y, aun cuando las causas pueden ser diversas, los factores socio-culturales y de género destacan. Muchas de las mujeres que son diagnosticadas con alguna condición de salud mental, incluidas las que requieren institucionalización, acarrean una historia previa de abusos sexuales desde la infancia, malos tratos familiares o social-comunitarios (acoso callejero, hostigamiento sexual, violencia mediática) que las vulnerabilizan particularmente. Historias que con demasiada frecuencia no son consideradas como causa de esa condición de salud ni atendidas desde esa perspectiva.

Se esperaría que cuando una mujer requiera una intervención institucional asociada a una condición de salud mental reciba un trato, además de informado y técnico, especialmente sensible y ético en función de la temporal vulnerabilidad que su situación presenta.

Este 5 de febrero 2024 inició un juicio penal en los Tribunales de Cartago, por abusos sexuales y violación de varias mujeres, contra un profesional en salud mental que debió ofrecer un apoyo de este tipo y calidad pero que, en vez de ello, convirtió – según denuncian las mujeres – el espacio terapéutico y el recurso hospitalario en un lugar de abuso y revictimización para su satisfacción personal.

Se trata de un profesional en psicología, profesor de la Escuela de Psicología de la UCR y reconocido funcionario de larga data de la CCSS. Públicamente y a lo largo de su carrera profesional se identificó como defensor de los derechos de los niños, niñas, adolescentes y mujeres hasta que varias valientas se atrevieron a contarnos con horror lo que sucedía en el sagrado espacio de la consulta privada.

Lo narrado aparenta ser una instrumentalización perversa del conocimiento adquirido a través de la psicología para la manipulación cognitiva e incluso afectiva de las mujeres por parte de este profesional. 

Impresiona que, además, se apoya este profesional en su conocimiento de la disparidad de poder, y la dependencia que existe entre su investidura técnica y la condición de la persona-paciente que lo reconoce como figura de autoridad. 

Todas las personas, cuando acudimos a un servicio de salud, partimos del supuesto de que lo que diga, haga y recomiende la persona profesional será en nuestro beneficio, nunca para nuestro daño. En un contexto hospitalario, la dependencia de las personas profesionales es aún mayor y de obligado cumplimiento para los y las pacientes que poca opinión tienen sobre su tratamiento. En este contexto, esa autoridad se potencia.

El aparente aprovechamiento de esta relación poder-vulnerabilidad parece partir también de la convicción de que en este contexto cultural de lo que llamamos “locura” la voz de cada una de las partes no tiene el mismo peso. 

¿Quién le va a creer a una mujer institucionalizada por “loca”? 

Es la palabra de una mujer cuya voz y cuya verdad ha sido previamente desvalorizada, estigmatizada y patologizada, frente a la de un profesional acreditado y capaz de convertir en fantasías proyectadas lo que en realidad son prácticas sexualmente abusivas. 

Por eso decimos que son valientas estas mujeres y dignas de ser escuchadas con atención.

Esperamos que las personas juzgadoras tengan la sabiduría y lucidez para profundizar en las dinámicas perversas que aparentemente están presentes en este caso, escuchen con mente abierta y sensible la voz de las mujeres y garanticen un juicio justo.

Las mujeres no estamos “locas”: hemos sido discriminadas, humilladas, agredidas, violadas… incluso por quienes están en la obligación de protegernos y cuidarnos.

 

 

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