Opinión

La impuntualidad

Hace algunos días, como todos sabrán, el presidente de la República, don Luis Guillermo Solís, se citó con el papa Francisco.

Hace algunos días, como todos sabrán, el presidente de la República, don Luis Guillermo Solís, se citó con el papa Francisco. La primera ronda de artículos periodísticos costarricenses de las más variadas publicaciones en línea giró en torno a un hecho vergonzoso: Solís llegó veinte minutos tarde a su encuentro con Bergoglio (lo suficientemente tarde para tener una “ausencia injustificada” en el colegio). Motivos aparte, es interesante notar cómo el Presidente cumplió fielmente con su deber de ser representante del pueblo costarricense al mostrar tal impuntualidad, y es debido a esto que la primera ronda de artículos no tuvo el efecto esperado. Sencillamente, a los lectores, en general, no les importó su llegada tardía, ya que la impuntualidad no es poco común en el país. Debido a esto, algunos sitios periodísticos optaron por una segunda ronda: la crítica a la vestimenta de Solís.

El acontecimiento ocurrido me recordó una experiencia vivida no hace mucho: en un viaje en la Periférica, dos mujeres estadounidenses se quejaban de la lentitud del bus, y se encontraban evidentemente desesperadas porque llegarían tarde (no previeron las presas ticas). En el extremo del bus, el chofer bromeaba con un pasajero, y los demás escuchaban música o miraban despreocupados por las ventanas o a sus celulares. Si llego tarde, ¿qué importa? De todos modos nada pierdo.

¿Está relacionado el desinterés del tico por la puntualidad con el estereotipo de que “somos felices”? Simplemente, vivimos con una inquietud menos. Más que felices, caemos en el “valeverguismo”.

El costarricense ha llegado a normalizar la impuntualidad. Se ha construido una sociedad en la cual se debe citar a las personas para quince minutos antes del tiempo con tal de que lleguen a la hora correcta. Asimismo, hemos adaptado la mala maña de “confirmar”, y me refiero a preguntar uno para confirmar que las otras personas llegarán, una acción que en otros lugares podría ser innecesaria.

En teoría, y según correspondería partiendo de un principio de respeto, cuando dos o más personas se citan para encontrarse a cierta hora, todos deberían presentarse de manera puntual. Si por algún motivo surgiera algún inconveniente o atraso, lo correspondiente sería avisar. No es tolerable que en una era con tantas facilidades de comunicación se deba esperar a alguien más de quince minutos sin saber si tuvo algún contratiempo. No obstante, en Costa Rica este parece no ser un problema, debido a que el tico promedio, sea o no puntual, ha tomado la costumbre de tolerar la impuntualidad. Ya poco importa llegar tarde o temprano, si no hay consecuencias graves de por medio. La puntualidad se ha restringido a lo conveniente y no es un hábito diario.

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