Opinión

La falsa emancipación de la mujer

¡Libertad e igualdad para la mujer! Cuánta esperanza y cuánta emoción puede despertar esa exclamación. Pero propongo desarmar esa frase y entender qué hay detrás de cada palabra por separado: libertad, igualdad y mujer.

¡Libertad e igualdad para la mujer! Cuánta esperanza y cuánta emoción puede despertar esa exclamación. Pero propongo desarmar esa frase y entender qué hay detrás de cada palabra por separado: libertad, igualdad y mujer.

Al referirme a la libertad para la mujer, me gustaría hablar también de esa “emancipación de la mujer” que a veces se menciona. Desde la época de la Revolución Francesa y, quizá desde antes, cuando las mujeres ni siquiera éramos consideradas humanas, se ha puesto en tela la lucha por una liberación de la subordinación, de la dependencia y de ese famoso sistema patriarcal.

La emancipación ha supuesto, por ejemplo, una libre elección de una profesión y un oficio más allá de las labores domésticas. Sin embargo, toda aquella formación física y esencialista en el pasado no pareciera haber equipado a la mujer con la fuerza o racionalidad “necesaria” para competir con el hombre; no reciben la misma confianza que sus colegas varones y, mucho menos, reciben igual remuneración por el mismo trabajo.

Según un estudio publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en agosto de 2019, se reportó que las mujeres ganan en promedio un 17% menos que los hombres de la misma edad y con la misma educación. Además, esto sin contar las labores no remuneradas del “hogar dulce hogar” que, tras un duro y largo día de trabajo, las mujeres también se deben hacer responsables. El estudio reciente de cuenta satélite para evaluar el valor económico del trabajo doméstico no remunerado en Costa Rica no me deja mentir: las mujeres costarricenses no solo aportan el 71,7% del trabajo doméstico en comparación con los hombres, sino que esto les suma a sus jornadas laborales ocho horas más a la semana —si no es que más—. Porque aparte de estar en el mercado laboral formal, también asumen en gran parte el trabajo del hogar. ¡Gloria liberación! ¿Y la igualdad en las tareas?

Aunque pareciera que la igualdad o no discriminación es un tema dominante y de suma recurrencia en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos en relación con la libertad y también con la realización de políticas públicas, la realidad ya nos ha destacado otra cosa. Evidentemente las mujeres estudian más que los hombres pero ganan menos que ellos por igual trabajo; asumen una mayor parte de las tareas del hogar —esto sin contar a las mujeres que se dedican exclusivamente a trabajar en la casa y sin remuneración alguna—; son más propensas a ser víctimas de violencia, y entre muchos otros aspectos que se pueden obtener en investigaciones públicas o en medios de comunicación.

Si bien hay mucha confusión en cuanto a qué significa la igualdad, uno de los aspectos más importantes a tomar en cuenta es que no significa igualar a las mujeres a los hombres. Porque eso ha conllevado a que las mujeres debemos demostrar, constantemente, que somos capaces de merecer y poseer aquello que se supone nos ha emancipado; convencer que no somos tan diferentes de los hombres, y nos hemos masculinizado. Por lo que el principio de igualdad consta, precisamente, de establecer que no todas las diferencias son discriminatorias, especialmente si tienen una justificación objetiva y razonable que persigue un fin legítimo: la igualdad.

No nos podemos quedar solamente con acciones afirmativas o en protección “especial”, se debe establecer un verdadero reconocimiento de la no discriminación e igualdad; se necesita perspectiva de género para entender que la igualdad no es un privilegio. Entonces, antes de continuar con la tercera palabra a contemplar: mujer, me pregunto ¿realmente los Derechos Humanos han emancipado a la mujer?

Ser etiquetada como mujer puede traer ciertos contextos universalizados, tales como ser vista por debajo del hombre, ser madres, esposas o ser blancas, heterosexuales y amas de casa. Pero mi pregunta es: ¿qué es ser mujer y desde cuál mujer se ha hablado de emancipación e igualdad? Esta universalización de la mujer es la misma que ha vuelto tan cuestionables a los Derechos Humanos; no todas las personas presentamos contextos iguales y he ahí la importancia de erradicar ese concepto de igualdad como una igualación.

La mirada ante desigualdades históricas de grupos vulnerabilizados importa muchísimo, no solo desde las problemáticas sexistas, sino también desde la raza, religiones, identidades, condiciones migratorias, etc. Es importante destacar qué se entiende por vulnerabilidades y subordinaciones, en este caso, de la mujer, pues si se continúa creyendo que la mujer es una sola y es un sector de la población, no se podrá ver ni entender que se continúen estableciendo políticas que no toman en cuenta las necesidades, intereses, capacidades y deseos de todas las mujeres desde sus propias identidades y comunidades.

Esta subordinación y discriminación de las mujeres no es una prueba solamente de la falta, por ejemplo, de representatividad femenina en los órganos legislativos y de justicia, porque no por ser mujer significa que pueda ver en su totalidad las necesidades de muchas otras mujeres. Esto porque, al igual que los hombres, se ha creado un concepto erróneo de “creer que la ley es sinónimo de justicia”, diría la jurista y feminista costarricense Alda Facio Montejo.

El feminismo —valioso en estos temas— ha evolucionado rotundamente entre todas sus generaciones y se ha consolidado como un movimiento político de mucho impacto, pero también se ha producido una universalización de este y, precisamente por esa consolidación universal que se le ha otorgado, algunas mujeres no se han sentido parte de esa revolución feminista en específico —y esto último puede leerse en textos de feministas negras o feministas decoloniales—.

Es imprescindible rescatar que los grupos no son homogéneos, pues los factores que pueden discriminar a una persona o a un grupo pueden ser varios, y eso no se puede ver desde un mismo par de lentes. Se deben escuchar las voces de las indígenas, afroamericanas, mestizas… desde una total inmersión de su cultura; se deben escuchar las voces de todas las personas para entender que no todas han sido incorporadas dentro de ese marco jurídico que, hasta la fecha, ha regulado a los Derechos Humanos, y que aún falta mucho para lograr una verdadera emancipación e igualdad.

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