Opinión

La duda y yo

La duda irrumpe en el noble pensamiento propagando la terrible certeza de no saber qué hacer en el momento que más se demanda y florea

La duda irrumpe en el noble pensamiento propagando la terrible certeza de no saber qué hacer en el momento que más se demanda y florea como la dificultad en saber por cuál ruta optar de acuerdo con aquello que realmente se quiere. La duda se desenmascara como la más destructora de las virtudes humanas, como el primero y último obstáculo entre lo que es y lo que debe ser, como el abismo que divide lo que se quiere y lo que no se ha hecho, se ha sido o se ha tenido, como la vía en medio de las otras que no conduce a ningún lugar. La duda se aparenta necesaria como la sombrilla que se carga en el verano cuando menos útil puede ser y como el mal que nutre la neurosis de la cual pocos afortunados consiguen escapar. La duda se materializa como el resultado del inútil intento por agotar las variantes de la eventualidad y de la casualidad en busca del convencimiento de lo perfecto. La duda se mimetiza como la insuficiencia de certeza, como el esperado desenlace de inclinarse por el tercer, o cuarto, o quinto pensamiento; y es ese el pensamiento de la nunquedad, de la nadeza, de la jamasidad. El sabotaje de la duda es elegir el camino de decidirse por nada.

No hay ganancia en la duda, solamente restas; restas de experiencias, de vitalidad, de emociones, de creatividad, de locuras. Mueren con la duda los dones que separan al humano de los demás seres, dándole paso al antinaturalismo del Ser: el no-Ser. Quien vino al mundo a sembrar dudas con ellas se marchará el final de sus días. No es fácil resolver, y mucho menos lo es en tiempos de crisis, sin embargo, para el Ser, con el tiempo es más costoso el no resolver. La duda es amiga inofensiva de todo el mundo y desalmada enemiga de todo el mundo. Ante la duda de si dudar es algo terrible, le sobreviene una contestación categórica y contundente: sí. Dudar nos mantiene vivos y nos mantiene muertos. De seguro no hay seguridad más insegura que ella. Y quien alguna vez ha de refugiarse ahí, habrá encontrado tibio cobijo del cual dudosamente halle escapatoria.

Si usted, por casuística del destino, logró huir de la duda, tenga a su bien marcharse. Vuele y aléjese sin ver hacia atrás. Reflexione sobre lo bondadoso que con usted ha sido el azar y laméntese por los que aún estamos aquí. No piense siquiera regresar a hablarnos de su suerte. Tampoco se preocupe en extrañarnos pues, más temprano que tarde, acá en el dudismo nos volveremos a encontrar.

Cuando vuelva quédese a admirar desde aquí a esos que no dudan, venga y vea con nosotros a quienes van con decisión por la tierra, sueñe con aquellos que roban los sueños que una vez le pertenecieron a usted. Observe y envidie en silencio a quienes toman lo que pudo haber sido suyo. Quédese y no se queje. Dispone acá de muchas dudas para confortar sus pérdidas, elija la que guste y sienta como sus abrazos le emboban cariñosamente hasta habituarse a la dicha artificiosa que ella nos entrega. Descanse mientras la duda sana esos miedos horribles que se ocultaban sospechosamente detrás de los caminos que estuvo a punto de tomar. Beba y sáciese de ella hasta que su embriaguez colme enteramente sus entrañas. No dude de la duda, ella nunca se equivoca. Aquí hay un lugar para usted y para incontables más, sobre todo para quienes acostumbran vestir el disfraz de la perfección. Con la duda los perfectos jamás aparecerán como herrados, serán eternamente prototipos perfectos en el universo de las apariencias.

Dude de esto, de aquello, de ahí, de allá, de lo propio, de lo simple, lo complejo y de lo extraño, dude de todo pero no dude de nada. De la nada nadie duda. No quisiera usted estar en los zapatos de quienes van seguros acechando lo que quieren. A esos, nosotros los dudadores, los odiamos. De ellos su determinación es indudosamente amenazante, terriblemente asqueroso es su arrebato, y bochornosamente incomprensibles son sus exclusivas escogencias. Quédese a criticar lo que hacen, critiquémosle con tal severidad hasta que dejen de hacer lo que no hacemos. No hay peor gente que esa, no sea como ellos. Dude y así a usted nadie le odiará.

Trague toda la duda que pueda y más. Celebre su propio perfeccionismo hasta que haya llegado a la cima; la cima de la duda. Levante sus brazos, respire y relájese. Acepte que no vale la pena pensar más en todas las disyuntivas que debió sortear para llegar donde se encuentra. Relájese casi al punto quedarse adormecido y confórtese diciendo para sus adentros: “al menos no fallé”. Ahora ya está listo para irse a dormir.

Después que haya perdido todo, absolutamente todo lo importante de su miserable existencia; despierte de la grandiosa estupidez que acaba de consumar. Póngase una camisa nueva (si aún le queda para comprarla) y salte a la calle de una propia patada en el trasero. Sacúdase la mediocridad de la cabeza. Arrebátele al destino cada una de las cosas que desaprovechó mientras dudó, déjese de estupideces y decídase de una vez por vivir con arrojo lo que le quede de existencia.

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