Opinión

La dictadura del neoliberalismo cultural

La definición de dictadura es la de aquel modelo político que concentra el poder, en una persona u organización, sobre los demás. Respecto a esto, cualquiera diría que desde que cayó la URSS, no existen dictaduras, o bien, que en países como China, Rusia, Venezuela y Cuba sí existen. Pues bien, parcialmente la respuesta es un sí, pero según el interés e ideología de quién lo diga.

No se va hacer una lectura de esos países, porque en principio en Costa Rica se vive dentro de una democracia y, por tanto, somos ajenos de aquellas formas de gobierno. Sin embargo, es preciso aclarar que en Costa Rica sí hay una dictadura: neoliberalismo cultural, aunque algunos la confunden con marxismo cultural, nada más lejos de la realidad, porque no se busca un modo de producción comunista, ni tiene un proyecto político respecto del Estado, ni es revolucionario.

Esta dictadura está formada por dos modelos ideológicos que para algunos son distintos, pero que tienen muchos puntos de convergencia, a través de los cuales se asientan y conducen las relaciones sociales, políticas y económicas: en una sola unidad ideológica.

Por un lado, el neoliberalismo económico y por el otro la izquierda, indefinida o progresista. La primera establece la prevalencia del interés financierista individual sobre la colectividad y la segunda, el interés, a partir de las emociones para definir-extrapolar la moral de un grupo específico minoritario (sexuales, de género, de genitales, étnico, lenguaje), sobre el resto de la sociedad. En suma, ambas disuelven la lucha de clases (que hasta un financierista especulador como Warren Buffet reconoce que existe), aunque profundizan las contradicciones, en una suerte de lucha de toda clase (todos contra todos), pero que solo un bando tiene voz, voto y decisión sobre el resto. El debate fue asesinado por los progres (espacios seguros); la consciencia fue comprada y es rentabilizada por los neoliberales (pero los que sí tienen capital real y abundante).

Hasta aquí el lector puede estar de acuerdo en que el interés financiero de una cámara empresarial, sea el que dirija la política económica, los tipos de cambio, defina lo que todos consumimos y el modo de producción, no-industrializado, dentro de la lógica del libre mercado y la división internacional del trabajo, enfocada en el monocultivo de café, piña, banano y call centers, aplicada al país.

O bien, puede estar de acuerdo con que el interés de un colectivo minoritario específico sea el que conduzca las relaciones sociales, estableciendo qué sí y qué no se puede opinar, decir, escribir e incluso hacer, en función de sus emociones de que estos se den por ofendidos u oprimidos, mientras llaman a una supuesta inclusión de la sociedad. Para estos grupos progresistas, el problema no es que ese interés financiero individual decida por toda una sociedad política, a la que explota, sino que el problema para ellos es la urgencia de erradicar: el patriarcado, el sexo natural (binario), el racismo (solo el de los blancos contra otros, no otras configuraciones), el especismo, el lenguaje opresor, la religión y cualquier otra manifestación, actividad, idea u opinión que vaya contra sus valores: derechos humanos (sin responsabilidad), aborto, multiculturalismo, ecologismo (falso y anti-industrial), fluidez de género; o cualquier otro tema que no resuelve, ni pretende resolver, las condiciones materiales de la sociedad política.

Ambos alegan la supuesta existencia de una soberanía del individuo (otro punto en el que coinciden con los dueños del capital financiero), como forma de erradicar “el odio y la discriminación” (sic), claro, excepto de los que la fomentan en su beneficio. Ambos desmovilizan a las clases trabajadoras que solo quieren una mejora de sus condiciones materiales: salarios justos, propiedad privada personal, emprender algún negocio y llegar a fin de mes sin deudas.

Por tanto y a modo de conclusión, mientras el neoliberalismo económico y el progresismo profundizan su alianza, el enemigo común será el pueblo trabajador, hombres y mujeres, de cualquier raza, preferencia sexual que no se sometan a esta dictadura neoliberal. La explotación es doble: económica por el capitalismo y moral por el progresismo.

 

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