Opinión

La crisis de la democracia y el totalitarismo

Decir que hay una crisis de la democracia se ha convertido casi en un lugar común. Sin embargo, lo que está sucediendo

Decir que hay una crisis de la democracia se ha convertido casi en un lugar común. Sin embargo, lo que está sucediendo en Estados Unidos y en Europa hace temer que la dolencia puede ser mucho más grave de lo que muchos pensábamos.

El creciente apoyo al multimillonario Donald Trump en las elecciones primarias republicanas evidencia que existe un porcentaje considerable de la población estadounidense que desprecia abiertamente valores democráticos tan básicos como la igualdad ante la ley. Para sorpresa de la mayoría de los analistas, quienes pensaban que la carrera política de Trump sería efímera, hoy este excéntrico magnate aventaja a todos sus  rivales del Partido Republicano y, a menos que ocurra algo extraordinario, se convertirá en el candidato de ese partido para las elecciones presidenciales de noviembre. Independientemente del resultado de estas, el trumpismo ya es un fenómeno político que tendrá consecuencias funestas para la sociedad estadounidense, ya de por sí fuertemente polarizada.

La situación política en el Viejo Continente no es muy diferente. En Alemania, surgen agrupaciones de extrema derecha que demandan el cierre de las fronteras a la inmigración y la expulsión de los cientos de miles de refugiados sirios que huyen de la guerra civil que ha devastado a ese país. Más preocupante aún es que los gobiernos europeos y la misma Unión Europea (traicionando los principios comunitarios sobre los cuales se fundó) han empezado a adoptar políticas antiinmigrantes para congraciarse con esas agrupaciones.

A ambos lados del Atlántico, se evidencia el resurgimiento de un fenómeno que no es nuevo que es extremadamente peligroso. Se trata del retorno del totalitarismo.

El filósofo Claude Lefort advertía que la democracia es una invención más frágil de lo que la mayoría  de la gente cree. No es en lo absoluto un estado “natural” de las sociedades que han alcanzado cierto grado de desarrollo sino que es un régimen que se basa en la incertidumbre y la incompletud. Para Lefort, lo que distingue a la democracia de otros regímenes políticos es su relación con la verdad. Mientras en las sociedades tradicionales existía un criterio único de la verdad que era establecido desde arriba, en las sociedades democráticas no puede existir un criterio único de lo verdadero, ya que el pluralismo y la diferencia son constituyentes de toda sociedad. Imponer un criterio único de verdad significa negar esa diversidad.

No es casual por eso que las democracias sucumban fácilmente durante épocas de crisis y de inestabilidad. Es en esos momentos que aparece la tentación totalitaria, es decir, la aspiración nostálgica a regresar a las sociedades tradicionales donde existía un criterio único de verdad, aspiración encarnada ahora por el Líder o el Partido único, quien representa ahora “la voluntad del Pueblo” y ofrece, como lo hace Trump, el retorno a una supuesta “Edad de Oro” perdida (“Make America Great Again!”).

Ante ese panorama, ¿cuál es el porvenir de la democracia? Tal vez sea pertinente recordar lo que escribía Sigmund Freud hace casi 90 años, cuando el vertiginoso ascenso del fascismo en Italia y Alemania y del estalinismo en la Unión Soviética hacía presagiar un porvenir ominoso para la civilización: Frente al ascenso de los impulsos destructivos debemos afirmar y defender la vida, aun cuando no podamos prever el desenlace de esta titánica lucha.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido