De acuerdo con la mitología universal, hubo en tiempos remotos una hermosa comarca dentro de un inmenso país llamado mundo, donde sus habitantes fueron considerados los más felices de todas las comarcas. En esas remotidades del quantum espacio – tiempo, las preocupaciones cotidianas eran cómo tirárselas rico día a día.
De lo que la mayor ocupación era cómo salirse cada quien con la suya. Vivir y dejar vivir. No meterse con los demás.
Esto causó un verdadero estado de conciencia ciudadana y rural alterado, porque todos los habitantes eran
iguales ante la sociedad mundial. La cochina envidia, se dejaron decir los felices habitantes.
Los más dados a reclamar derechos sin trabajar, obtuvieron prebendas de caudillismo politiquero para trabajar el mínimo (algunos no hacerlo del todo), vivir de las rentas del Estado, vivir a costa de otros. Hubo casos sonados porque su pasado fue grandioso, monumental, centros de cultura universal que impactaron el mundo futuro y los tiempos que subdividió su relojería de geografías y sucesos históricos.
Pero eso era cosa de historia, de libros y ciberespacios de la información y su biblioteca virtual sin límite. Se vive el hoy, el ahora. Al pasado se lo tragó la arena del mar con sus flujos y reflujos sobre la costa y la supercarretera de bordes de cada contorno planetario. No parecía que hubiera principio ni mucho menos final.
Era un todo continuo.
Hasta que hubo un accidente inusual, una roncha en el frugal tirársela rico. Alguien agotó el dinero.
El Estado que administraba los fondos económicos se vio de repente sin dinero. ¿Por qué? Gastaba más de lo
que le ingresaba, vivía del despilfarro y de la fiesta de 24 horas, 12 meses al año, más un día bisiesto cada 4 años. La Madre de todas las preocupaciones comenzó a pasarse la pelota de las responsabilidades. Hasta que los genios políticos de la corrupción, el despilfarro y las ideas sanas y equilibradamente racionales encon-
traron la solución: sigamos en la fiesta porque tenemos derecho a ser felices. Eso sí, rellenemos los huecos de caja pública o hacienda con nuevos impuestos, a lo que sea. No hay otra.
Se rumoraba que en la Casa del Presidente y en la de los legisladores, uno de sus asesores y asesoras había descubierto la fórmula mágica, pedir préstamos al país comunista más capitalista, represor, invasor y militar de la historia moderna, porque ellos eran buenos amigos, inofensivos, que solo pedían control político al someter la soberanía del país deudor a no entrar en contradicciones, declaraciones ni acciones de ningún tipo
en su contra. Ah, y que todo fuera secreto, amarrado por debajo. Confite extra, enviarían un avión para lle-
varse a toda la Asamblea que legisla y a la Casa presidencial que vegeta, a que conocieran la gran muralla, las rondas y lirondas del opio del olvido, carácter y personalidad crítica, con su religión de Estado, donde no hay más que obedecer.
La idea pareció calar porque el cuento de hadas podía hacerse realidad y así pagar el monstruoso déficit fiscal del país Rica, la Costa esencial, comarca de la felicidad mundial.
Y algo había de razón en la idea, pues el gobierno de un egopresidente anterior había iniciado la era del despilfarro total y absoluto, y una señora muy pura que lo había sucedido usó el mismo ardid para gobernar feliz.
¡Tilín! Ambos disfrutaban de una jugosa pensión de frutas tropicales que podían heredar.
Expectativa en las graderías, las corridas de toros, la borrachera y co-
gedera pública en la siguiente ronda de pérdida de identidad, las fiestas del Palmarés, fiestaaa para celebrar a los mexicanos y su cultura ranchera y nada de la cultura local – nacional.
Orgía a la libre.
¿Y el flujo de caja del Estado? Se lo cogió su abuela. No moleste.
Cuenta la leyenda que hubo alguien con las neuronas lúcidas bien puestas que quiso entrarle al problema y darle solución definitiva, el Estado no puede seguir fabricando pérdidas crecientes para esta orgía de irresponsabilidad, tiene que haber superávit en la Hacienda pública, como ya lo hizo Braulio Carrillo, se puede.
Sus propios compañeros de partido le dijeron que él era el pasado, la fiesta debía continuar aunque la comarca no tuviera un final feliz.