El principio detrás de la carbono neutralidad consiste en la compensación de las emisiones de dióxido de carbono de una empresa o país, mediante una serie de actividades como: reforestación, compra de certificados de carbono, conservación de bosque nativo, inversión en adaptación al cambio climático, promoción en energías renovables, entre otras.
La gravedad de las implicaciones ecológicas, sociales y económicas asociadas al cambio climático en el planeta obliga a adoptar posiciones radicales, ya no caben los paliativos. En ese sentido, la carbono neutralidad, a pesar de las ventajas que pueda tener, no debería representar el modelo para seguir ni la meta final, si acaso podría considerarse como una “transición”, mientras se logra un desarrollo y consolidación de las energías renovables en el planeta.
Constituye un grave riesgo caer en un modelo donde la compensación ambiental sea la norma o premisa fundamental: contamino y compenso, daño un ecosistema y compenso, afecto un patrimonio histórico y compenso. Bajo esta premisa filosófica, parece que todo es permitido, mientras pueda ser compensado con algún mecanismo de los antes citados. Caeríamos en el riesgo de un modelo donde sea permitido y aceptable continuar emitiendo gases efecto invernadero (GEI) por medio de vehículos de combustión interna, generar electricidad con térmicas o carbón, a cambio de compensar las emisiones generadas con algún mecanismo de desarrollo limpio. Una visión sumamente conformista y peligrosa.
En nuestro país, lo que podría pasar es que en vez de buscar la meta máxima de ser 100% renovables en electricidad, nos conformemos con generar un 80% o incluso un 70% con fuentes renovables, compensando el porcentaje de no-renovables que produzcamos. En el sector transporte, bajo la premisa de la carbono neutralidad, sería válido entonces que no cambiemos nuestro obsoleto y contaminante sistema de transporte por uno renovable y eficiente y por el contrario nos conformemos con compensar las emisiones que dicho sistema ocasiona.
En un planeta donde las consideraciones económicas y financieras cobran tanta relevancia, es muy probable que al final nos quedemos solamente en la transición, que optemos por la salida fácil y no lleguemos nunca a la meta óptima. Porque siempre habrá una forma de compensar, y será entonces muy fácil para países y empresas poderosas económicamente, hacer valer el principio de “contaminar y pagar”, en este caso “contaminar y compensar”. Ese es tal vez el mayor peligro y riesgo detrás del concepto y visión de la carbono neutralidad.
Por otra parte, resulta discutible el mecanismo físico de pretender compensar emisiones que se producen en un lugar determinado, con actividades o procesos de captación de CO2 que ocurrirían a mucha distancia del sitio de emisión. Esto, en la mayoría de las ocasiones, no funcionaría.
¿Cuál debe ser entonces el modelo para seguir: la carbono neutralidad o una sociedad totalmente libre de carbono? Si realmente queremos el óptimo, si buscamos el máximo posible, debemos aceptar que la meta final debería ser una sociedad libre de emisiones de CO2, un sistema productivo y de transporte que opere en su totalidad con energías renovables (solar, eólica, biomasa, hidroeléctrica, geotérmica, marina, biocombustibles, etc.).
La verdad es que ya no estamos para medias tintas, para soluciones paliativas, para seguir “pateando la bola para adelante”. La meta en el largo plazo deben ser matrices energéticas completamente renovables en todos los países, tanto en generación de electricidad como en transporte público y privado. El planeta y el ambiente no pueden aceptar menos que eso.