A partir del trabajo Desigualdades, enclaves estructurales de violencias y juvenicidios en Costa Rica he tenido la oportunidad de profundizar en algunas relaciones que se tejen alrededor de las muertes violentas de jóvenes, asociadas a factores como la caída en picada de distintos indicadores de desarrollo humano, nacional, cantonal y distrital. El desempleo, la calidad del trabajo existente, la pobreza multidimensional y la desigualdad material y simbólica fueron marcos también de referencia, para finalmente explorar cómo la diferenciación por cuestiones de “raza”, la clase y el origen étnico o geográfico podrían, de igual manera, ser elementos capitales para entender la re- producción y el avance de estas formas de violencia.
Hallazgos. Entre el año 2010 y el I primer semestre del año 2016 han ocurrido 1.731 juvenicidios en Costa Rica u homicidios vinculados a la violencia estructural que se intersecan (se cruzan) (Crenswha) con otras de orden cotidiano contra los jóvenes, como es el patriarcado, la violencia física, emocional, sexual o religiosa, la preferencia sexual o ideológica que se infringe contra sus gustos, consumos, imaginarios o sentidos del mundo. La dimensión del crimen organizado es una arista, de naturaleza parasitaria, frente a la acumulación de estas otras formas de violencias y desigualdades. Y, por ende, no la única, ni la más importante, como lo quiere asumir el propio Estado y los medios de comunicación masiva.
Aunque son menos, mueren más
En el año 2015, se produjeron más homicidios contra jóvenes, que contra cualquier otro grupo de edad de la población. La proporción permite evidenciar que el 40% de la población joven absorbió el 60% de los homicidios ocurridos. Lo anterior no es casual, si se sabe que el 65% de quienes padecen pobreza multidimensional (el 26,2% de la población total), son niños y jóvenes. En ese sentido la probabilidad de que un joven muera por un hecho violento asociado a sus condiciones materiales y simbólicas de existencia, fue más del doble en San José si se compara con la población total, donde por cada 100 mil habitantes se cometieron 11 homicidios a jóvenes, contra 5 a no jóvenes. O en Limón, allí se cometieron 14 homicidios a jóvenes, contra 7 a no jóvenes. En general, por cada 64 homicidios a no jóvenes, ocurrieron 155 juvenicidios solo en el año 2015, una relación de 2 a 5 aproximadamente. Pero si se analiza estas muertes en su relación con la población de jóvenes a nivel nacional, lo anterior se profundiza. En Limón por ejemplo, la tasa fue del 37 entre jóvenes, contra el 12,66 de no jóvenes. Es decir la probabilidad de ser víctima de homicidio para un joven en Limón es del triple frente a cualquier otro grupo de edad. El 80% de las víctimas son de origen costarricense, y el 15% de origen nicaragüense.
Los matan y se matan
El 80% de los presuntos homicidas son personas entre los 14 y los 34 años de edad.
Limón y San José a la par de Jamaica y Guatemala
En la Zona Atlántica, casi todos los distritos tienen presencia de juvenicidios. Esto no es gratuito, Limón, en el año 2015, se ubicó con tasas de homicidio doloso a la par de Guatemala y Jamaica, ubicándose con tasas más altas que ciudades como Gaytacazes (Brasil) 36,16, Durabn (Suráfrica) 35,93 o Pereira (Colombia) 32,58. San José en ese sentido concentró regiones muy importantes, con tasas superiores a ciudades como Obregón (México) 28,29, o Maracaibo (Venezuela) 28,85, especialmente Pavas, Desamparados, Hatillo, Alajuelita, Uruca, como las más importantes. San José tuvo en ese año una tasa de 28 juvenicidios por cada 100.000 mil habitantes. Enclaves de desigualdad y geografías de las violencias. La violencia de no tener para comer, un espacio físico que habitar, un seguro social que les pueda cubrir, un laboratorio de cómputo para aprender, un trabajo para enfrentar su existencia material y moral (sentido de ser) es la más profunda de las violencias, y hoy la padecen con mayor intensidad los jóvenes.
La clase, la etnia y el origen. El estudio evidenció cómo los territorios que históricamente han sufrido el abandono del Estado, donde las comunidades perciben procesos de segregación y diferenciación étnica, de clase, origen de procedencia y “raza” profunda, hoy se cruzan con otras formas de desigualdad, las cuales se traducen en verdaderos necro-territorios (Mbembe), especialmente para los jóvenes. Frente al deterioro de las condiciones laborales, educativas, y del alejamiento histórico del estado de estas regiones, en donde sus horizontes son cada vez más restringidos, los muchachos con una profunda fragilidad, hoy disponen sus cuerpos para donarlos a un negocio que los coloca en el último eslabón de una cadena, en donde el capítulo final está siendo cada vez la muerte y la cárcel.