Opinión

Juan Diego Castro y la oleada post-Trump en Costa Rica

El inicio del 2017 se vio sacudido por el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos.

El inicio del 2017 se vio sacudido por el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Desde entonces, lo que parecía ser un mal chiste ha asaltado la política internacional, revitalizando los deambulantes fantasmas del fascismo y a una forma concreta de política electoral. Las elecciones venideras en Francia, Holanda, Alemania, Ecuador y otros países occidentales, suman ahora el ingrediente de la derecha como un elemento de la ecuación democrática, normalizando de esta forma lo que hasta hace poco se consideraba como un extremo. Esta variación en la intensidad del espectro político, parece surgir de la fractura entre las formas de acumulación neoliberal y su sostén democrático, el cual ha cedido a una nueva forma de ejercicio político, donde el semblante autoritario y xenófobo tiende a ganar la significación de las crisis económicas y representativas en diversos territorios.
Costa Rica no se exime de la oleada post-Trump. Entre “memes”, portadas de periódicos sensacionalistas y desesperadas campañas políticas, el espectro Trump asoma de cara a los comicios electorales del 2018. El Movimiento Libertario ha sido explícito al respecto: el diseño de su campaña comparte la paleta de colores del Partido Republicano estadounidense, el gesto de Otto Guevara en el banner principal simula gestualidades similares a las utilizadas por Trump y en sus declaraciones, el candidato ha afirmado que el camino trazado por el ahora presidente de Estados Unidos, es óptimo para el ordenamiento de la caótica situación nacional. A pesar de lo anterior, la erosión histórica de la figura de Otto Guevara y del Movimiento Libertario en conjunto, hacen que esta imitación exportada sea leída como ridícula, condenándola a la impopularidad y la bufonería.
Al lado de este fallido intento del Movimiento Libertario, un mediatizado abogado penalista ha decidido emprender el camino a la presidencia con características comparables a la modalidad Trump. Juan Diego Castro ha confirmado este 18 de febrero su lugar dentro en la papeleta electoral para el 2018, y los comentarios de apoyo en su página de Facebook han tenido un crecimiento espumoso. La aparición de Castro introduce para muchos de sus seguidores y seguidoras la política del orden, lo punitivo como principio de justicia. Esta apreciación ciudadana es correspondida por el candidato trazando límites entre lo ciudadano y lo criminal, apelando a la cero tolerancia, a la renovación “sin peros”, a la represión, a la inexistencia de partidos políticos, a la limpieza del desastre . Carentes de propuestas políticas concretas, estos actos enunciativos prometen en resumen la higienización del conflicto social en el país, situación complicada si consideramos que el proceso de limpieza posiciona de inmediato a un otro como suciedad, como el culpable del “desastre”. En el caso de las políticas nacionalistas en los Estados Unidos, este otro amenazante es encarnado en la figura del migrante, mientras que en el caso costarricense, Juan Diego Castro empieza a delinear una relación análoga en la díada ciudadano-delincuente, dejando en suspenso a quienes integrarán en el último conjunto.
Así, la política del orden y el juego de relaciones entre los ciudadanos y los otros amenazantes, forman una dinámica a considerar al momento de establecer comparaciones entre las formas de propaganda política de Juan Diego Castro, y las modalidades de política electoral asociadas a Donald Trump y la derecha internacional.
Teniendo como escenario el ascenso del fascismo italiano, Antonio Gramsci nos alertaba décadas atrás sobre los peligros que asechan los tiempos de indeterminación política; de tal forma afirmaba el filósofo que cuando “El viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer, en ese claroscuro, es donde surgen los monstruos”. Parece que la oleada post-Trump ha llegado a acariciar las costas de la política electoral en el país, en medio de un claroscuro donde el progresismo ha perdido la capacidad de explicar el conflicto social y económico, al tiempo en el que figuras como Juan Diego Castro levantan la mano para dar respuestas.

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