Como no quiero entrar en la onda de los medios de divulgación digital en los cuales todo el mundo publica, pues le dan voz a la más irrelevantes de las nimiedades y la más obtusas de las estupideces, escribo estas líneas para los seres queridos. En otras palabras, odiaría ser de los que hablan porque pueden, pero no tienen qué decir. Si cometo ese pecado, que me juzguen los que bien me quieren, pues serán mucho más benevolentes.
Escribo sobre Joker, así sin el artículo masculino definido (desde su creación en abril del 40 hemos leído: The Joker o El Guasón) y en inglés, porque la colonización que se disfraza de globalización posibilita que olvidemos su nombre en castellano o, mejor dicho, en español latinoamericano (así como el de Bruno Díaz). Aunque así sea, escribiré “el Guasón”, ya que estas líneas serán sobre la película principalmente, pero también haré referencia a algunas de las historietas (que debería llamar cómics) y sobre todo al mundo, sin el cual la película no tendría sentido. Y yo ese mundo, lo aprendí a comprender en español.
Lo primero que se debe tener claro es que la película es una obra de arte. ¿Por qué? Porque cumple el cometido del arte según mi subjetiva, y harto cargada ideológicamente, opinión. La película nos hace hablar de ella, y cuando lo hacemos reflexionamos, y cuando una obra de arte nos hace reflexionar, dio un paso al frente de lo que es apenas masturbación estética (en lo que se quedan algunas de las escenas de la última de Tarantino). Es decir, algún nervio tocó. La pregunta que cabe hacer es si ese nervio pertenece al sistema neural de los que se dedican al sétimo arte, al mundo de las historietas, o al de cualquier cristiano que se le ocurre, simplemente, preocuparse por los tiempos en los que vive.
Soy partidario de que ella toca todas esas diferentes terminaciones nerviosas, y lo hace profundamente. De la primera, diré muy poco porque sé muy poco. Creo que cada escena está tan bien pensada que merece la pena verla simplemente por la fotografía. Los locales y el vestuario tienen un papel protagónico y permiten que el actor estelar (que es la cereza del queque) se luzca a un nivel más allá del que estamos acostumbrados. Quisiera decir que la música es importante, pero no lo es. Es medular. El personaje no existiría sin ella, así como la película tampoco lo haría. Hay que verla con buen sonido y degustar las escenas de baile, que son una claraboya al humor del protagonista.
A los que nos gustan las historietas, nos dio de qué hablar. Muchos de mis amigos piensan que soy fanático de todas y cualquier tipo de historietas, pero en realidad soy fanático de Batman, y sobre todo de lo que se conoce como la etapa psicologista que impulsa El Caballero de la Noche retorna, de Frank Miller en 1986, y que la trilogía de los hermanos Nolan captó con detalle. No importan los acontecimientos, sino sus causas. No importan las características de los personajes (después de 70 años, deberíamos conocerlas detalladamente), sino las razones psicológicas detrás de ellas.
Joker es un paso más al frente dentro de esta tradición de buscar el porqué de un personaje tan paradójico en sí mismo. De esta vez no fueron productos químicos desconocidos capaces de mudar la fisionomía y la psique del desdichado que tuviera que, por voluntad o contra ella, consumirse en ellos. Ahora son causas psicológicas y sociales las que llevan al personaje principal a ser ese conglomerado de incongruencias en que llegará a convertirse.
Pero no nos adelantemos. La película tiene múltiples guiños con las historietas, y quien las acompaña los irá observando. Al final de cuentas, DC está detrás de esta nueva muestra y no iba a permitir que, aunque innovadora, se inventara un universo totalmente ajeno a las características de uno de los villanos más famosos del siglo XX. Quien se interesa por estos temas, podría comprarse algunos libros de Batman, y disfrutar un poco más la peli.
Ahora, vayamos al nervio que más maltrató la película: su crítica social. Cuando digo “crítica” me refiero, en un sentido amplio, a tener como referencia problemas sociales actuales, y no los virtuales de las historietas (como en la década de los 50, cuando se luchaba contra marcianos). Las preguntas que caben son: ¿muestra la película una realidad fidedigna de acontecimientos de 1981, o por lo menos, acontecimientos a los cuales nos podamos relacionar? ¿Es la reacción del personaje comprensible a partir de esos acontecimientos?
Antes de responder, veamos, primero, que ya estamos haciendo dos preguntas serias sobre la película. Así que podemos concluir que: uno, no hay que saber nada de las historietas de Batman para disfrutar la película y entenderla; dos, quien siga pensando que las historietas son cosas de niños debería de replantearse el mundo en el que vive.
Volvamos a las preguntas. Creo que hay dos líneas conductoras que merecen la pena seguir para responderlas. La primera es sobre la sociedad que muestra, la segunda sobre los aspectos psicológicos que, en su mayoría, se achacan a la sociedad que se muestra. La película simplemente refleja la realidad de gente que trabaja día a día, va en el subterráneo, en el bus, necesita del Estado, de ayuda social y venera el tótem de la televisión en el altar de la sala de casa. O sea, no está reflejando eventos exactos ni históricos, simplemente muestra la realidad de millones de trabajadores que a diario salen a buscar el sustento con el cual pueden tener una vida mediocre.
Tal vez la mayor diferencia es que cuarenta años después, no se ve tele en familia, sino que cada uno de nosotros nos ligamos al celular a acceder a cualquier tipo de información, desnecesaria en su mayoría, por separado. En ambos casos, sin embargo, la influencia sobre nuestra opinión que ha tenido la televisión y la Internet sí que es retratada en la película.
A diferencia de las historietas, Thomas Wayne, el padre del Hombre-murciélago, no es mostrado como un filántropo, dadivoso, rico y bonachón. Es retratado como un egocéntrico y oportunista político que busca elegirse alcalde de ciudad Gótica a partir de promesas de salvar a esos pobres que no podrán salvarse a sí mismos. Así justificaba Rousseau (en El origen de la desigualdad entre los hombres) el colonialismo africano: los pueblos nativos no saben gobernarse, hay que ser buenitos y ayudarles… gobernémoslos.
Ya es de llamar la atención que en un país en donde gobierna un enfermo mental se tengan las agallas de burlarse de su índole y de su calaña. Más admirable aún es la de apuntar directamente contra la falsedad del discurso meritocrático con el cual se abanderan las sociedades capitalistas neoliberales que no solo destruyeron el Estado de Bienestar, pues además venden el humo de que está en nosotros la capacidad de superar nuestras circunstancias. Pero ese “nosotros” es un “nosotros” solitos sin la ayuda de los demás. Ese humo falaz nos cuenta una mentira que destruye la base misma de una visión social de ayuda colectiva, y nos quiere convencer de que solitos podremos ser alguien. Pero alguien dentro de los parámetros de las profesiones liberales que son las únicas que nos liberan, pues nos permiten tener, y tener hoy en día es sinónimo de ser.
Byung-Chul Han escribió que “quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. […] En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”. Y esa es la apuesta de la película para poder hilar la historia de un sujeto que tiene varias opciones al frente, y escoge una de ellas.
Albert Camus en El hombre rebelde distinguió al anarquista, al nihilista y al rebelde. El primero quiere ver el circo quemarse, porque no quiere ser gobernado, las cosas, al final de cuentas, se ordenarán de manera fluida. El nihilista (nihil: nada) quiere ver el circo arder porque no cree ni defiende nada. Simplemente no hay orden, y si lo hay poco importa, pues no importa nada. Finalmente, el rebelde quema el circo, para construir uno mejor. El Guasón camina del nihilismo a la rebeldía sin proponérselo, porque quienes le dan sentido son quienes lo admiran. Él poco quiere de todo aquello, a no ser crear un sinsentido que armonice con el sinsentido propio de su subjetividad.
En el Segundo Manifiesto Surrealista, André Bretón caracterizó el acto surrealista más simple así: “…consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo”. Parecen palabras salidas de la boca de Arthur Fleck, si cambiamos “degradación y embrutecimiento” por “desvaloración y apatía”. Al final de cuentas, lo que él reclama es la falta de empatía de todos ante su sufrimiento.
Y es aquí donde llegamos a la segunda pregunta. ¿Se justifica su actuar? La violencia nunca se justifica. Y el filme lo que busca es mostrar la violencia que sufren muchos cada día, pero que se acepta como parte de nuestra condición se seres humanos contemporáneos. Es normal embutirnos como sardinas en artefactos hechos de metal para trasladarnos a lugares en los cuales no queremos estar y hacer lo que sea, para que otros usufructúen de nuestras acciones.
Es normal que el rico justifique la situación del pobre por su incapacidad de ser como los Wayne. Así mata dos pájaros de un tiro: justifica dominarlos como ganado, e impide la ascensión de clases porque parece que el pobre está destinado a ser pobre (como si estuviéramos frente a un sistema de castas). Si la mejor movida que el Diablo alguna vez hizo fue hacerle creer al mundo que él no existía, la mejor movida del capitalismo fue hacerle creer a las clases bajas que ese era su lugar perenne. A esto Marx lo llamó “ideología”.
Pero la condición del personaje principal está agravada por una patología psicológica. Y este es la segunda línea de lectura que me permite responder a la segunda pregunta. Primero debo decir que hay dos motivos por los cuales la película me pudo tocar en el ámbito personal; es tan obvio, que si ustedes me conocen ya lo saben, así que prescindo de su mención. El segundo es mi absoluta simpatía (sim: igual; pathos: sentimientos) por quien en algún momento de su caminar no le halla el sentido a las cosas, a la vida y/o al universo. Esa maldita paradoja que nos juega la razón, que cuando llevaba al límite, no entiende de qué va la cosa. Y es que la razón no se manda sola, y las emociones se unen a esa sensación de vacío que permea el mundo de quien está en ese modo de desvalor, y le hace ser indiferente a TODO (con mayúscula, porque nada se le escapa).
Émile Durkheim, uno de los tres padres de la sociología, le dedicó dos tomos al suicidio. Camus decía que era el problema filosófico por excelencia. El Guasón enamora la idea desde que consigue un arma, que le fue entregada por esa especie de amigo que te coge (sin invitarte a cenar) para después negarlo. Esa condición que lleva a muchos a estar al borde de la existencia misma y muchas veces (por desgracia) a saltar hacia el otro lado. Esa es una de las tantas condiciones que el villano manifiesta, y que se maximiza a partir de la opresión de una sociedad que le tiene reservado el espacio de quien nunca va a ser nadie, y cuya ausencia nadie, absolutamente nadie, percibirá, pues tampoco se percibe su presencia.
La lucha de clases y las enfermedades psicológicas de la sociedad contemporánea son temas tabúes en el cine estadounidense. Joker los une para fundamentar la formación de uno de los villanos más conocidos del cine (tal vez solo igualable a Darth Vader). Y es que el Guasón nos cautiva como la irracionalidad de Don Quijote: en el fondo (y a veces ese fondo es raso), todos hemos pasado por alguna etapa en la cual podemos entender la loquera de quien le quiere prender fuego al circo por el simple placer de verlo arder.
Espero que de alguna manera la película incomode, sobre todo a aquellos que intentarán minimizar los temas que ella toca, aunque sea de pasada. Esos susurros del filme hacen, como consecuencia casi necesaria, que al menos tengamos que hablar de ellos (v. gr., todas las mujeres, menos la madre del Guasón y de Batman, son negras; o el machismo violento de los burguesitos del tren). Por ejemplo, muchos han apuntado que el protagonista es simplemente un hombre blanco (racista y misógino) llorando por no alcanzar el estatus que siente que se merece.
Yo pienso que se pueden jerarquizar las opresiones, y la que me parece más universal es la de las clases privilegiadas hacia los desfavorecidos, después busco colocar los actos racistas, sexistas y/o especistas. Pero ninguno de estos tiene sentido si es descontextualizado de la materialidad de la lucha de clases que permea cualquier actividad humana. Abstraer el mensaje de la película simplemente a esas críticas nos hace desviar la mirada hacia una postura más fuerte de la propuesta. Pero, como dije anteriormente, por lo menos nos hará discutir sobre esos temas, lo que es ya un gran avance en comparación de las conversaciones sobre el sexo que inspiraba Game of Thrones.
No justifico ni comparto la violencia del Guasón, pero me cautiva el discurso con el cual se explicó su accionar, pues considero que describe los elementos de desesperación de quien, por razones materiales, ve su mundo desmoronarse y solo recibe burlas de la sociedad que debería tenderle la mano. Unió causas psicológicas con causas materiales. Las primeras las ridiculiza solo quien nunca sintió, interiormente, el peso del mundo en sus hombros. No es por nada que el primer consejo al tratar con un depresivo es que quien nunca sufrió de depresión es incapaz de comprenderlo. Es como tratar de entender el daltonismo, intentamos una aproximación hipotética, pero quien distingue bien el espectro luminario, nunca tendrá idea.
Ya las causas materiales que presenta la película las minimizará quien nunca fue a la Caja Costarricense del Seguro Social a tratarse, quien nunca llegó al día veinte del mes llorando porque faltan diez días más para el siguiente pago, quien no percibió que hoy en día Costa Rica se tornó en un circo colorido de miles de pequeños centros comerciales en los que brillan marcas extranjeras y a los cuales solo tendrán acceso aquellos que trabajan de lunes a sábado para correr a endeudarse los domingos.
Yo personalmente sospecharé de quien quiera minimizar esa insinuación de rebelión para mudar el statu quo que hace la película, pues en eso sigo a Bertolt Brecht cuando escribió: “Para aquellos que tienen una buena posición social, hablar de comida es algo bajo. Es comprensible: ya comieron”.