La primera declaración del Presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, sobre la recaptura del conocido como “Chapo Guzmán” tuvo al menos un mérito. Llamó al criminal por su nombre ciudadano: Joaquín Guzmán Loera. En Costa Rica, en cambio, La Nación S.A. titula con frecuencia lances de un “Macho Coca” cuyo nombre civil es, al parecer, Gilbert Bell Fernández. Joaquín Guzmán es delincuente sentenciado por tribunales mexicanos. Bell Fernández sufre prisión preventiva por sospechársele delitos. Por ahora sigue siendo un ciudadano con derecho a ser designado por su nombre y no por “alias” que él declara, además, falsos. Pero ya quedó como “Macho Coca” y el mote influirá en los fallos judiciales que se tomen acerca de sus acciones. Excepto que la fiscalía (con apoyo policial) imite a la que presentó las causas contra el expresidente Rodríguez o los asesinos de Jairo Mora. Si es así, el empresario Bell Fernández será declarado inocente al no haber prueba jurídica contra él.
La parte turbia de la declaración del Presidente mexicano fue la más extensa: habló de un Estado mexicano competente y sin mácula. No es ni uno ni otro. Corrupción y venalidad lo saturan. Como muestra, digamos que Guzmán Loera creció como faraón del narco y otros crímenes dirigiendo su organización ¡desde la cárcel! Añadamos que en su nueva captura cooperó la DEA estadounidense (agencia que el político mexicano no mencionó) interesada en la extradición del delincuente. EUA suele presionar de diversas maneras a los gobiernos latinoamericanos y estos muestran casi siempre su capacidad ¡para soportar y agradecer estas presiones!
Costa Rica, al menos durante la administración Solís, es excepción en el anterior panorama triste. No solo acepta y agradece presiones, sino que es proactiva respecto de ellas. Inicia su acción antes de recibir el guiño o el ladrido. Como en Venezuela grupos y personalidades de oposición (que ganaron limpiamente una elección parlamentaria en el marco de las leyes venezolanas) estiman que la de ellos es una guerra, o sea que el Presidente y quienquiera que huela a Chávez es un enemigo, el gobierno de Costa Rica, vía su Ministro de Relaciones Exteriores, llama a autoridades electorales y partidarias de Venezuela, y a su Gobierno, por el momento constitucional, a abstenerse de comprometer el voto popular. Lo que hace la autoridad electoral venezolana es examinar si tres candidatos opositores que resultaron electos estaban a derecho. Atiende la presentación de un recurso legal. A la fecha, no se ha resuelto. Abogados discuten la admisión del recurso. No está comprometida la mayoría de la oposición en la Asamblea Nacional.
La Nación S.A. elogia en editorial del 8 de enero el llamado del Gobierno costarricense. Le parece ser “fiel expresión de los más caros valores nacionales”. Puede ser, aunque es disputable. Pero el planteamiento del Canciller no tiene como interlocutor a estos caros valores, sino al Estado y Gobierno constitucionales de Venezuela. Con razón Venezuela lo valora un irrespeto y una injerencia que “desconoce los Poderes Públicos de un Estado soberano”. El Gobierno de Costa Rica puede, si lo desea, llevar su posición a la Asamblea General de la OEA. Allí se votará, en sesión ordinaria o extraordinaria. Pero no es propio arrimar carbón al incendio que podría producirse en Venezuela. Allí ganó la oposición y es mayoría en su poder legislativo. Pero ni el Gobierno Central (constitucionalmente reemplazable) ni las instituciones han desaparecido. Mantienen jurisdicciones y ejercen las acciones que les competen. Es legítimo contribuir a animar un debate o diálogo entre los sin duda enfrentados. Por lo demás, Venezuela carece de tradición democrática. Es tiempo de que sus fuerzas internas la vayan construyendo.
La administración Solís ha sido elegida por los sinvergüenzas de siempre para que depure efectos de la tosquedad política de las “familias gobernantes tradicionales” de los al menos últimos 30 años. Pero nadie, excepto La Nación S.A. le exige asumir los estereotipos de “gallinero” de la geopolítica de Estados Unidos en el área. De hecho, alejarse de la obsecuencia hizo que una de sus figuras políticas ganase un Premio Nobel. Conviene recordarlo. En especial al Canciller. Su toma de partido en Venezuela no favorece al país. Y es dudoso que lo beneficie a él si se ve como candidato en las ya inminentes elecciones.