Opinión

Inmiscuirse en Guayasamín: breve radiografía

El arte de Oswaldo Guayasamín es como un clavo que se va incrustando cada vez más adentro de su contexto

El arte de Oswaldo Guayasamín es como un clavo que se va incrustando cada vez más adentro de su contexto: Latinoamérica consistió en la premisa fundamental de su accionar vital. Arte, en la afirmación anterior, debe comprenderse de forma amplia: su obra pictórica tiene, como eje central, un posicionamiento político alrededor de su concepción de la condición humana, y los efectos que el contexto cultural y socioeconómico generan sobre ella. Esto nos presenta un panorama extenso; sin embargo, debemos enfocarnos en esta pequeña reflexión en la faceta de Guayasamín como militante pictórico de la dignidad humana.

En medio de un contexto nacional e internacional convulso –sangrienta derrota de la República Española, Nazismo, invasión peruana al sur de Ecuador–, Guayasamín realiza su primera exposición en Quito en la galería Caspicara, gracias a gestiones del maestro Eduardo Kingman. Luego de varios años de crecimiento dentro de la escena artística ecuatoriana, el turning point en su carrera se da cuando presenta una muestra en Guayaquil, a la cual asiste Nelson Rockefeller, quien fungía como director de la Oficina de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado de Estados Unidos. Rockefeller queda encantado de su obra, le compra cuatro cuadros y le gestiona una invitación por parte del Departamento de Estado para visitar Estados Unidos. Allí ve por primera vez obras de grandes maestros como Goya y El Greco; además, expone en el Museo de San Francisco junto al brasileño Cândido Portinari. Luego de varios meses de gira, pasa al México de los muralistas y trabaja como asistente de José Clemente Orozco; además, entabla amistad con Pablo Neruda.

Huacayñán –palabra quichua que significa camino del llanto– es el nombre de su primera gran serie, cuyo sustento se ubica en un viaje por Sudamérica que emprendió el artista en 1944. De forma meticulosa fue registrando los rostros quemados por el sol y el viento, las manos vejadas por la faena agrícola, los ojos sangrientos de las personas esclavizadas en la Minas de Potosí:  “Me estoy preparando para pintar todo lo que estoy viendo –escribirá en una carta–, tomo notas en mi cuaderno de apuntes y en mi álbum de dibujos”.

¿Cuál sería el resultado de un Huacayñán a través de la Costa Rica del 2017? Notablemente, tendríamos un resultado pictórico signado por la explotación laboral en la agroindustria, por cuerpos bañados en agroquímicos, por una expansión piñera que amenaza nuestros recursos  vitales, por una creciente desigualdad social, por la  fracasada guerra contra el narcotráfico, etc. El Huacayñán sudamericano de Guayasamín expresó pictóricamente la diversa composición del subcontinente: lo mestizo, lo indígena y lo negro tienen trayectorias históricas diferentes, a las cuales el artista intentó aproximarse bajo su canon estético. El Huacayñán costarricense debe sacudirse de la pretensión homogeneizante del discurso de la especificidad, de esa supuesta Suiza centroamericana que se quiso distante de su verdadera composición étnica e histórica. ¡Vaya que sí tenemos en Centroamérica un camino del llanto, del cual Costa Rica ha sido parte!

En 1953 Huacayñán se exhibe con bombos y platillos en el Museo de Bellas Artes de Caracas. En 1956 El ataúd blanco –cuadro perteneciente a Huacayñán– obtiene el primer lugar en la Bienal Hispanoamericana de Barcelona. Aprovecha el viaje para recorrer una España que muestra aún las cicatrices de la Guerra Civil, de lo cual surgirá una de sus obras maestras: los mutilados. En 1957 obtiene el premio Mejor Artista Sudamericano en la Bienal de São Paulo, y tres años después ganará el Gran Premio de la Bienal de México.

Sus dos últimos grandes movimientos se los dedica a La Ira y La Ternura, elementos contrapuestos pero conexos. La frustración e indignación que expone en cuadros como Lágrimas de sangre, Homenaje a Nicaragua y Reunión en el Pentágono,  desembocará años después en un explosivo reclamo por amor y sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno.

A pesar de vivir escenarios críticos en este arranque del siglo XXI, también podemos y debemos identificar espacios de esperanza, allí donde encontramos a personas que, a pesar de sentir nuestra misma desesperanza y temor, tienen también la fuerza y el deseo de enfrentar los miedos, individuales y colectivos, a través de la organización y la acción política en distintos espacios. En fin, aquellos espacios de militancia por la dignidad.

Referencias:

Cuvi, P. (2012). Guayasamín, el poder de la pintura. Quito: Santillana S.A y Fundación Guayasamín.

 

 

 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido