Opinión

Es imposible un Estado laico en Costa Rica. IV

Las superestructuras son la región de significado y sentido de una sociedad especifica.

Las superestructuras son la región de significado y sentido de una sociedad especifica. Compuestas por delimitaciones dicotómicas se construyen con el paso del tiempo por medio de agregados generacionales, intencionales unos, otros institucionalizados por recurrencia, dando lugar a condiciones de vinculación dentro de los múltiples escenarios por los que transitamos y habitamos.
Los significados superestructurales se articulan, con el paso de nuestras vivencias, para dar lugar a formas reconocibles de identidad personal. Somos, en tanto personas específicas, síntesis de determinaciones culturales diversas y diferenciables que se corporalizan y experiencian en relaciones interpersonales y contextuales.
Nuestro modo de ser persona es resultado de la objetividad subjetivizada y subjetividad objetivada. Por ello nuestro modo de proceder, en los distintos escenarios de cotidianidad, resulta ser comprensible y valorable, aceptable o no es indiferente pero importante, en las relaciones que contraemos y para con quien las contraemos.
Nuestras diversas formas de vinculación con otros, tanto las íntimas como impersonales, responden a los mismos condicionamientos a la base de nuestra identidad y relaciones de cotidianidad.
La efectividad social de esas relaciones supone un ejercicio particular de nuestra inteligencia y sus facultades. Por ello mismo, nuestra actualización permanente de referentes de ser y actuar se enfrenta a situaciones de realización, tanto como de frustración de sus expectativas. No es difícil comprender con ello la vivencia de situaciones de desilusión asfixiante a las que se pueden enfrentar los más legítimos anhelos.
Las épocas históricas no se componen de aspiraciones, sino de conductas humanas. Estas, al materializar en comportamientos específicos los significados, constituyen experiencias inmediatas de corporalidad nos provocan conciencia de lo que somos y vivimos. Nuestra conciencia es fruto de la experiencia de nuestra corporalidad.
Si por una vicisitud, en ocasiones recreativa, cesa esa experiencia, cesa nuestra conciencia. Con ello, nuestro modo consciente de ser es un modo de estar, en la momentaneidad de un lugar. Por ello, es de esperar que no seamos lo que fuimos, ni lo que seremos.
En el contexto social se visualiza nuestro modo ser y los límites. No en balde nuestros fracasos nos llevan a cambiar lo que somos y como actuamos. El sufrimiento enseña más que la alegría.
Estamos pues expuestos a cambios, pero nunca súbitos, ni antojadizos. Esos cambios son solo posibles dentro de las delimitaciones de significados existentes en una realidad histórica específica.
Nuestra conciencia puede llevarnos a proponer cambios de actitud y valoración hacia lo otro y el otro con quien nos vinculamos; pero los condicionamientos existentes hoy limitan la efectividad de esas propuestas, pues ellos no trascienden los límites de la época; sino que los sostienen.
Se produce así un fenómeno de resistencia a cambios identitarios que impacta el vínculo funcional entre a sociedad civil y la política limitando, la voluntad política de materializar un Estado no confesional.

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