Daniel Goleman popularizó el concepto “inteligencia emocional”, no quien lo introduce, pues antes que él algunos habían teorizado al respecto. La inteligencia emocional demanda una serie de capacidades, entre ellas la capacidad de reconocer las emociones propias y las emociones de otras personas; la capacidad de controlar las emociones; la capacidad para motivarse (el auto es innecesario) y la capacidad para manejar las relaciones interpersonales. Es importante aclarar que no existe inteligencia emocional sin la habilidad cognitiva para manifestarla. Expresar emociones de forma acertada es una habilidad cognitiva, no emocional.
Inteligencia emocional es un concepto muy conocido, pero arrastra cierta mala interpretación. Muchos califican de persona emocionalmente inteligente a aquella que gasta el día socializando y sonriendo constantemente o, como diría Moss, narcotizando con fantasías positivas sobre la vida; pero no es así. La inteligencia emocional no consiste en pasar el día en un derroche de saludos o con una sonrisa profesional al estilo Morgan… Pero algunos se valen de este concepto y lo equiparan con “persona sociable”. Una persona emocionalmente sociable es también aquella que comparte tardes de café burocrático, de chismes entre pasillos, de comidillas humanas al carboncillo, e incluso de maquiavélicas serruchadas de piso entre colegas… Aquí lo que hay es ignorancia emocional, epidemia invasiva en el campo laboral.
La ignorancia emocional es una actitud mediocre porque logra traslapar actitudes hostiles bajo el concepto de sociabilidad. La ignorancia emocional encuentra un refugio seguro con otras personas que sufren esta misma embolia emocional, logrando una alianza emocional negativa. De esta precariedad emocional afloran alianzas negativas cuya meta es degradar a otras personas. El problema es más enconoso cuando estas alianzas emocionales precarias se convierten en medios espurios para impedir el crecimiento profesional de muchas personas.
Esta ignorancia emocional produce un ambiente laboral negativo porque imposibilita ver cualidades en las personas que no son parte de cierto condominio emocional (grupitos). Estas alianzas mediocres intentan desestabilizar a personas que nos caen mal, independientemente de sus cualidades personales y profesionales, que nunca intentamos ni siquiera conocer. Es un juego emocional que impide el crecimiento profesional de muchos y justifica indirectamente la mediocridad laboral porque cualquier propuesta innovadora que no provenga de los grupitos emocionales se rechaza o no encuentra nunca suficiente apoyo. Y en este juego de alianzas emocionales mediocres nos olvidamos de nuestro objetivo profesional fundamental: ejercer nuestra profesión con esmero, con dedicación, con seriedad, con compromiso para el bien de una institución.
El desafío racional consiste en aprender a liderar emociones. Lideramos emociones cuando somos capaces de reconocer en los demás cualidades y habilidades que no poseemos, cuando reconocemos que otros aportes son mejores que los nuestros, pero principalmente cuando reconocemos que grandes aportes provienen de aquellas personas a las que no les tenemos estima alguna. El liderazgo emocional demanda practicar constantemente valores éticos fundamentales de reconocimiento y respeto de las cualidades y habilidades de otras personas.
Liderar emociones es la pequeña gran entrada para trabajar en equipo. El trabajo en equipo permite hacer cambios positivos dentro de un ambiente laboral. En un equipo de trabajo prevalece el compromiso por alcanzar una meta común: el individualismo se transforma en cooperación, el reconocimiento propio en reconocimiento de equipo, los objetivos personales en logros colectivos, las actitudes reactivas en actitudes proactivas. Contrario a un grupo de trabajo, donde prevalece el individualismo y muchas veces la mezquindad.
Las camaraderías emocionales provocan que exista una esclerosis progresiva de las ideas, un entumecimiento racional que no beneficia el crecimiento de una organización o institución. Gestionar cambios positivos dentro de un ambiente laboral nos obliga a dejar el pañal en casa, y por vez primera ejercer correctamente nuestra profesión. Odiamos la grandeza de los demás porque nos recuerda a cada instante nuestra infinita mediocridad. Superar este trastorno es crecer emocionalmente.