No podemos olvidar las enseñanzas de los grandes maestros. Y uno de los más célebres, el sabio Sócrates, nos enseñó que la ignorancia es la raíz de todos los males.
La sabiduría depende de nuestra capacidad de pensar y razonar, y es cierto lo que nos enseñó el Maestro, sin ella no podemos darle respuesta a los grandes males ni a los grandes problemas de un país. La ignorancia no solo impide cultivar el pensamiento y enriquecer la razón, impide y bloquea la evolución de la sabiduría. En consecuencia, si esta superpandemia se traga nuestra capacidad de pensar, devora nuestra razón y nos arrebata prematuramente el don de la sabiduría, estará destruyendo las principales armas políticas para enfrentar el reto de presidir un gobierno. Nos estará obligando a tirar al cajón de la basura, las herramientas fundamentales para poder gobernar como mejor lo haría la razón y la sabiduría.
La ignorancia puede resultar tolerable y aceptable en un ciudadano común y corriente, porque el daño que produce es de menor cuantía, y el daño mayor, tal vez sin darse cuenta, se lo hace a sí mismo. Pero, jamás, se le puede aceptar ni tolerar al presidente de un país, porque el daño que puede causarle al país y a la sociedad puede ser catastrófico e irreparable. ¿Recuerdan a Hitler? ¿Cuánta sangre cuesta recordar a Pinochet? Ilustra el ejemplo de Hitler, pero no alienta; los males y peligros que se incuban en los ideales hitlerianos renacen en su patria, se extienden por Europa, y crecen, crecen y crecen, en una Europa donde la sabiduría ha perdido terreno y muy pocos utilizan el conocimiento, la razón y el saber. La mayoría duerme en el sofá de la ignorancia.
El presidente de un país debe tener, y tiene, la obligación ética, moral y política de poseer y demostrar, al menos una cuota digna de pensamiento, razonamiento, conocimiento, y cultura. Pero, para desgracia y sufrimiento del pensamiento, del conocimiento, y del saber, las democracias nunca se han preocupado por la formación, educación, o cultura de un candidato. Nunca se han preocupado por frenar y controlar la ignorancia, por usar medidas, controles, o castigos contra la idiotez. El pensamiento, el conocimiento y el saber nunca les ha importado, siempre han valido menos, que lo abultado que tenga el bolsillo el candidato o candidata. Esa incoherencia, esa herida en el alma del pensamiento, muchos “analistas” le llaman “la democracia perfecta”. ¿Qué poder puede emanar de la ignorancia? Aunque puede ser la democracia perfecta para los que disfrutan del poder real; para la gran masa de ignorantes que votan, sin poder llegar a saberlo, es tan solo la fiestecita del día del voto y, después, malos presidentes, las eternas medidas antipopulares, y las eternas medidas en pro de los ricos. Una verdadera trampa. Un engaño cruel. Una auténtica estafa política.
Por otra parte, los gobernantes tienen como responsabilidad mayor, dentro de los principales proyectos políticos de su gobernanza, planificar y generar acciones que conduzcan a mejorar el bienestar de las clases más vulnerables y necesitadas, garantizarle a su pueblo una distribución justa y equitativa de la riqueza y, proporcionar, dentro de un contexto de justicia y bienestar, una auténtica y verdadera felicidad. No la mentirosa y cínica felicidad del país más feliz del mundo. Pero no, la clase política que ha gobernado y se ha alternado en el poder, en alianza con poderosos grupos económicos, ha ido progresivamente convirtiendo los partidos y el Estado en un medio para el enriquecimiento personal, y el de amigos o allegados que conforman los poderosos grupos económicos más cercanos a ella. Y, para desdicha de los más necesitados, cada cuatro años, una masa sumisa y domesticada de ignorantes aprueba, legitima y alienta toda esa inescrupulosidad e inmoralidad por medio del voto.
El progreso degenerativo de nuestro sistema político-institucional ha quedado evidenciado en los numerosos pactos, celebrados a espaldas del pueblo, destinados a cambiar la concepción benefactora del Estado; en los oscuros vínculos entre políticos y empresarios, en los grandes casos de corrupción, en el tráfico de influencias, en los excesivos privilegios de la clase política, en la inhumana domesticación y manipulación de la clientela electoral, y en los interminables gobiernos antipopulares. Esa pervertida y degenerada actividad política ha promovido una compleja red que permite traficar con el poder político. Y muchos políticos, asesores, allegados, siervos y aduladores de los gobernantes actúan como los mercaderes de esa actividad; juegan, se aprovechan, y usufructúan con los sueños y necesidades de las grandes mayorías, mientras lucran con el desmantelamiento del Estado social de derecho.
En la misma muestra del camino degenerativo vemos que las asesorías, altos puestos institucionales, embajadas, diputaciones y otros cargos de importancia se han relacionado y han dependido, prácticamente desde que rige la Constitución Política de 1949, de los compadrazgos y aportes económicos, lo cual ha hecho que se perpetúen indecorosas prácticas de aquella vieja oligarquía clásica costarricense, cuando el poder transnacional manoseaba y determinaba la política nacional con la complacencia de las viejas familias que han tenido el control del negocio electoral.
Toda esta descomposición fétida, toda esta degeneración ética y moral, descansa en la almohada de una empobrecida y degenerada democracia. Democracia útil y existente para gobiernos de ricos, pero inútil e inexistente para gobiernos de pobres. Democracia que bendice a pocos y maltrata a muchos. No obstante, su pecado mayor es promover, disfrutar y vivir feliz con la ignorancia. Porque aquella democracia que se ampara, se nutre y vive en armonía con la ignorancia es la única responsable de hacer presidentes del estilo Milei, Trump y Chaves Robles, para solo citar tres ejemplos. El de Costa Rica, acompañado de sus acólitos, agarrado de un lenguaje más de vaquero que de presidente, como un hijo prodigio de la ignorancia, procura gobernar a su manera y como sea, solo, y sólo con el mandato de sus ocurrencias. De su cerebro emanan pensamientos turbios, temerarios y abusivos. Se aferra a su razón, solo a su razón, no existe otra razón como la de él. Y no hay quién lo aparte de su camino, el único camino correcto.

