Los años pasan y no son años, sino más bien órbitas de nuestra esfera celestial, seres humanos en vivo proceso, integralmente una evolución que apunta a un nuevo ser bioespacial, en transición, encadenado a la creación de sí mismo como si tuviera su condena y su liberación a cuestas, con un final que es siempre principio, replantearse la constante de darle sentido a su existencia.
En la racionalidad de ubicarse a sí mismo como ser humano en sociedad, se ha definido inicialmente como ser de naturaleza política, carácter de organización social donde se delibera y otorga poderes a unos sobre otros para que tomen decisiones de orden social comunitario, lo que nos indica que no hay ser político en solitario sino que necesita de la colectividad para darle sentido a la forma poliédrica del entorno inmediato, donde tiene sentido el ser político, un animal que dejó atrás a los demás organismos vivientes del planeta para consolidarse en la cima de su propia majestad, de donde podemos deducir que los seres humanos, salvo en lo biológico natural, se han hecho a sí mismos, por sí mismos, para sí mismos.
Humanos y humanidad se responden, aplauden y consuelan a sí mismos. Salvo que aparezcan en concreto seres extraterrestres, lo que nos llevaría a replantear toda la cosmogonía humana y celestial que ha creado hasta que terminó el siglo XX después de Cristo.
Entonces, ¿dónde y en qué punto aparece la mierda? ¿Por qué? Una fea expresión, sucia, malsonante, perversa si se quiere, pero definida en todos los diccionarios de las culturas que conforman la humanidad. La mierda es un hecho y no se puede ignorar. Y para afirmar su naturaleza esencial en la vida humana, es un hecho sólido, incuestionable, razonable y necesario. Si no hay mierda perece la vida. Y como amamos tanto la vida no dejamos de producir mierda.
Más que una pelota, de mierda
Es pues, la mierda, excremento, suciedad, porquería, algo despreciable y mal oliente que nadie quiere oler pero que todos los hombres y todas las mujeres, personas, organismos vivos, fabricantes de su caudal inacabable, ponen pared de por medio para que su tufo no los contamine, a pesar de que son quienes la producen.
Considerada como resultado de un proceso digestivo, luego de obtener sus más nutritivos nutrientes, se refiere a los desechos fecales de un organismo vivo, expulsados analmente de su cuerpo.
Pero también la mierda es señal de éxito, porque a veces se desea en sentido contrario a traer o brindar mala suerte, con lo que mucha mierda sería un tocado de magia para obtener mucho éxito.
Curiosamente, pareciera que “mierda” es la palabra más universalmente usada en todas las culturas, con un amplísimo significado político cultural, y económicamente social, donde hasta lo espiritual sería una mierda un tanto abstracta. Pero lo que pudiera interesar en demasía es que si el ser humano social y político no produce mierda, como organismo vivo que es pareciera que se intoxicaría y apretaría la cuerda en el nudo de su garganta hasta perecer. Si el cuerpo humano no saca, expulsa o difiere en otros caldos residuales lo que lo daña y mata, negaría su naturaleza viviente. Para vivir, entonces, hay que producir mierda.
¿De qué nos quejamos?
Constantemente nos sale mierda por el trasero y por la boca, nos sale, pero por dónde entra sino por la naturaleza humana que se hace a sí misma de su propio excremento.
En este punto, sería razonable categorizar y profundizar en la mierda como parte sentida de los seres humanos, más que como expresión, con lo que realmente implica, una parte de sí mismo que no ha enfrentado y confrontado con sana crítica racional introspectiva.
Quizá por ello, los políticos son una mierda, pero si la sociedad se mueve por decisiones políticas que procuran el bienestar de la sociedad, particularmente de los más vulnerables, los que hacen y forman el cuerpo de leyes y los que profesionalmente las aplican, son una mierda, porque sirven a la mierda de los que buscan beneficios fuera de su marco de convivencia pacífica y conteste, o del negocio y bajezas que cuadran y pone en movimiento por ahora perpetuo, de que el ser humano es en esencia de naturaleza hedionda por causa y efecto de que produce lo peor de sí mismo.