Existen muchas formas de maltrato hacia los perros. No solo se maltratan por la agresión directa, sino también por otros medios, algunos, aparentemente inocentes.
La alfombra roja canina
Hay personas que humanizan a sus perros. Esta fascinación los lleva a adornarlos con todo tipo de atuendos. A las perras les colocan lazos, enaguas, zapatos, les pintan las uñas; a los perros les montan suéteres, gafas de Terminator, incómodos brazaletes con picos para mostrar que son duros como el amo. Y en este proceso de humanización canina no faltan aquellos que visten a sus mascotas con ropa de arcoíris-multicolor, dejando ver con ello que el animal apoya el movimiento LGTB, como si a la pobre criatura le importaran estos asuntos.
Posiblemente estos animales son bien cuidados y bien amados. Sin embargo, esta humanización canina es una imposición que determina sus vidas. Ellos cuentan con su propia corporeidad y no tienen por qué vestir estos ridículos “chuicas”. No obstante, si cabe buscar algún elemento positivo de esa humanización y toda su lógica de “enchuicamiento” canino, sería el cuido que reciben por parte de sus dueños. Es probable que logren caminar o correr diariamente con mayor libertad.
El cariñoso y boato claustro cotidiano
Hay personas que tienen mascotas de lujo para mantenerlas encerradas en sus casas o apartamentos. Dentro de esta hermética fastuosidad, los perros nacen, crecen y mueren. Quizás algunos, con suerte, tienen alguna ventana donde mirar el horizonte, siempre que lo permita esta lógica urbanística en la que vivimos rodeada de muros.
Posiblemente estos animales son bien cuidados y bien amados. Quizás algunos dueños se jacten de que sus mascotas duermen en sus camas de cenízaro o que pueden permanecer echados en sus finos muebles. Quizás también estos viven adornados con “chuicas”. Pero a diferencia de los perros que caminan y corren casi diariamente, estos viven enclaustrados sin caminar. Con suerte las caminatas podrían ser sabatinas, dominguinas, o feriadinas. Quizás se exhiban en alguna marcha universitaria. Aquí la humanización canina los atrofia con amor, les apaga el espíritu con amor. Cuando pienso en estos animales que viven encerrados en casa de sus dueños, recuerdo aquella frase del gran escritor Victor Hugo, refiriéndose al desdichado Cuasimodo: “Nuestra Señora había sido sucesivamente para él, a medida que iba creciendo y desarrollándose, el huevo, el nido, la casa, la patria, el universo.”
Encadenados hasta morir
Existe una cultura perversa que consiste en tener perros únicamente para mantenerlos amarrados, con mecates o cadenas que no alcanzan ni dos metros de largo. La libertad física de estos animales depende de un corto mecate unido a su cuello. No saben qué es caminar o correr. No entienden por qué permanecen encadenados. Sobreviven atados a un mundo que ellos no pidieron. Y no se trata de animales feroces, se trata de animales humildes, temerosos.
Estos animales no reciben ningún tipo de afecto. Al percibir que esa sombra antropomorfizada que tienen por dueño se acerca con comida, mueven su cola de alegría, con la esperanza de recibir una caricia. Pero no, no hay caricias, sino un habitual ¡Shhh! ¡Quite!
El siguiente relato sucedió hace muchos años. Conozco a una persona que siempre le ha gustado tener perros. Desde pequeños los adquiere, y lo primero que hace es amarrarlos. Y ahí los tienen hasta que mueren. El perro que tenía para entonces vivía atado debajo de un árbol de mango. Allí recibía lluvia, sombra y algo de sol. Muchas veces le insistí que lo liberara, que los perros se entristecían al estar amarrados, pero lo ignoraba. Este perrito una vez logró romper el mecate y escapó. Corrió hacia la autopista con firmeza y sin detenerse, hasta tener de frente un camión a gran velocidad. Murió completamente destripado en la autopista. Lirismo o no, pero siempre he creído que ese indefenso animal deliberadamente se suicidó. Cuando le dije esto, por supuesto que se carcajeó. Dijo que era solo un animal.
Actualmente esta persona mantiene la misma lógica perversa con los perros: mantenerlos amarrados. Sus hijos, ya con hijos también, crecen con estos mismos valores de insensibilidad ante el sufrimiento animal, repitiendo el mismo esquema emocional negativo.
Alguien dirá ¿y Senasa? Esta es otra historia… En algún momento haré referencia a esta institución.