Prefieren Netflix que el TV; hospedarse en Airbnd que en un hotel; viajar en Uber que en taxi rojo. Deciden laborar en empresas que poseen un propósito claro y que se preocupan y ocupan de mitigar sus externalidades sociales y ambientales negativas. A diferencia de sus padres, sienten poco apego por sus empleos, y no aspiran a trabajar en la misma organización durante toda su vida.
De acuerdo con los entendidos, estas son las más sobresalientes características del espécimen contemporáneo llamado millennial. Más que una variable estadística definida y acotada por un aspecto generacional, es una etiqueta mercadotécnica poco precisa, que hace tábula rasa de la complejidad, diversidad y creatividad que entrañan las juventudes. Homologa y encasilla a las personas jóvenes por lo que consumen: (nos) interpela desde una clave consumista.
Vamos a andarnos sin rodeos: los millennials son los jóvenes de la sociedad del consumo, quienes detentan el poder de decidir qué consumir. Y justamente en eso consiste la falacia de esta categoría.
Nos presenta al millennial como una opción voluntaria, y, en ese sentido, adolece el mismo sesgo que la etiqueta de nini: hace ver la condición social, cultural y económica como una elección discrecional del universo de posibles, atribuyendo al individuo la responsabilidad por dicha elección, al tiempo que oculta los determinantes estructurales que orientan los comportamientos, condicionan las oportunidades y guían las trayectorias vitales. De esta manera, se es nini porque se quiere, y no porque existan problemáticas en el sistema educativo que impiden el ingreso de ciertos jóvenes, o repelen a otros (es la misma lógica que apuntala afirmaciones del tipo “es pobre porque quiere”).
Lo cierto es que en los países latinoamericanos, en los que la condición de joven involucra una serie de exclusiones y violencias, es altamente dudoso que las personas jóvenes detenten el poder de decisión y la pulsión consumista que subyace a la categoría millennial.
El límite del absurdo de quienes hablan de millennials tiene que ver con el plano de las relaciones sociolaborales. Se afirma que a los millennials solo les gustan tales o cuales empresas, y que estas deben emprender acciones radicales para atraer y retener su talento. Se parte del supuesto de que las personas jóvenes están en posición de decidir qué empleo tomar, cuando lo que ocurre es que el bajo dinamismo de la producción y los mercados laborales reduce en gran medida sus posibilidades de incursión a los puestos de trabajo.
De acuerdo con el último Estado de la Región, publicado en agosto 2016, las personas con entre 15 y 24 años que habitan en Centroamérica, registran una tasa de desempleo 6,6 puntos por encima de la tasa nacional, diferencia significativa si se considera, además, que la cifra puede estar afectada por un subregistro, en vista de los numerosos contingentes de jóvenes centroamericanos que, ante la carencia de oportunidades en sus países, emprenden la travesía migratoria en busca de una existencia digna. Asimismo, según investigaciones de la OIT, en periodos de crisis económica las personas jóvenes son el grupo poblacional más afectado por despidos e irrespeto de sus derechos laborales.
Entonces, la tesis de que las personas jóvenes deciden en qué empresas trabajan no posee sustento, al menos en la realidad latinoamericana.
Por lo tanto, no debe sorprender que uno se harte de los millennials, o más puntualmente, de que quienes hacen eco, irreflexivamente, de las dudosas conclusiones de artículos que transitan los lindes de la pseudociencia y la ensayística barata, que solo ven a los jóvenes como un jugoso segmento de mercado presto a ser colonizado.
El ser joven involucra un amplio espectro de imaginarios, sensibilidades e intereses, que no necesariamente tienen su más alta aspiración en la elección del tipo de transporte para ir a una fiesta o en los tenis que a uno le gusta llevar. Los distintos movimientos políticos juveniles suscitados en los últimos años, en el continente, sugieren que las reivindicaciones de las personas jóvenes se vinculan con problemas societales de gran calado, como la reforma educativa, la violencia, la privatización del espacio público y otros bienes comunes, los derechos humanos y reproductivos, entre otros.
En el marco de la celebración del Día Internacional de la Juventud, es preciso reivindicar al joven como sujeto de derechos, por lo tanto, merecedor de una especial atención por parte de la institucionalidad y la política pública, desde un enfoque que trascienda el paternalismo.
Por ello, es indispensable sumar a las juventudes, plurales y diversas, rebeldes y esperanzadas, en los procesos de diseño e implementación de estrategias de desarrollo. Si hay un segmento poblacional especialmente dispuesto a involucrarse comprometidamente en la construcción de una sociedad más próspera y equitativa, es el de las personas jóvenes.
Así que hágannos un favor y dejen de etiquetarnos con motes vacíos y agringados que en nada se corresponden con nuestros valores y aspiraciones.