Los seres humanos somos esencialmente cuerpos que sienten, piensan e imaginan. La educación debe apuntar, por lo tanto, al cultivo de los buenos sentimientos, de las buenas ideas y de una imaginación creativa para contribuir al bienestar o al estar-bien. Es decir, tenemos que impulsar un modelo educativo desde y para la corporalidad humana, que se comporta de manera diferente en sus gustos y preferencias y, a la vez, propende a la unidad o universalidad, como especie. Parafraseando al papa Francisco, educar para la fraternidad universal y la amistad social.
Uno de los problemas fundamentales del modelo educativo predominante es su sesgo individualista, racionalista y productivista. Pretendiendo educar para la eficiencia y la competencia, desde una lógica exclusiva de mercado, vamos dejando de lado las dimensiones humanas de la solidaridad, la cooperación, los vínculos afectivos, etc. Educamos para convertir a la corporalidad humana en una corporalidad robotizada, programada para ejecutar tareas. La frivolidad humana y social de este modelo productivista contribuye a abonar el terreno para la indiferencia e insensibilidad frente al dolor ajeno, es decir, para propiciar sociedades más injustas y violentas.
Al respecto, cabe destacar lo señalado por el profesor italiano de literatura, recientemente fallecido, Nuccio Ordine: “A los jóvenes ya no se les pide que estudien para mejorar las bases del conocimiento como instrumento de la libertad, la crítica y el compromiso civil, no, se les pide que estudien para aprender un oficio y tener dinero. Se ha perdido la idea de la escuela y la universidad como una comunidad en la que se forma los futuros ciudadanos para que puedan ejercer su profesión con una fuerte convicción ética y un profundo sentido de la solidaridad humana y del bien común”.
No vamos a contener o revertir los crecientes índices de violencia en sus diferentes formas: física, emocional, simbólica, etc., sino alcanzamos a propiciar una educación que contribuya a potenciar los valores y capacidades para dignificar la corporalidad humana. A forjar una ciudadanía costarricense donde la tolerancia, el respeto y la solidaridad contribuyan a enriquecer la vida comunitaria y afectiva. Y superar, así, el perfil de una sociedad del malestar o el estar-mal y del maltrato.
Nuestro país, muy tempranamente y con gran visión, apostó por hacer de la educación uno de sus principales factores de desarrollo humano. Y sus forjadores e impulsores supieron imprimirle un fuerte componente ético humanista y solidario. Esa apuesta es la que puede contribuir a superar la violencia que hoy azota al país de manera sustantiva y dramática, y a volverlo a colocar entre los países con los mejores índices de desarrollo humano en la región.
Para retomarla se requiere actuar con diligencia y sin dilación en dos direcciones. Por una parte, crear las condiciones para democratizar la educación. Hacer real el precepto constitucional de su gratuidad y obligatoriedad. No más niños y adolescentes en las calles y en las casas; todos a la escuela, al colegio, al INA y a las universidades. Por otra parte, como hemos indicado, impulsar un nuevo modelo educativo para y desde la corporalidad humana sensible, es decir, para la convivencia digna, afectiva y solidaria, y no para una eficiencia-competencia productivista frívola y deshumanizada. Avancemos, cuanto antes, hacia una Costa Rica no violenta educando para el bienestar humano y social.

