¿Qué papel debe de jugar la academia de cara a la crisis ecológico-civilizatoria? En respuesta a esta indómita pregunta se han derramado ríos de tinta que, sin embargo, parecen no desembocar en una respuesta unívoca. Sería extremadamente arrogante pretender aleccionar a los intelectuales sobre su papel en la sociedad (lo más probable es que estos tampoco estén muy interesados en ser aleccionados).
Lo más probable es que no haya una “manera correcta o incorrecta” de hacer academia. A la luz de lo anteriormente dicho, pareciera quimérico e innecesario realizar una reflexión sobre el tema que nos convoca. ¡Nada más equivocado! Como resulta harto evidente para quienes viven de las faenas académica, ninguna reflexión es innecesaria.
¿Qué papel cumple el intelectual en la sociedad? No debemos olvidar que los académicos son, al fin y al cabo, intelectuales. Hay autores como Borges que consideraban que el papel del intelectual es elevar el espíritu humano a través de la literatura; su contraparte, Sabato, afirmaba que la literatura debía estar permeada de contenido político. Otros literatos de gran calado como Sartre o Camus dedicaron su obra literaria a la reflexión filosófica.
La verdad ineludible es que todo intelectual escribe con un fin en concreto, y ese fin está precondicionado por elementos sociales, biográficos y políticos. Hay quienes consideran perentorio realizar una escisión entre su “yo lírico” y su “yo político”. Tal cosa es simplemente imposible, el mismo Borges lo admitió en el prólogo del Informe Brodie donde da a saber a sus lectores sobre sus convicciones políticas. Más allá del discurso de la apoliticidad, todo conocimiento se produce desde una base ideológicamente precondicionada que, ineludiblemente, se orienta a la consecución de un fin. Esta realidad es particularmente acentuada en el caso de la academia.
Para referirse al tema que nos convoca, Sousa Santos afirma que hay dos tipos de academia: la de vanguardia y la de retaguardia. La academia de vanguardia es aquella que se hunde en su propio delirio intelectual y en sus especulaciones epistemológicas, alejándose de la realidad social que le rodea. En contraposición, la academia de retaguardia es aquella que se centra en las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos para teorizar a partir de ahí.
Este desprendimiento histórico entre el académico y la sociedad reduce a las universidades a la triste condición de claustro medieval. Al igual que los políticos, los intelectuales han dejado de mediar entre las ideologías y las necesidades ciudadanas, lo que ha conducido a su paulatino desprestigio en el imaginario social.
¿Qué implica ser un académico de retaguardia en el contexto de crisis ecológico-civilizatoria?
De cara al contexto político de irresponsabilidad organizada descrito por el sociólogo Ulrich Beck, la academia debe jugar un papel fundamental en la materialización de las luchas de las minorías étnicas y sociales. La academia de retaguardia es aquella que torna su ojo hacia los grupos vulnerados por la crisis climática para crear conocimiento que les permita cristalizar sus intereses en acciones concretas. Es la academia al servicio de la ciudadanía, y no al servicio de sí misma.
Finalizada la crisis sanitaria, los intelectuales deben volver al campo, deben dialogar con los ciudadanos y construir a partir de sus necesidades. A los académicos se les ha enseñado un modus operandi que amerita ser deconstruido de cara a los grandes retos post-pandémicos.
Empero, el presente texto no pretende desvalorizar la valiosa labor que viene realizando la academia, tanto antes como durante la pandemia. El presente texto es simplemente un llamado a realizar lo que Kant llamaría un giro ontológico, es una invitación a la academia para que reflexione sobre su papel de cara a la crisis ecológico-civilizatoria. La pregunta es simple: ¿queremos una academia de vanguardia o de retaguardia? Yo me inclino más por la segunda.