Opinión

¡Háblenme de paz!

“Para nosotros es inadmisible encarcelar a alguien por lo que piensa; la democracia nos garantiza ese derecho”; palabras más, palabras menos de un diputado español dichas a la CNN la noche del 7 de noviembre. Él me llenó de ilusiones; caramba, me dije, por fin termino 2021 escuchando un ibérico sin franquismos escondidos. Fue entonces cuando recordé con dolor las imágenes de los dirigentes Oriol Junqueras, Jordi Turull, Raül  Joaquim Forn, Josep Rull Omnium, Jordi Cuixart, Jordi Sánchez, Wad Ras, Puig de les Basses y  Carme Forcadell, entre otros, entrando a cárceles españolas por organizar elecciones y plebiscitos a favor de la independencia y soberanía de Cataluña. Seguramente, pensé, este demócrata ayudó también con la libertad del español Pablo Hasél, de cuya música me tienen privado desde que se le ocurrió cantarle al rey emérito Juan Carlos y a sus andanzas palaciegas. ¡Qué bueno, elucubré, aún quedan valientes!

Pero no. Se trataba de declaraciones como “observador” de Europa occidental en las recientes elecciones en Nicaragua; quien desde el bando de los que piden “sanciones”  económicas contra el régimen  y “desconocimiento” absoluto  de los comicios —concurrió un 65% de empadronados, según algunas cadenas de noticias internacionales— de nada le valió la presencia de los partidos Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN),  Liberal Constitucionalista (PLC), Alianza Liberal Nicaragüense (ALN), Alianza por la República (APRE), Partido Liberal Independiente (PLI), y Camino Cristiano Nicaragüense (CCN).

Por el contrario, para el otro bando, la movilización ese 7 de noviembre de un sector de los 4.347.340 inscritos, en medio de la pandemia de la COVID-19, así como amenazas de “tranques” armados y  financieras provenientes del extranjero, es un espaldarazo al multilateralismo y a una economía que margina a los actores preponderantes  tradicionales, produciendo una especie de choque de trenes entre quienes por años fueron invisibilizados  y los “conservadores”, enriquecidos al calor de un Estado en función de ellos, según criterio usado reiteradamente por quien hoy es presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al referirse a lo hallado en su país tras 36 años de gobiernos corporativos y de  tecnócratas.

De lo que hay pocas dudas es que las matrices o formatos de boga, tendientes  a que  estas elecciones sí valen, pero aquellas no, como pueblos nos quieren llevar a un camino sin salida y a un maniqueísmo que sabemos cómo empieza y jamás cómo terminará. Sí nos atenemos a estrechos preceptos de la democracia representativa o liberal (votaciones con bajos salarios, gente sin casa, desempleo galopante, exclusión educativa, salud como privilegio de pocos, promesas electorales jamás cumplidas, impunidad, corrupción etc.), en nuestra América casi todos los procesos electorales serían desconocidos. En las elecciones del pasado 3 de noviembre de 2020 en Estados Unidos, cuando la declaración como presidente de la Unión de Joe Biden se retrasó más de un mes en medio de reclamos, muertos, protestas y denuncias por presuntos fraudes, nadie llamó a desconocer las actuales autoridades de la Casa Blanca. Agrego a lo anterior que, en  ese país, solo existen dos grandes partidos con opciones históricas y reales  para  gobernar  a más de 331 millones de estadounidenses, más allá de sí gana el burro o el elefante, que diferencian a Demócratas y Republicanos. En Brasil, Jair Bolsonaro  —otro ejemplo—,  fue electo con un 46.4% de los votantes, Ivan Duque (Colombia) con el  39.3%; Luis Lacalle Pau (Uruguay) con un  28.6%,  y Sebastian Piñera de Chile con  36.6%.
La más elemental lógica  me hace  pensar  que  nuestras reducidas clases mandamás  con estos desconocimientos y reconocimientos de gobiernos alrededor del mundo nos esconden muy inteligentemente la profunda crisis  de  la llamada civilización occidental.  Nos obligan a creer que la paz de los cementerios es la única en el horizonte, que en la medida que obligamos a otros a barrer sus casas las nuestras permanecerán incólumes. Es una especie del síndrome del borracho: el vecino nuestro, ese sí, está jodido con el tapis, pero  en mi casa jamás hay un tomador social. De esta manera, los “otros” quedan descalificados si levantan lo que huela a soberanía nacional, a relaciones con todas las naciones del orbe, a abogar por el multilateralismo, etc. Ay de quién se salga del formato de estos  pequeños  grupos que, con su maniqueísmo manifiesto y  llevado a extremos sin precedentes, son los principales beneficiados con el fomento de las guerras y las grandes migraciones, principalmente, porque sirven para abaratarles la mano de obra en los países receptores de migrantes y facilitar así la desnaturalización de las instituciones estatales. Además de impulsar el chauvinismo como antesala de los  fascistas.

Háblenme de que el “derecho ajeno es la paz”.

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