Opinión

Hablemos de suicidio

Si bien cada cultura crea su propio significado sobre la muerte, a través del tiempo nuestra sociedad se ha encargado de convertir el suicidio

Si bien cada cultura crea su propio significado sobre la muerte, a través del tiempo nuestra sociedad se ha encargado de convertir el suicidio en un tema silenciado, que lejos de ser abordado como un problema de salud pública, se cubre con un velo de misterio, dudas y oscurantismo.

A la anterior deformación colectiva, es penoso pero necesario sumarle la ignorancia respecto de la múltiple causalidad del mismo, a la inculpación directa que se hace de las personas cercanas al o la suicida (obligándoles a callar y ocultar el hecho), así como la condena inobjetable que hacen los principales grupos religiosos basados en el cristianismo (es “pecado” y llevará al “infierno”).

Si bien las personas luchamos todos los días para materializar nuestros objetivos y proyectos, lejos de ver la muerte como una opción “deberíamos” aferrarnos a la vida y a todo lo que esta pudiera ofrecer: oportunidades de estudio, viajes, trabajo digno, salario justo, estatus social, una o varias parejas con quien compartir la vida, descendencia si así se desea, estabilidad financiera, una casa, un nombre, una imagen, un negocio propio, amigos, personas que nos quieren y a quienes querer, salud, amor, etc. En otras palabras, decenas de razones, de motivos, de “cuerdas” que nos sostienen y sujetan a la vida, que nos sostendrán frente a la angustia, la decepción, la desesperanza, así como del posible y consecuente, deseo de morir.

Sin embargo, el escenario descrito en el párrafo anterior, pareciera que no alcanza ni llega a materializarse para muchos (hombres, mujeres, infantes), pues el suicidio es una de las primeras causas de muerte en todo el mundo y su prevalencia se ha incrementado con los años.

Estas cifras obligan, demandan a gritos hablar del suicidio, desde la academia, desde las instituciones de salud, en las comunidades, desde los medios de comunicación, en las familias, en los grupos de amigos, en los centros de trabajo, donde quiera que existan personas con dificultades reales, con dolores inmanejables y con conductas de riesgo.

La invitación es clara: hablemos de suicidio. Hablemos sin tapujos y de la forma adecuada, no alimentemos un tabú cargado con el dolor y las preguntas sin respuesta de familias que pierden a sus miembros. Seamos capaces de sentir y expresar más allá de la sonrisa “obligada” por la red social, reconozcámonos humanos, imperfectos y muchas veces lastimados.

Hablemos del suicidio como lo que es, una realidad. Una realidad que se debe observar con mente y corazón, pues el suicidio no es un asunto de valor o cobardía, muchas veces es la única forma concebida por el o la suicida para aliviar el dolor que lleva dentro, en el alma, para descansar, para no pensar ni sentir más, para renunciar a una lucha que inició al nacer.

Periodistas, comunicadores, no subestimen al lector, al televidente, al radioescucha, con el doble discurso de “comunicar y alertar” a la sociedad, cuando en realidad la motivación “samaritana” que coexiste con la acción, es el traducirlo en un rating garantizado y directamente proporcional al nivel de morbo que se logre impregnar en la noticia.

El tema del suicidio debe ser abordado por todas las instancias que conforman la sociedad, de una manera natural, sin morbo y de forma que a las personas se nos permita hablar, llorar y experimentar las pérdidas, haciendo palpable del apoyo que otras personas pueden dar frente a dolores tan grandes.

El suicidio debe ser conversado, explicado y entendido desde el contexto puntual y particular que le rodea, en términos de dificultades reales y sobre todo, de recursos posibles para prevenirlo y afrontarlo.

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