Opinión

Greenbook: en busca de lo eterno humano

Al escoger una película no me interesa tanto el título ni la imagen publicitaria. Agradezco más el comentario de una amistad cuya escala de valores comparto y…

Al escoger una película no me interesa tanto el título ni la imagen publicitaria. Agradezco más el comentario de una amistad cuya escala de valores comparto y… me tiro a la piscina visual, tragando esos diez minutos de ruido infernal antes de nadar en el conjunto de signos estéticos que me ofrecen. La zambullido puede ser lujosa y hasta lujuriosa, como con esa Favorita…. Pero ese show de estrellas estrelladas se me figura forma nada más, pura espuma: necesito también un contenido, para estar de acuerdo con él o no. Pareciera que hoy, en otra degradación del pensamiento que nos une e identifica como seres humanos, se da excesiva importancia a la imagen, más que a la imaginación que, a partir de una proyección nos incita a construir también con el cerebro, no solo con los ojos.

Los quisquillosos por lo nuevo dirán qué va: ese rollo resulta repetido…. Para ellos, Greenbook es servir otra vez el plato de “adivine quién viene a comer”, de 1967, donde una flamante gringa blanca y un negro muy black se enamoran y arman un proyecto conjunto. Piensan los “bien pensantes”, racistas empedernidos: estos últimos son colored… ¡Hipócritas ustedes, de entonces como de ahora! Como si no tuviéramos, todos, un color y como si la esencia humana estuviera en la cáscara, la pigmentación de la piel.

También otros dirán que Greenbook no es sino una inversión de Driving miss Daisy, de 1990, donde un moreno maneja para una señora blanca…. en una división social-racial de roles que parecía “normal”, es decir: exactamente: la norma, porque lo contrario era a-normal, nada… normal. Pero, el tiempo favorece el pensamiento y la justicia profunda: ese Greenbook, primero que saca el título de una guía turística, al servicio de la población motorizada negra en Estados Unidos, para ubicar establecimientos donde los de su raza (horrible vocablo) pudiera ser atendido “como la gente”…negra.

Pero en seguida, basándose grandemente en un caso real, esta vez es el músico moreno que lleva la batuta de la construcción humanista que me interesa subrayar: él contrató al blanco como chofer y guardaespaldas, pero el binomio va mucho más allá, en la ruta, no de su evasión (como señalaría nuestra Yolanda) sino en el camino, para el blanco ignorante (y nosotros los espectadores) hacia un mundo más educado, humano, posible y mejor, en vocabulario, en uso de la fuerza del convencimiento y no la fuerza bruta, en hábitos de toda índole, hasta en ecología… no tirando cosas a la carretera.

¡Vaya! Lamentablemente, muy norteamericana, la cinta subraya demasiado lo edulcorado, exagerando lo que -en su época, años sesenta del siglo pasado- difícilmente puede haber sido una amistad profunda entre un negro y un blanco. Luego… ese final feliz de la navidad con salsa gringa: todos tan lindos y buenos… En todo caso, el séptimo arte cumplió aquí con creces, ahora empujado con la premiación del Óscar, no hacia una didáctica a la antigua, sino por una difícil construcción humana en la que todos debemos colaborar.

 

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