Opinión

¡Gracias Costa Rica!

Cuando don Carlos Alvarado –ahora presidente de la República en ejercicio– celebraba haber ganado la segunda ronda de las elecciones este año, repetía apasionadamente:

Salve oh Patria, tu pródigo suelo

dulce abrigo y sustento nos da.

Bajo el límpido azul de tu cielo

¡Vivan siempre el trabajo y la paz!

Cuando don Carlos Alvarado –ahora presidente de la República en ejercicio– celebraba haber ganado la segunda ronda de las elecciones este año, repetía apasionadamente: “¡Gracias Costa Rica!, ¡Gracias Costa Rica!”. Entonces, se me ocurrió que don Carlos hablaba no solo de los costarricenses que votamos por él; sino que se refería a Costa Rica, el país… ¡La Patria!

Y es que, cuando hablamos de Costa Rica para resaltar las cualidades de su pueblo –por lo general vinculadas a su linaje campesino–, hay algo que, aunque resuene en el Himno Nacional, lo subestimamos… ¿O acaso lo olvidamos?

¡El suelo costarricense, siempre el resultado de la antigua magia de la tierra! Ya sea la metamorfosis del material arrojado por nuestros volcanes o lo que ocurre en los lechos rocosos de esa inmensa red de ríos y quebradas, que corre bosque abajo desde las cumbres de las filas volcánicas o de la cordillera de Talamanca. Así, lo que al principio es solo piedras, arena y espuma… ¡transmuta! La hojarasca del bosque y su fauna regalan materia orgánica. Eso detona la infinita cadena de la vida. Lluvia y pendiente cierran el círculo. Es el tiempo en que los ríos se desparraman, rebosan, reparten su tesoro: el lodo fértil que se acumula crecida tras crecida en las tierras bajas. Se le llama suelo de aluvión. Esa es buena parte de la tierra costarricense, el suelo volcánico o aluvial del que comemos y bebemos todos.

¡Humus fecundo que nos hace crecer como espigadas plantas de maíz para mirar al sol! En el llamado Valle Central lo vemos nacer detrás del volcán Irazú. En el Sur de Costa Rica lo miramos asomarse tras las nubes que vagabundean en los bosques de Talamanca. En Guanacaste, los cuatro dragones azules de la fila volcánica le dan la bienvenida cuando asoma por sus cumbres, para mirar al dorado bosque seco guanacasteco. En el Caribe, surge del mar, que llega chúcaro –con la marea– a engendrar humedales.

¿No es ese sol, ese suelo, esa tierra costarricense la que hizo ligeros los pies, firmes los brazos, poderoso el espíritu de los héroes de Santa Rosa, Rivas y San Juan? Antes de ellos, otros héroes –tal vez no tan reconocidos– también lucharon por nuestra libertad. Solo que estos no eran soldados. La independencia tenía que florecer como la tierra y Costa Rica sería un país de hombres y mujeres libres: ¡Esa era su lucha! El mismo pródigo suelo costarricense alimentó la lucidez de estos héroes, quienes vislumbraron en la educación el camino y el rumbo a seguir. Tal vez por eso declararon para comenzar: “La instrucción pública es la base y principal fundamento de la felicidad humana y prosperidad común” (Actas de la Junta Superior Gubernativa en 1824).

A partir de ese momento, fueron muchos los esfuerzos para hacer eso posible: 1832, 1858, 1869, con las leyes de Compulsión Escolar, la última de las cuales establece “La enseñanza primaria para ambos sexos como obligatoria, gratuita y costeada por la nación”.

Nuestra pequeña y joven República, como buena tierra, abrió su entraña para que el pensamiento de la Ilustración germinara de esa forma en algunos de nuestros gobernantes. Hijos de una tierra de volcanes y ríos… ¡como el resto de sus conciudadanos! Hijos todos de una Madre así… ¿quién podría intimidarlos?

¡Ese es el secreto de nuestro linaje! Esa cercanía con el profuso esplendor de nuestra naturaleza ha sido la fragua donde se templó la ternura, la osadía, la lucidez… ¡y el valor para defenderla!

Esa es la bandera que muchos seguimos levantando. Yo espero que a don Carlos Alvarado, aunque no mostró al respecto la vehemencia con que encaró otros temas en campaña, no le va a temblar el espíritu para defender a esa Madre que es la raíz, el manantial de nuestro temple. Ese, forjador a lo largo de casi dos siglos de una nación que eliminó el ejército en 1948, creó el Servicio de Parques Nacionales en 1977. Asociado con él, instauró un cuerpo de guardaparques (bastante venido a menos hoy por desgracia), salvaguarda de nuestro tesoro natural.

Más que eso. Para mantener el esplendor de esa Madre existe en Costa Rica una vigilia perenne, a veces insospechada. Las universidades públicas son parte de esta vela, tanto que una de ellas al ser creada en 1977 nace con un programa especial que hoy es el Centro de Educación Ambiental (CEA) de la UNED.

¿Quién podría intimidarnos ahora?

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