Opinión

Gōng Fu en la era digital

Lo caracteres (gōng: habilidad, técnica o trabajo)  (fu: hombre) forman el anagrama 功夫 (gōng fu) que se refiere al hombre que tiene habilidad en un trabajo. Hoy día se utiliza como expresión sinónima de 武術 (Wu-shu), 國術 (Kuo-shu) o 拳法 (Chuan-fa), para hacer referencia a los sistemas de combate chinos. Para los cuales nosotros decimos simplemente Kung-Fu

Dejando de lado esa ramificación del término, y tomando en cuenta la obvia crítica a la hetero-normativización en el lenguaje, se podía decir que una persona tenía gōng fu cuando tenía habilidad en un arte u oficio. Lo importante de dicha habilidad es que la misma surge después de mucho empeño y dedicación por parte de quien la práctica. 

En la época en la cual, se debía ser aprendiz de un oficio y mostrar habilidad para poder “graduarse” en el mismo. El aprendizaje requería meditación y el conocimiento de líneas de conducta, a veces reglas taoístas o budistas, etc. De esta manera, el ser humano acababa manifestando la razón de su existencia por medio de su oficio y así se decía: “Fulanita tiene gōng fu en el arte de hacer zapatos”, lo cual no puede simplemente significar que ella es buena zapatera, sino que implicaba que su realización, su alma, se manifestaba en el producto final que resultaba de una labor que iba más allá de ser mecánica. Estoy hablando de lindos tiempos en los cuales la modernidad no había mudado nuestra manera de percibir el mundo.

Antes, en la Grecia Antigua existió un poquito más de practicidad. El Liceo en el cual enseñaba Aristóteles (que debe su nombre a estar situado cerca del templo Apolo Licio, en Atenas) tenía un espacio para el ejercicio físico y otra para la discusión filosófica. Esta última implicaba reflexión y estudio (¡de todos los saberes!). Unos años antes, Platón enseñaba en las afueras de Atenas, en la Academia. En ella, además del ejercicio, se estudiaban matemáticas, dialéctica y ciencias. Sobra decir que en ambas instituciones se veneraban a ciertos dioses de la mitología griega.

El nacimiento de las universidades en Occidente fue un poco más atropellado. A partir de los nuevos mercados que permitían un comercio más fluido, crecieron las ciudades que requerían de varios “profesionales”, los cuales, al vivir en ellas enseñaban en ellas, y poco a poco fueron juntándose en el mismo espacio. Coímbra y Boloña fueron las pioneras en una práctica que abrazaría a todo el mundo. Eran los tiempos de la Revolución Científica, cuando los saberes dejaban de ser monopolizados por monasterios y conventos.

Posteriormente, a finales de la Revolución Industrial, aparece una nueva versión de las casas de enseñanza: el proyecto alemán de Universidad. Wilhelm von Humboldt fundaba la Universidad de Berlín en una época en la cual poco a poco se le daba más importancia a la técnica, e influenció completamente nuestra manera de percibir la enseñanza superior y las profesiones. 

Poco a poco, aprender dejó de ser una actividad integral a ser una especializada. La necesidad de los saberes que me dieran perspectiva respecto a mi posición en el universo pasó a segundo, o tercer plano. Lo más importante es la producción de técnicos que puedan realizar una única labor. Su situación en el mundo, su relación con la naturaleza y su interacción con los otros, son cuestiones de las cuales se debe ocupar cada quien en su fuero privado. A la sociedad simplemente se le debe ser útil. 

El siglo XX no fue diferente, y la división de saberes dentro de las universidades sigue el formato propuesto por Carnap: ciencias sociales o humanas, ciencias naturales, y ciencias exactas o formales. Parece ser que dentro de la universidad no existe saber que no sea científico. La burocracia departamental tomó cuenta de la organización académica y aquellos estudiantes que deseen aprender sobre cuestiones que van más allá del “gran área” a la cual pertenece su carrera deben encarar una serie de movimientos administrativos que parecen insistirle que desista. 

Por ejemplo, un estudiante que desea tener una visión integral sobre las teorías que estudian los fenómenos cuánticos, debería pertenecer a tres escuelas: la de matemáticas, la de física y la de filosofía (para poder estudiar hard logic). Otro estudiante de medicina o de derecho, que desee incursionar en las nuevas tendencias bioéticas, debe de estudiar en su facultad y la de filosofía, para estudiar ética y ver si topa con suerte de que algún profesor sea especializado en ese saber de su interés. ¿Se puede hacer? Se puede, pero debemos concordar que no se lo ponen fácil. Estos ejemplos ilustran un poco cómo la sociedad tecnocrática ha influenciado nuestra manera de proyectar los centros de saber.

El COVID-19 vino a darle un empujoncito a esa visión. La digitalización que se impone como una solución salomónica ante la posibilidad de que nos muramos todos (al mismo tiempo), hace que ya no tengamos que salir de casa para estudiar. Pero esto implica que no tenga que salir de casa para nada. No tengo que salir de casa para comer, no tengo que salir de casa para ir al banco, no tengo que salir de casa hacer compras. En fin, aprendo el mundo que me rodea desde la comodidad del hogar. Pero, ¿qué mundo se está aprendiendo?

Los centros de enseñanza nos deben permitir aprender más que los contenidos de cada profesión. Los centros de enseñanza deberían de ser lugares en los cuales se practica para tener una vida feliz, en los cuales se puede dialogar con personas venidas de diferentes realidades que me permitan acrecentar mi visión de mundo. Pero hoy los docentes y los alumnos se actualizan en las plataformas en línea, en edición de vídeos, y en formularios creados por logaritmos elaborados por programas de computador. 

Deseo que quede claro que no tengo ningún ánimo de sonar nostálgico (aunque lo estoy), pero esta nueva realidad me hace plantearme dos preguntas que me preocupan. La primera es: ¿qué hacen con todo ese tiempo libre que tienen las personas hoy en día que no pierden tiempo en tener que prepararse (vestirse, bañarse, etc.) y trasladarse a un centro de enseñanza? La segunda es: ¿quién se beneficia con todo esto?

Para responder la primera, quisiera decir que la mayoría de la gente se dedica a aprender nuevos oficios, estudiar otros saberes, o (lo que sería mejor) a pasar más tiempo de calidad con sus seres queridos. Tengo una leve sospecha de que no es así. Me parece que el tiempo dedicado a actividades en línea se dispara, mientras las personas se acostumbran a alienarse del mundo concreto, para transitar uno virtual. Con un orgullo enfermizo escuchamos que ahora se puede atender una clase en piyamas y sin bañarse. Parece que el ideal del ermitaño era el que compartíamos todos en un oculto imaginario social.

La segunda pregunta me preocupa un poco más porque, sin llegar a creer en elaboradas teorías de la conspiración, siempre sospecho que cuando algo está de moda, algunos están viendo su capital crecer. Es solo pegarle una revisadita a los ingresos de empresas como Zoom que vio el valor de sus acciones dispararse con tal rapidez que Eric Yuan (socio mayoritario) se tornó en uno de los hombres más ricos del mundo, ¡en cuestión de meses! También se pueden observar las aplicaciones de entregas de comida multiplicarse como conejos, mientras nos enorgullecemos de tener las opciones que la capacidad de mi teléfono inteligente me permita.

Quien me lee podrá criticarme diciendo que pertenezco a una época, que podríamos denominar “antaño”, que no se va a repetir y que ha sido “superada”. Esa superación es la que estoy criticando, pues parece que dicho cambio implica una evolución, y no toda mudanza es para mejorar. Claro que las aplicaciones que me permiten pedir un vehículo en la comodidad de mi casa son mil veces más ventajosas que salir a media calle a esperar. O que cualquiera cambiaría la tediosa llamada a un servicio de entregas de comida por un menú que manipulamos a voluntad con nuestro dedo índice. De la misma manera, un profesor de renombre no debe trasladarse para dar una conferencia o nosotros no debemos gastar mucho dinero para asistir a un buen congreso. Podemos participar de cursos o clases que estaban muy lejos de nuestra capacidad. 

En fin, no estoy criticando ciegamente una práctica que nos trae muchos beneficios. Estoy criticando la adopción de la misma sin percibir el precio que estamos pagando. Ya los proyectos políticos de América Latina suponían la reducción o la eliminación de saberes que no beneficien la inversión extranjera. ¿Para qué promover estudios de humanidades si poco se lucrará con los mismos? ¿Para qué estudiar filosofía, sociología, etc.? Pues, para tratar de vivir mejor, cuando mejor no significa vivir con más dinero y sí con más perspectiva. Viajar y estudiar han sido los dos instrumentos mediante los cuales amplío mis horizontes. El emperador Adriano o Alejandro Magno son dos ejemplos históricos de riquezas que iban más allá de la monetaria. Ambos buscaron viajar y conocer hasta que sus limitaciones se los permitían. Hoy se nos está inculcando lo opuesto: es mejor quedarse en casa.

Se nos está inculcando lo opuesto y alguien está capitalizando de ello. Así que la pregunta que quiero dejar en abierto es: ¿cuál es el Gōng Fu que buscamos tener en la era digital? Parece que nuestro oficio es saber las contraseñas de wifi, navegar por las aplicaciones, “loguearme” en varias plataformas en línea. Y mientras esto sucede, nos convertimos en seres maleables y controlados desde la perspectiva política y económica. Consumidores predecibles con poca formación cultural y poca perspectiva. Los inversionistas extranjeros dirán: “Un excelente mercado”. 

Los centros de enseñanza no pueden participar ciegamente de esta mecanización de la sociedad. Al final de cuentas, son instituciones formadoras de esa misma sociedad. Las tendencias en las universidades en tiempos de pandemia es demostrar que están actualizadas, que pueden seguir transmitiendo los contenidos mediante las plataformas digitales. Todo indica que esto no tiene vuelta atrás. Pero es cierto que tiene que ser observado y criticado a medida que estamos participando de un proyecto de creación del ser humano mecánico y consumista. En un futuro muy cercano diremos: “Esa persona tiene Gōng Fu en una realidad virtual”, para significar que se ella se manifiesta y se realiza en ese mundo paralelo que es el digital, pero ¿cómo se manejará en la realidad concreta?

 

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