El pasado jueves 30 de mayo, la Universidad de Costa Rica (UCR) le entregó el Doctorado Honoris Causa a la escritora Gioconda Belli Pereira. Ese día, en la mañana, mientras me alistaba para asistir a la ceremonia, pensaba (siendo alguien que dedica muy poco tiempo a la vestimenta): “¿qué se pone una para ver a su escritora favorita recibir un doctorado?”. Me distraía con eso para disminuir el retumbo que escuchaba al fondo de mis pensamientos: “y ¿si escribo un texto y lo intento publicar?”. Pero, como dijo don Gustavo Gutierrez durante la ceremonia: “¿cómo puedo yo poner en palabras a Gioconda?”. Bueno, me animé, porque Gioconda es, al fin y al cabo, la mujer que nos ha enseñado que nosotras también podemos y debemos escribir.
Luego de invertir una hora de mi tiempo en la habitual presa de la Lima/Taras y un poco más en bajar el Ochomogo, llegué a la Universidad, entré al Aula Magna y ahí estaban, sobre el escenario, la bandera nicaragüense y la escritora que me ha inyectado el deseo de ver libre a nuestro país hermano. Descubrí las novelas de Gioconda hace algunos años, en un estante de literatura latinoamericana. Desde esa primera lectura, le pido a mi familia que me regalen libros de ella en cada uno de mis cumpleaños.
A través de los personajes femeninos y poderosos de Belli, ha crecido en mí un gran interés por analizar los relatos de vidas de mujeres y a eso dedico ahora mi quehacer universitario. Me deja sin palabras leer a Lavinia y su transformación, en La Mujer Habitada. Una voz interior, un profundo tambor, la lleva al frente de la lucha y la resistencia. A su vez, la protagonista de Sofía de los presagios, quien también es guiada por los conocimientos milenarios y su instinto, es capaz de construir la vida que ella desea. Y Waslala, ¡ay Waslala!, creo que esta novela es mi definición de realismo mágico. A través de Melisandra aprendí a no soltar los llamados “sueños imposibles”.
Durante la ceremonia, Gioconda Belli brindó una conferencia titulada La esperanza: una isla en la niebla. Dio inicio con una frase poderosa: “Conocí la esperanza en Costa Rica”. Esa frase me pone la piel de gallina, porque las y los costarricenses sabemos que tenemos una deuda con Nicaragua, la deuda del respeto. En nuestras calles corren una serie de creencias, dichos y opiniones muy agresivas en contra de la población del norte. Sin embargo, Gioconda, al igual que muchas otras personas, han escogido nuestra tierra verde para resistir y esperar el anhelado día de la caída del “régimen traidor y dictatorial” (palabras del señor rector). Qué honor ser ese refugio. Ojalá con esa idea en mente vayamos a las próximas elecciones presidenciales.
Además de mi admiración a la pluma de Gioconda y a su construcción de personajes y mundos, exalto su fuerza para no perder la esperanza. “No quiero ni puedo renunciar al optimismo”, dijo durante su conferencia. Belli está viviendo su segundo exilio y sigue en pie, con la frente en alto, la pluma en la mano, la poesía en la boca. Y, además de todo eso, viene a nuestra Universidad, nos da un discurso catedrático y nos manda a la casa con los corazones llenos de esa emoción colectiva: la esperanza.
No me queda más que repetir las palabras del señor Jaime Caravaca, Gioconda no solo ha sido capaz “de imaginar un mundo propio, sino un mundo mejor”.
¡Nicaragua libre!

