Opinión

Genoma y política

El desarrollo ontológico del ser humano, desde que comenzó a deambular por las llanuras africanas, ha determinado diversos fenotipos conductuales

El desarrollo ontológico del ser humano, desde que comenzó a deambular por las llanuras africanas, ha determinado diversos fenotipos conductuales; es decir, la exteriorización del genoma en formas de comportamiento, en un inicio instintivos, ha ido evolucionando a lo largo de la historia, según los patrones sociológicos y culturales del momento. Así, el concepto de sociedad patriarcal, el concepto de matrimonio, la idea de territorialidad y de dominio grupal, la satisfacción de necesidades, por ejemplo, la búsqueda del placer, ha ido cambiando de actores, vestuarios y escenarios, pero siempre sobre la base de una conducta originada en nuestro genoma y ejecutada y adaptada por el cerebro, según las circunstancias.

En toda manada, el macho alfa, el cual copula con las mejores hembras para procrear las mejores crías, tiene además un séquito de machos secundarios; necesario, por ejemplo, para la cacería en grupo; los demás, quedan excluidos. Es una estructura social bien diseñada, la cual asegura los lazos que la unen y de la que nadie quiere quedar fuera, en pro del mantenimiento de la especie; desde los mamíferos menores, hasta los primates. Así también, el patriarca, el faraón, el emperador, el mariscal, el dictador y el inversionista históricamente han dispuesto de sus hembras a su antojo, mientras una legión de funcionarios, soldados, comisarios, camaradas, burócratas, copartidarios, socios y leguleyos sostiene a su macho alfa, dejando como siempre de lado a algunos excluidos, quienes han conformado los grupos desfavorecidos de la historia: los esclavos, los desterrados, los vasallos, los miserables, los deportados, los inmigrantes. A pequeña escala, nuestro ADN también se expresa: cada barrio, cada generación escolar, cada familia tiene su macho alfa.

Los valores socialmente reconocidos han tenido su propio curso evolutivo: en la Edad Media el honor y la defensa de la dama; posteriormente, el honor militar y las epopeyas heroicas; en el siglo pasado, el esfuerzo constructivo y emprendedor; y en el presente, la astucia y la habilidad del buen intermediario; ya no se recurre a la poesía ni al convencimiento, sino a la manipulación; comercial y política; individual y de masas. Las hembras, genéticamente programadas, eligen al macho que le dará la mejor prole; solo que hoy, ya no lo ponderan según su plumaje, sus dotes de cazador o su fuerza contra los rivales; el ganador en la sociedad humana contemporánea es el detentor del poder económico, aunque fuera feo, debilucho, violento o corrupto; quien ostente más dinero plástico se queda con el mejor trofeo, hecho con base en siliconas, astucia y simulación. Desde el inicio de la historia, las guerras, las migraciones, la exploración geográfica y el comercio, es decir, la búsqueda de riqueza, en último término son la consecuencia del instinto reproductivo que busca evitar nuestra extinción.

Desafortunadamente, a medida que somos cada vez más, desarrollamos instrumentos tecnológicos cada vez más complejos y estamos más integrados globalmente; nuestra especie “inteligente” ha ido sofisticando sus instrumentos para dominar, al punto de amenazar su propia supervivencia, con las armas de autodestrucción masiva que ha inventando y con la destrucción sistemática del ecosistema planetario, en ese afán por acumular, mostrar su mejor plumaje y copular con todas las hembras posibles. Si tuviéramos consciencia de esto, nadie se prestaría a vestir un uniforme portando un arma ni a apoyar satrapías; no existiría la trata y los grandes centros comerciales estarían vacíos. No estamos asegurando la perpetuación de nuestra especie; de hecho, no necesitamos brotes de influenza o grandes catástrofes naturales para verla amenazada; nuestro propio genoma nos está jugando una mala broma política.

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