Nuestro país se ha caracterizado, entre muchas otras cosas, por ser pacífico y respetuoso. La coyuntura electoral actual ha propiciado un maltrato –espero que sea pasajero– a esos principios del ser costarricense.
El hecho de que los candidatos a la Presidencia de la República tengan puntos de vista distintos, siempre ha fortalecido nuestra democracia. Pero, en esta ocasión y, sobre todo, en los últimos días, la línea de tolerancia se ha obviado y se ha incursionado en territorios peligrosos en los que se han enardecido los odios con argumentos sin sustento sólido, que pueden llevarnos a situaciones lamentables que no estamos acostumbrados a vivir.
Costa Rica ha dado el ejemplo al mundo de una paz fundada inteligentemente en la abolición del ejército y en el modo de resolver conflictos. Las diferencias políticas han surgido en todo momento electoral, pero nuestro pueblo, apegado a la confianza en su democracia, acepta los resultados de los comicios con la esperanza de que quien gane hará un trabajo armonioso por el bien del país.
En el plano religioso, las diferencias entre los credos han sido respetadas en Costa Rica por casi todas las partes y puedo decir con certeza que la actitud ecuménica hasta ahora ha dado buenos resultados. Sin embargo, el coyuntural giro de la presente campaña electoral ha propiciado que, con la participación radical de líderes religiosos evangélicos, tengamos el peligroso enfrentamiento de fieles cobijados bajo una sola denominación: “los cristianos”.
En otras latitudes, este tipo de disputas se ha traducido en un conflicto mal llamado “guerra santa”, fundado en el odio y no en el amor, que ha causado mucho dolor a la humanidad entera. Nuestra nación no se puede exponer a esto. La sola posibilidad de que este peligro aumente y llegue a dimensiones que no estamos acostumbrados provocará una ruptura en el país muy difícil de controlar y subsanar.
Esto sí realmente nos debe desvelar a todos los costarricenses, porque se puede convertir en un brote de violencia que nadie quiere. El fundamentalismo religioso no cabe en nuestra idiosincrasia y debe ser frenado de inmediato. Desafortunadamente, para don Fabricio Alvarado, este modo de actuar proviene de su propia congregación, en la que su líder y guía espiritual proclama tener la autoridad espiritual sobre él. Además, don Fabricio no parece tener las agallas para quitarse ese gran peso de encima y, por consiguiente, tampoco las tendría para llevar a buen puerto los destinos de nuestro país.