Opinión

¿Está en peligro la democracia costarricense?

“¿En qué momento se jodió el Perú?”, se preguntaba Santiago Zavala personaje de la novela de dictador Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa. Tal vez el equivalente de esa interrogante a nuestro contexto sería preguntarse “¿En qué momento Costa Rica dejó de ser La Suiza Centroamericana?” En el Foro Económico Mundial de Davos, el año pasado el presidente de Costa Rica declaró que la democracia no estaba bajo ataque, sino que habían “cambiado sus reglas”, pero no seré el primero —ni el último, esperaría— en señalar que el gobierno de Costa Rica tiene similitudes cada vez más alarmantes con los autoritarismos demagógicos, que parecen haberse vuelto a poner de moda en occidente.

No me referiré a los aparentes vínculos entre el narcotráfico y el gobierno actual, pues es evidente que en Costa Rica la libertad de prensa ya no es como antes, y se impone la autocensura. Sin embargo, en una de sus últimas conferencias el presidente se refirió a la posibilidad de suspender las garantías constitucionales, alegando que no cree que la Asamblea Legislativa quiera hacerlo ya que parecen ser, según él, «defensores de sicarios”.

Pareciera ser que el gobierno de la república no tiene una propuesta seria y viable con respecto al combate a la criminalidad, sino que busca a toda costa imponer una dicotomía: o el quebrantamiento del orden, o la absoluta inacción. El compromiso con la democracia no parece ser siquiera tomado en serio, ya que en octubre de 2022, unas declaraciones del mismo presidente generaron un fuerte rechazo de parte de distintos sectores políticos con ideologías e intereses muy diferentes entre sí, cuando declaró que: si Costa Rica vuelve a enfrentar un escenario de crisis económica como el de 1980, “yo no le garantizo a nadie que nuestros hijos van a tener democracia”.

Vale la pena cuestionarse si es que Costa Rica fue realmente alguna vez “la Suiza Centroamericana”, y tener el cuidado de no caer en idealizaciones. Sin embargo, es innegable que Costa Rica constituyó por muchas décadas un refugio para quienes huían de las tiranías, y una excepción en el continente. Renunciar a la democracia y al diálogo es cortar las raíces de la identidad nacional, es pues renunciar a lo que significa el nombre de Costa Rica en el mundo y abandonar nuestra idiosincrasia para adoptar un modo de vida y de gobierno que no es, ni nunca ha sido el nuestro: el de la confrontación permanente, la polarización, y la fe a ciegas en quien se autoproclama como salvador del país.

 

 

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