Opinión

Escándalo en la pocilga

El sábado 13 de este marzo amenazante del 2020, La Nación S.A. publicó en su página de opinión una reflexión del cineasta costarricense Jurgen Ureña,

El sábado 13 de este marzo amenazante del 2020, La Nación S.A. publicó en su página de opinión una reflexión del cineasta costarricense Jurgen Ureña, quien destacó aspectos positivos (para la especie y el planeta que habita) del coronavirus. Destacó la reducción del dióxido de carbono en China y lo comentó así: “El coronavirus ha triunfado donde fallaron las negociaciones internacionales y ha conseguido una reducción del 6% de las emisiones a escala global”. Su juicio resulta unilateral porque transforma una situación en tendencia, pero es válido. Ureña le suma el aumento del teletrabajo. Lo ve como un sólido refuerzo de la responsabilidad ciudadana. Ambos factores son señales esperanzadoras en el horizonte de una humanidad mundial. A estas notas que considera positivas, Ureña añade una preocupación social: “… conviene pensar con detalle en la condición de confinamiento en hogares con antecedentes de violencia intrafamiliar y entender que, en muchos casos, el trabajo fuera de casa ha actuado como una válvula de escape”. Se trata de una aproximación a la violencia machista y a la vulnerabilidad de mujeres, ancianos y niños y también vale. Bien por Jurgen Ureña.

Sin embargo su artículo, que rebosa espíritu bueno, resultó insoportable para cuatro columnistas habituales de La Nación S.A. y para la editora de opinión del mismo periódico. Tras –suponemos– febriles correos y gritonas sesiones en sus espacios de encuentro contestaron al humanismo de Ureña con un sólido berrido colectivo, titulado “Si hay patadas, hay pa’ todos”. Lo publicaron en el mismo periódico, en la misma página 15, pero el 20 de marzo. El título mismo falsea la realidad. La pandemia no es un partido de fútbol. Y si lo fuera, las patadas en un juego de fútbol solo comprometen a algunos jugadores.

Aun si los dos planteles se dieran de patadas, bancas incluidas, las coces no incluirían al cuerpo arbitral ni a todos los espectadores. Tampoco a quienes narran el juego ni a los planteles de seguridad ni a las damas padres o abuelos que se hacen acompañar de hijos pequeños. El personal de seguridad, privado y público, no le entra a las patadas. Se han dotado de formas menos animales de controlar disturbios. Y regalamos que la pandemia no constituye un disturbio, sino una amenaza para todos y la muerte para algunos.

Probablemente los cinco firmantes de la ocurrencia, de apellidos Mora, Feinzag, Meléndez, Mesalles y Vargas, en su alegría de saberse un equipo coceador nunca recordaron que todavía hoy, cuando un buque se hunde, el capitán recuerda: “Mujeres y niños primero”. Pasajeros más vulnerables y esperanzadores ocupan los botes. Feinzag, Meléndez, Mesalles y Vargas aguardan turno. Es lo civilizado. Lo humano marítimo, digamos. Los firmantes de la “pateadura universal” (costarricense en realidad) nunca habrían tocado en la mítica orquesta del Titanic (cumplió su tarea mientras el barco se hundía; su música distraía de los alaridos de pavor. Por supuesto, murieron todos).

La propuesta de los anti-Titanic es simple: “La mayoría de las empresas privadas del país (…) y sus trabajadores enfrentan crecientes penurias económicas y financieras producto de la pandemia del coronavirus con un efecto dominó sobre sus familias. En consecuencia, el Estado debe ser solidario y reducir fuertemente sus gastos (cerrar temporalmente instituciones que no satisfagan un fin social [sic], reducir jornadas laborales y sus respectivas remuneraciones, cortar horas extras, eliminar gastos superfluos, etc.). El “sic” (así fue escrito) quiere decir que ninguna institución o práctica humana deja de ser social nunca. Así, la distancia entre privado (individual) y público resulta una separación jurídico-práctica no efectiva o ‘real’. El “cementazo” lesiona a toda la sociedad costarricense. Igual que el desplome del Banco Anglo (1994). O las acusaciones jurídicas contra los expresidentes Calderón y Rodríguez.

Según los firmantes: “Prácticamente la mitad del Estado puede reducirse sin acrecentar el desempleo”. Ponen de ejemplo a EUA “…la gran potencia mundial, acude al cierre de la administración cuando el Congreso no aprueba los presupuestos del Estado (…); ha recurrido a  este instrumento, permitido por su ley, por lo menos en 19 ocasiones desde 1976 ¡y el país nunca colapsó!”. Los 5 jinetes del Apocalipsis “olvidan” que esos cierres son legales en EUA y que las diferencias entre Ejecutivo y Legislativo se negocian y que ¡obviamente! EUA no cesa sus Fuerzas Armadas. Es otro escenario. En las fotos que “adornan” su ocurrencia los 5 firmantes, excepto uno, sonríen. Varios han sido funcionarios públicos. Todos olvidan que la Costa Rica de hoy, con sus defectos y galas, se debe a una Guerra civil. Ellos ni siquiera enseñan dientes. Sueñan aplastar mayorías con ocurrencias “populistas”.

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