En los últimos meses se ha generado controversia porque la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha aceptado el envejecimiento como enfermedad, para estupor y exasperación de profesionales como mis respetables colegas geriatras, e incredulidad para muchas personas, principalmente mayores a los sesenta años, que lo consideran ofensivo y vejatorio. En las redes sociales se han escrito pocos mensajes a favor y muchos en contra; unos sensatos, otros peyorativos, insultantes y sarcásticos contra la OMS. Políticos, compañías aseguradoras y farmacéuticas se ven salpicados con el eco.
Muchos aborrecerían a Terencio porque escribió Senectus ipsa est morbus (la vejez es en sí misma una enfermedad) o a Séneca afirmando Senectus insanabilis morbus est (la vejez es una enfermedad incurable). Durante la Edad Media, varios autores de distintas formas de pensamiento, incluyendo cristianos, consideraban a la vejez como un castigo divino producto de los pecados del hombre, y el único interés era la imagen de fealdad y decrepitud (Red Latinoamericana de Gerontología, 2014). Claro, algunos dirían, ellos no eran médicos y los galenos no piensan así.
No he tenido participación ni a favor ni en contra de esta medida. Un colega me comentó que había leído comentarios en contra, pero quería conocer a la contraparte. Recordé que Sun Tzu había escrito: “Conoce al enemigo y conócete a ti mismo” y le respondí que iba a revisar el tema. Les comparto mi revisión, ofreciéndole al lector el trasfondo de la Medicina, para que, con más información, opine sobre esta decisión. No pretendo coaccionar a nadie.
El Diccionario de la Real Academia de Medicina define el envejecimiento como el “proceso biológico de deterioro estructural y funcional que se acentúa tras el período de madurez”, mientras que enfermedad es la “alteración estructural o funcional del organismo que origina la pérdida de la salud”. Define salud como “estado de un organismo que es capaz de ejercer normalmente todas sus funciones, incluidas las psíquicas en el ser humano, y no tiene ninguna manifestación clínica o analítica de enfermedad; aunque este término suele aplicarse al ser vivo en su conjunto, se utiliza también para calificar el buen desarrollo y funcionamiento de una parte de este, como un órgano, un tejido o un sistema”. La OMS afirma que “desde un punto de vista biológico, el envejecimiento es la consecuencia de la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que lleva a un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, un aumento del riesgo de enfermedad, y finalmente, a la muerte”. El primer conflicto que surge es lidiar con las definiciones de envejecimiento y enfermedad.
La revista Cell (2013) publicó que el “envejecimiento se caracteriza por una pérdida progresiva de la integridad fisiológica, conduciendo al deterioro de la funcionalidad y aumento en la vulnerabilidad para morir. Este deterioro es el factor de riesgo primario para las enfermedades humanas (cáncer, diabetes, desórdenes cardiovasculares y enfermedades neurodegenerativas). La investigación alrededor del envejecimiento ha experimentado avances inusitados, particularmente con el descubrimiento de que la tasa de envejecimiento es controlada, al menos en parte, mediante vías genéticas y procesos bioquímicos conservados a través de la evolución del homo sapiens”. Enlista nueve denominadores comunes en los distintos organismos, enfatizando en el envejecimiento de los mamíferos: inestabilidad genómica, desgaste de los telómeros, alteraciones epigenéticas, pérdida del fenómeno que regula un proteoma equilibrado y funcional (proteostasis), detección de nutrientes desregulada, disfunción mitocondrial, senescencia celular, agotamiento de las células madre y comunicación intercelular alterada. Recomienda identificar metasfarmacéuticas para mejorar la salud humana durante el envejecimiento.
La revista Lancet Diabetes & Endocrinology (2018) editorializó que con el aumento de la esperanza de vida y el deseo de mantener una buena salud en la vejez durante el mayor tiempo posible (envejecimiento saludable), los llamados a reconocerlo como una enfermedad que puede ser tratada son cada vez más relevantes y debatidos, a pesar de la falta de un enfoque universal, de biomarcadores de envejecimiento e incertidumbre sobre el momento de la transición a la enfermedad.
El mayor argumento que tenemos sobre si el envejecimiento es o no una enfermedad, se apoya en la genética y en la epigenética. Aging and Disease (2010) publicó: “la teoría genética del envejecimiento indica que los genes que heredamos, así como sus mutaciones, son los responsables de cuántos años puede vivir una persona. Nuestra longevidad se determina primariamente al momento de la concepción y es altamente dependiente de esa herencia”. Hay 20 000 genes en cada célula, cuya activación y desactivación dicta cómo debe funcionar. Con el tiempo, el genoma empieza a perder información y las células pierden la capacidad de activar los genes correctos en el momento adecuado.
La diapausa (Science, 2020) es un conjunto de “trucos” anti-vejez del pez killis africano, que podría resolver a posteriori el misterio del envejecimiento y la longevidad en los seres humanos. Podría explicar mecanismos para preservar las células e introducir un sistema para abordar el envejecimiento y las enfermedades relacionadas con la edad en los seres humanos. Se estima que una persona de 70 años podría tener una vida útil de 140 o más de 300 años. Su impacto demográfico sería monumental.
Se conoce que la medusa Turriptosis nutricula alcanzó a lo largo de millones de años de evolución un poder de regeneración tal que no muere de causas naturales. Es eterna. Solo fallece a causa de los depredadores (Journal of Zoological Systematics and Evolutionary Research, 2007).
Hay objetivos que pronto podrían ser realidad. Uno es retrasar el envejecimiento con la ayuda del mejor estilo de vida posible y con medicamentos, para tener una vida más larga y saludable. El segundo es revertir el envejecimiento; la nutrición y actividad física adecuadas pueden retrasar la progresión de algunas causas descritas en Cell. Se han identificado medicamentos que podrían retrasarlo, y ya inició la investigación de fármacos para detenerlo.
Genética y epigenética no bastan para comprender el impacto de esta decisión de la OMS. Aristóteles sostenía que el hombre es por naturaleza un animal social. Las mayores repercusiones serían sociales y económicas. Aquí deben pronunciarse los expertos respectivos. Hay instituciones de los sectores salud y economía que están incursionando en promover el envejecimiento con la mejor calidad de vida posible.
La “economía de la longevidad”, definida como el poder adquisitivo de las personas mayores de 55 años, supera los $7,6 billones en los EUA. Merrill Lynch ya comenzó su proceso de integración, invirtiendo en investigación para comprender el mercado de la longevidad, desplegando programas y productos que aborden las necesidades de este grupo demográfico. Sus programas cubren siete áreas en las que las prioridades de la vida cambian durante la jubilación y han llevado a una mejor satisfacción, adquisición y retención del cliente. Muchas más empresas necesitarán muy pronto integrar la longevidad en sus estrategias.
La Asociación de Tecnología de Consumo estadounidense en su informe Active Aging: Consumer Perceptions and Attitudes, concluyó que “a medida que las personas logren mantenerse activas, saludables e independientes conforme envejecen, representan oportunidades únicas para las empresas de tecnología, los desarrolladores de aplicaciones y los minoristas. El envejecimiento activo respaldado por la tecnología es la clave para encontrar y mantener la calidad de vida de muchas personas mayores. El pronóstico de envejecimiento activo se triplicaría en solo 3 años a casi $30 billones.” Pronostican que la salud y la atención remota liderarán la iniciativa y esperan que las tecnologías de bienestar y acondicionamiento físico para estas personas alcancen unos $900 millones para el año 2022.
Queda mucha tela que cortar en el escabroso tema de la OMS. Tengo más de sesenta años, no soy hipertenso, diabético u obeso. Practico ejercicio desde la infancia y considero tener una nutrición saludable. Sin embargo, las neuronas que almacenan mi subjetivismo no terminan de reclamarme que considerar envejecimiento como enfermedad es chocante. Esquilo escribió: “la mejor salud tiene un límite: la enfermedad le anda rondando siempre”.