Esto es solo la punta de un iceberg que debemos afrontar con efectiva transparencia y asumiendo cada cual la cuota de responsabilidad que le corresponda.
Desafortunadamente esto NO es nuevo, constituye una vieja práctica del ser humano cuando ejerce algún tipo de poder o influencia sobre otros, Además, NO es exclusivo de las universidades, forma parte del sistema educativo y social patriarcal que heredamos.
En la comunidad universitaria, desde por lo menos 1985 y 1986, como estudiante escuche muchas situaciones en la relación estudiante/docente. Esa es una conducta bien añeja en esa facultad (Derecho) y en otras facultades desafortunadamente, de lo cual han conocido o por lo menos han sido informadas las autoridades de turno. Resulta evidente el uso discrecional y deliberadamente político y personal de esas informaciones, situaciones y denuncias por parte de los involucrados, pero especialmente de los superiores jerárquicos, con el fin de acallar o “manejar” esos casos ante la comunidad académica universitaria y nacional.
Por ello, ya en uno de mis artículos publicados allá por 2016 y 2017, precedidos por correos a los miembros del Consejo Universitario (CU) de esos años, alerté sobre ese “clima de miedo”, de “luces y sombras” prevaleciente en la comunidad universitaria, desafortunadamente promovido e incentivado desde las autoridades superiores: Rectoría y sus mayorías aliadas en el CU de esos años. Lo anterior ha sido alimentado por esa cultura clientelar, conformista y sustentadora de un estatu quo, el cual está resquebrajándose aceleradamente. Ante las valientes denuncias se requiere incentivarlas y apoyarlas, con exigencia de firmeza, convicción y determinación.
Ante todo se debe exigir de las autoridades:TRANSPARENCIA y ÉTICA PÚBLICA en todas y cada una de las acciones universitarias.
Pero para ello se requiere una buena dosis de congruencia entre el discurso y la acción, siguiendo el viejo y sabio precepto: TUS HECHOS HABLAN TAN FUERTE, QUE NO PUEDO ESCUCHARTE, o el otro que sentencia: POR SUS HECHOS LOS CONOCERÉIS.
Con un precio y riesgos muy alto, estamos pagando como Universidad al cómplice encubrimiento e inacción de las autoridades competentes, ante la denuncia realizada en 2016 contra el Rector y especialmente ante las recomendaciones de la Procuraduría de la Ética.
Otro ejemplo en esa misma línea de distancia o discrepancia o vacío entre el discurso y la acción: el ahora Rector en 2012 desacreditó, satanizó y cuestionó abiertamente la aceptación del crédito con el Banco Mundial por parte de las universidades en la comisión de enlace. Sin embargo, en la práctica ha seguido con alta congruencia, la implementación de una agenda abiertamente neoliberal y privatizadora del modelo de universidad pública. Al respecto, pronto se presentarán algunas evidencias como resultado de un proyecto de investigación en curso.
En ese contexto se podría sospechar de una “estrategia” para echarle más “leña al fuego”. Ese fuego es propiciado por los sectores sociales conservadores, neoliberales y abiertamente enemigos de las universidades públicas, con el fin de desacreditar y deslegitimar el trabajo que aquí realizamos, y desvalorizar su aporte al país. Esos mismos sectores que en 1952 calificaba Rodrigo Facio como: “…observadores prejuiciados y los enemigos francos o encubiertos de la Institución.”
Evidentemente, desde la Rectoría y del citado Decanato se ha actuado de forma ineficaz e inoportuna, lo cual hace sospechar de la existencia de algún tipo de complicidad. Como en este y otros casos similares y diferentes, se ha reaccionado y NO se ha evidenciado una toma de decisiones preventiva, efectiva, oportuna y convincente.
Ya se acabó el tiempo de “poner las barbas en remojo”, como decían nuestros abuelos y abuelas. Es tiempo de reafirmar y poner en práctica este concepto de Ejemplaridad Pública: “Había un duro reproche a conductas de personas que NO eran procesadas o que, siéndolo, recibían luego la absolución del tribunal. Aunque no sancionables en Derecho, repugnaban a la percepción mayoritaria de lo decente y lo honesto. Se necesitaba una palabra que explicara ese plus extra-jurídico de exigencia moral a dichas figuras. En una sociedad justa -esta sería la conclusión- cumplir la ley es condición necesaria pero NO suficiente.“
En este momento, es imprescindible redescubrir, reestablecer y reinstalar el perfil de universitarios y universitarias que esbozó Rodrigo Facio en la clausura del año académico de 1952, totalmente congruente con este concepto, a saber: “La superioridad del universitario y universitaria, si es que se desea emplear tal término, es simplemente superioridad en la aptitud para servir.”