Opinión

En los inicios de un nuevo ciclo histórico

El ataque sistemático contra las instituciones públicas para introducir en las mentalidades de las gentes del común –por llamarlas de alguna manera– la idea de la ineficiencia e ineficacia congénitas (nunca demostradas)

El ataque sistemático contra las instituciones públicas para introducir en las mentalidades de las gentes del común –por llamarlas de alguna manera– la idea de la ineficiencia e ineficacia congénitas (nunca demostradas) frente a la presunta eficiencia per se de las instituciones o empresas privadas, al parecer altamente competitivas, es apenas uno de los síntomas del nuevo período histórico que estamos atravesando. Se trata, ni más ni menos, que de la preparación gradual del desmantelamiento del estado social de derecho, con el decisivo concurso de los medios de comunicación social más importantes (diarios y noticieros de la TV).

Nos encontramos, sin lugar a dudas y como algo que se pone cada día más de manifiesto, en el punto de cierre de un ciclo histórico de larga duración. Un período que había comenzado con las reformas sociales de la década de los cuarenta del siglo anterior, consolidadas por las políticas del keynesianismo en su versión rooseveltiana del new deal, que fueron impulsadas durante las siguientes tres décadas por los vencedores del último gran conflicto armado, ocurrido en una escala planetaria, de nuestra historia contemporánea.

Para el caso de Costa Rica, tanto el reformismo caldero-comunista como el de raigambre libero-figuerista que lo siguió –después del conflicto armado de 1948– encarnaron importantes fuerzas sociales y políticas con una gran capacidad transformadora. Estas, si bien fueron rivales entre sí, terminaron por cambiarle el rostro a una sociedad llena de enormes carencias para las grandes mayorías populares, las que venían luchando de manera organizada desde la segunda década del siglo XX por cambiar sus condiciones de vida y alcanzar importantes derechos en material social y laboral.

Todo este panorama, así bosquejado a grandes rasgos, se ha convertido y se asume como una especie de lugar común, en relación con la identidad de la Costa Rica de la segunda mitad del siglo anterior.

El acelerado crecimiento económico mundial al concluir la Segunda Guerra Mundial, las políticas del estado de bienestar adoptadas por Occidente como contención al llamado “comunismo” –representado sobre todo por la Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia– expresadas en unas acciones orientadas hacia el pleno empleo, los salarios crecientes, la seguridad social, las jubilaciones y las oportunidades educativas que se abrieron para las mayorías, se tradujeron en un importante aumento de la esperanza de vida al nacer.

En este nuevo siglo solo podemos decir que ese mundo ya mencionado se terminó. Hoy el keynesianismo –no digamos ya el marxismo, en sus múltiples vertientes– se ha convertido no solo en una herejía. Dudar de las virtudes del (libre) mercado constituye una especie de pecado mayor.

Se cerró el ciclo de las reformas sociales en Costa Rica, ahora empieza el de la guerra hobbesiana de todos contra todos, los fundamentalismos religiosos basados en la vieja tradición judeocristiana o los seculares –con asiento en la fe ciega en las virtudes del mercado para asignar de manera “natural” los recursos económicos en nuestra sociedad– no pasan de ser meras elaboraciones discursivas sin ningún sustento en la realidad.

El nuevo orden de cosas criminaliza la protesta social, de manera preventiva y se expresa en una reforma fiscal regresiva, dotada de una regla fiscal que opera como una camisa de fuerza para el crecimiento económico y la calidad de los servicios públicos. A todo lo anterior se une una reducción del poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores del sector público y otros beneficios, que disminuyen la demanda global de bienes y servicios.

El abismo fiscal dejado por la evasión fiscal de los más poderosos prepara el terreno para nuevos conflictos. Sin embargo, actualmente las viejas élites del poder han alcanzado sus metas históricas y se preparan para vender algunas de las instituciones públicas más importantes, cerrando así un ciclo histórico de al menos setenta años.

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