Opinión

En la incomodidad de la Asamblea Legislativa no se escuchan las protestas

Estamos atrapados en un ciclo de mensajes sin audiencias y salas de observación en las que no hay diálogo.

El lunes 19 de octubre, estrenamos el nuevo edificio de la Asamblea Legislativa —y escribo de “nosotros” porque el plenario está en uso por 57 legisladores, pero otras salas las llenamos periodistas de medios de comunicación, trabajadores de limpieza, ujieres que retiran tazas usadas de café sin guantes, administrativos y asesores que comunican despachos con las ofi cinas de las comisiones y antes, sin el distanciamiento del COVID-19, la ciudadanía con consignas y pancartas.

El edificio nuevo tiene cuatro pisos bajo tierra. Esto es imperceptible en las fotografías porque el diseño arquitectónico recibe luz natural desde un patio central (por así decirlo, el edificio es hueco).

Por otro lado, es notorio cuando persisten protestas y, desde nuestros lugares en la torre, esa vida es inaudible. El plenario está en el último piso subterráneo.

Los periodistas estamos apenas un piso más arriba, encerrados entre paredes de melanina y un vidrio que provee una vista incómoda del plenario.

Es tan incómoda que, hacia abajo, podemos ver hasta los videojuegos que abren los diputados, en sus celulares, cuando matan tiempo.

Tan pero tan incómoda que, hacia arriba, una diputada se tomó un selfie con la cámara del equipo electrónico de su curul y, de paso, vio mi ropa interior por debajo de mi falda.

Yo estaba de pie, al lado del vidrio, como otros colegas en pantalón. Un caso de cero exhibicionismo, totalmente un mal diseño. El mundo es un escenario, dice Shakespeare, y el anfi teatro del Congreso es prueba de ello.

En siete meses de aislamiento, los escenarios políticos se transformaron en salas de Gesell, con vidrios o pantallas para observar, pero sin mucha contemplación de regreso.

La transmisión en tele y YouTube, dicen, nos asegura transparencia de que lo que vemos y lo que oímos es exactamente lo que ocurre.

Pero olvidan que esta observación remota es unidireccional, sin intercambio de información. No es un diálogo. En el antiguo edificio, las protestas creaban conversaciones espontáneas con la Asamblea Legislativa.

Los mensajes se leían claros en los vidrios de la barra pública y, convocados por el ruido, salían las y los diputados para recibir palabras y documentación de la ciudadanía.

La insonorización del edificio afecta lo que tramita el plenario, pero también las agendas periodísticas, porque dependemos de lo que vemos y oímos para publicar noticias. Ahora, estamos aislados de canales importantes e interesantes para resistir la apatía política.

El 26,2% de hogares en pobreza, la tasa del 23,2% de desempleo, el hambre y marginación solían filtrarse al plenario, no solamente en reportes estadísticos, sino en pancartas, gestos, palabras y gritos.

Dentro del nuevo edificio se hace aún más obvio la evidente distancia: que las salas para el público y la prensa están pisos arriba de los diputados. Aunque la altura sugiere rango, en este caso específico, ofrece la peor visión del espectáculo, como en las graderías más baratas de los teatros.

Los y las asesoras del plenario son eficientes proveedores de comunicados de prensa, audios y videos promocionales. Obtenemos pasivamente los contenidos para subir a redes sociales y, como consecuencia, a los periodistas se nos adormece la picardía para realizar preguntas originales.

Se suma que al nuevo edificio de la Asamblea Legislativa no se le puede gritar del todo, porque es muy sordo. Las latas de la constructora Edica siguen en pie y, tal parece, son un muro de autopreservación. La altísima torre comunica que allí responden “Recibido” a los correos electrónicos pero que es inalcanzable obtener una cita con los diputados (y crucen dedos para que en los despachos sí usen mascarillas).

El nuevo edificio de la Asamblea Legislativa es una caja: una fachada que se puede usar para proyectar video mapping sobre justicia tributaria y reclamos por posibles recortes al Ministerio de Cultura.

Pero estas proyecciones solo se pueden realizar al caer la tarde, cuando el edificio duerme y no hay diputados. Veremos los videos en redes sociales o en un noticiero.

O sea, una nueva metáfora de que estamos atrapados en un ciclo de mensajes sin audiencias. Con fe, y por la obra y gracia de un algoritmo, las ideas podrían caer en las manos correctas.

¿Cómo pedirle a los diputados ideas de leyes justas y representativas?

Quizás hay que resolver primero que las 57 personas elegidas por voto popular y provincial vean y escuchen el escenario nacional.

Que dentro de ese edificio que es nuestro —porque aunque está blindado por una constructora que pagó un fideicomiso del Banco de Costa Rica, son tan constitucionalmente públicos el banco como el primer Poder de la República— resista el eco de beneficios reales para las mayorías y de la sensible protección que urgen quienes están más expuestos a la miseria y la enfermedad del COVID-19.

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