Conocí a Emilia Navas Aparicio en 1982, en nuestro primer año de la Facultad de Derecho. Aclaro que no nos caía bien a todo el mundo por considerarla una “niña bien” en aquellos momentos en que estábamos recién salidos de la adolescencia y en donde los valores de ese entonces eran bastante relativos.
Conforme fue pasando el tiempo, y aunque nuestros momentos como profesionales fueron distintos, nos correspondió laborar en la Fiscalía, en momentos en que ya había formalizado su relación con su compañero de vida, relación que data de 1984 aproximadamente, si mi memoria no me es infiel y porque es un asunto de conocimiento público.
En estos momentos, en donde la Lic. Navas Aparicio ha decidido acogerse a su merecida jubilación, que se ha ganado por más de 30 años en el servicio judicial, observo con gran estupefacción, la forma en que está siendo tratada por propios y ajenos, sin el más mínimo reparo ni respeto por su trayectoria profesional, con ataques inmerecidos a su vida personal, que es digna de todo respeto.
Emilia llegó a la Fiscalía General en un momento crucial y de muchísima importancia para la institucionalidad y el sistema democrático de nuestro país. Recordemos que había tenido lugar la renuncia del Fiscal General para acogerse a la jubilación que le había sido extendida años atrás y se cuestionaba el actuar en diversos procesos que involucraban a personas de alto nivel político y económico.
Cuando fue electa, solo faltó que la llevaran en andas, y en redes sociales la solicitaban como la próxima Presidenta de la República, comparándola con un prestigioso arquero de alto rendimiento en equipos extranjeros, con quien comparte su primer apellido. Hoy observo incrédulo que quienes la alabaron, celebran su partida e incluso cuestionan que retire con la jubilación ganada a punta de trabajo y esfuerzo.
Como jubilado del Poder Judicial, abogado y profesor universitario, no puedo permanecer impasible ante esta andanada de ataques contra Emilia, parapetados al amparo de un anonimato vil y cobarde, que es facilitado por las redes sociales y por los medios de comunicación que permiten todo tipo de exabruptos en sus respectivas páginas. Creo que ha cometido errores como todo ser humano, puesto que alcanzar la perfección es un objetivo, pero de imposible alcance.
He estado en desacuerdo con las decisiones de Emilia y he combatido, tanto desde la perspectiva fáctica como desde la perspectiva jurídica, algunas de ellas; que desde mi humilde perspectiva han resultado erradas y contrarias a Derecho.
Sin embargo, no puedo sumarme al grupo de cobardes atacantes, que me evocan aquellos que una vez acudieron ante un Maestro judío reclamando la muerte a pedradas de una mujer por lo que en aquel entonces considerábase un pecado castigable con la muerte física (hoy pareciera que lo es con una especie de ostracismo y desprecio social). Parece que nuestro pueblo lamentablemente tiene flaca memoria y no conserva ningún recuerdo de la tarea que le fuera encomendada en el año 2017 a mi excompañera de Facultad, cuando asumió interinamente la Fiscalía, con una gran valentía.
Me he quedado con las ganas de que los medios de comunicación, que tienen una función de importancia en la formación de la opinión pública, hayan realizado un análisis objetivo y serio de la labor ejecutada por Emilia, en donde se puedan visualizar aciertos y yerros, como sucede en toda gestión. Parece que más importa el escándalo que el análisis mesurado y reflexivo.
Es doloroso ver que ciudadanos y ciudadanas opinen sin mayor justificación, y que se deforme la imagen de quien en un momento de importancia tomó las riendas para sacar avante una institución cuya credibilidad se encontraba muy afectada. No voy a entrar a considerar si debió irse o no, eso es una decisión personal y creo que ha prevalecido la necesidad de encontrar tranquilidad en un momento de su vida, dejando de lado los intereses de un país que olvida sacrificios y esfuerzos, y tal decisión no es ni ilegal ni criticable, sino que es el ejercicio de su derecho, que increíblemente parece ser desconocido incluso por quienes comparten posiciones de poder en la cúpula del Poder Judicial.
Como dijo un líder histórico: ¡la historia será quien juzgue su labor!