Don Carlos Morales, la “prensa costarricense” no está destruida, pero la homofobia, la misoginia y el irrespeto a los derechos humanos sí ponen su verdadera razón de ser en peligro. Esa prensa a la que usted llama “amariconada” es la que hoy busca redacciones menos hostiles para las mujeres, un periodismo más ético y una sociedad más inclusiva para los costarricenses.
Entiendo que eso le incomode, según dijo en la entrevista titulada “El periodismo costarricense está destruido”, publicada la semana pasada en este semanario, en la que se hace una apología del odio a las poblaciones diversas por orientación sexual, en donde se le exalta como referente del periodismo pese a su despido por acoso sexual y en donde usted y su entrevistador sustentan reprochables falacias sobre el ejercicio periodístico. Esa conversación pone en duda, además, los estándares éticos del trabajo del reportero que lo entrevista y contradice los valores del medio que les da difusión.
Entiendo que quiera volver a su visión idílica y homogenizadora del periodismo y que desee resaltar su perspectiva sobre “el periodismo costarricense” destruido, lejos de la época en la que usted dirigía el semanario desde el que escribo.
Sin embargo, su descontextualización y generalización del actual ejercicio periodístico le llevan a idealizar los viejos tiempos, al igual que lo hace su entrevistador. Caen ambos al hacerlo en los mismos pecados que critican: falta de precisión y generalización sobre el contexto periodístico del siglo XXI. Aluden a un periodismo de formas, que no tuvo que responder a sus audiencias en tiempo real y que hoy reniega del cambio y la disrupción.
Cierto es que hay abusos y claros conflictos éticos en muchas piezas periodísticas de hoy, pero también los hubo antes. Correcto es señalar, por el otro lado, que las salas de redacción aspiran a ser hoy espacios menos hostiles para las mujeres. O al menos -por fortuna-, no tan hostiles como cuando cuando usted era periodista.
El periodismo de datos (que usted y el periodista Mora etiquetan, despectivamente, como moda), el periodismo colaborativo allende fronteras, el acercamiento a las audiencias y el reconocimiento de esta profesión como un ejercicio que debe nutrirse de otras áreas académicas con verdadero bagaje científico, son signos de evolución de un periodismo que, en medio de inundaciones informativas, busca también dar información potable, más allá de los despliegues literarios.
No son sus posiciones distintas a las de su amigo Juan Diego Castro, quien llama “psicópatas” a los periodistas que lo cuestionan, y a quien usted denominó el “Voltaire” de Costa Rica, cuando lo acompañó en la presentación del libro “Torturadores Mediáticos”.
Quien le presta micrófono a sus comentarios no solo idealiza los viejos tiempos del reporterismo, sino que también lo idealiza a usted. Confunde el periodista Mora los conceptos “hacer preguntas” y “hacer porras”, no le confronta ninguna de sus opiniones, y respalda con sus respuestas las afirmaciones claramente homófobas que usted hace.
Lamentable es destacar que su propio entrevistador calificara como una “instauración del caos” su afirmación sobre una supuesta “infiltración” de la “causa de los LGTBI” en los medios costarricenses. Reprochable es que no le cuestionara el calificativo de “tramposa” dirigido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que, según usted, “se ha prestado para muchas porquerías”, y que es “la misma del matrimonio igualitario”. Deleznable es que reprodujera el adjetivo “amariconado” como insulto para referirse a aquello considerado como un mal ejercicio del periodismo.
Me resulta personalmente ofensivo que el medio de comunicación en el que laboro haya reproducido tales declaraciones sin la mínima confrontación. Como periodista del Semanario Universidad, me indigna que un medio que antes ha mostrado su respeto y apoyo editorial a los derechos de las mujeres y de la comunidad diversa, haya optado por socavar esos esfuerzos, al dar difusión a una persona con posturas misóginas y homófobas, sin trascendencia en el actual panorama noticioso. No es comprensible siquiera el criterio editorial con el que se le entrevista. ¿A cuenta de qué?
A usted le destacan en ese texto como uno de los “grandes maestros de periodistas del país”. Hay jurisprudencia de la Sala Segunda, la Sala Constitucional y consideraciones de la Defensoría de los Habitantes que permitirían debatir cómo ejerció el poder mientras era maestro y director de un medio. Colocar en dicha posición de ejemplo a un funcionario despedido de la Universidad de Costa Rica por acoso sexual a una estudiante de periodismo que laboró en el Semanario UNIVERSIDAD es reprochable.
De acuerdo con las declaraciones de la estudiante violentada, citadas en la resolución 2008-000025 de la Sala Segunda, usted le habría dicho: “a cualquier mujer le gustaría estar con un hombre de mi experiencia y esta edad”, además de haberle jalado los tirantes de la blusa, preguntarle si no tenía frío con las prendas que andaba, tocar su hombro y pecho para molestarla y sugerirle que le mostrara los “sucesos” que andaba allí.
Sepa usted que no existe tal cosa como el periodismo costarricense. Sano es darse cuenta de que hay decenas de ejercicios periodísticos, medios, formatos y contenidos. Lo que sí existe es la ética profesional periodística, que cuestiona a las fuentes, que evita las falacias, la apología del odio y la difusión y amplificación de posturas y personajes machistas.
Usted pretende insultarnos con eso de “prensa amariconada”, pero no hace otra cosa más que visibilizarnos. Dígalo como guste. Por fortuna existe la prensa amariconada, el periodismo de la agenda gay que toma posición y no es neutral en situaciones de represión. Es la misma prensa que en su momento no tembló para tildar de antisemita al antisemita, de racista al racista y que no lo hace hoy para llamar homófobo al homófobo. No tenga la menor duda, don Carlos, que soy parte de esa prensa amariconada que trata de destruir las viejas prácticas del periodismo que usted añora.