Estamos en una clase, en un aula de la Universidad de Costa Rica.
Demos un ejemplo solamente.
El profesor inicia la lección.
Tres personas no se han enterado del inicio, parlotean entre ellos; por allá dos llegan tarde y con gran estrépito mueven desafortunadamente los pupitres. Se hace un silencio que solicita por sí mismo orden y concentración.
El profesor continúa.
Por una esquina y en la fila de atrás, pero también adelante, aparecen algunos muy atentos a los últimos mensajes de su Facebook o de su “güasap”. Unas risillas se sueltan de vez en cuando y los dedos de algunos se ejercitan de nuevo hacia las teclas del teléfono, con tal celeridad que garantizan el cumplimiento de la nueva profecía de la selección natural en la que sobrevivirá el que, teniendo celular, tenga dedos más largos y con yemas especiales para teclear más firme y rápidamente.
El profesor continúa hablando.
El rosario de mensajes también continúa y reciben su correspondiente responso.
Y maravilla de maravillas: algunos profesores interrumpen sus lecciones y salen del aula para contestar una llamada que les acaba de entrar; tal vez alguien los requiere con urgencia, una hija, el esposo celoso o la esposa desconfiada del amor; o tal vez ese acoso comercial bancario:
“¡Tenemos una tarjeta para usted! Vea qué maravilla: $6.000 para empezar a gastar hoy mismo.
¿Verdad que es una maravilla?…. (y el incauto que ha respondido no atina a cancelar la llamada y parece apresado en una entrevista no apetecida ni solicitada).
Las clases continúan.
Los estudiantes siguen tecleando.
Y tres vendedores hacen su aparición dentro de las aulas universitarias y deambulan por los pasillos de los edificios.
Parece que, incluso es posible, que algunos profesores y profesoras, hombres y mujeres a cargo de una lección, mientras sus estudiantes están haciendo una exposición, se encuentran compartiendo el Messenger con algunos de sus ciberamigos.
¡Como se ve, todo esto es una soberana maravilla!!!
¡Una increíble y excepcional maravilla!