Opinión

Emputados

¿Y cómo no va a estar emputada la gente? Cabreados, hartos, indignados, pónganle como quieran a esta quebrazón anímica en que nos estamos volviendo a ver las caras, para reconocernos, pero sin reencontrarnos aún.

El asunto es que estamos hasta la coronilla. “Hasta las cachas” diría uno de esos estudiantes irreverentes que me vacilan porque soy “demasiado bien hablado”.

“¿Y todavía preguntan por qué protestamos?” Era la pertinentísima respuesta a la impertinentísima pregunta: “¿Por qué están protestando?” Con que inquiría un día de estos un conductor a unos “sindicalistas, vagos, comunistas, chavistas, anárquicos” y seguramente “narcos”, que bloqueaban una vía.

Después de tanto y tanto, no entender al menos el desespero de la gente y su encono hacia —no digamos solo este gobierno ausente— el estado de cosas (statu quo) viene siendo el colmo de la sinrazón, y ya no solo de la insensibilidad. El abuso del egoísmo, o la siempre penosa falta de empatía para usar palabrillas de esas que se van poniendo de moda, como “narrativa” o “resiliencia”.

Porque, déjenme decirles algo: esto que escribo va no solo para los que se mantienen críticos y lúcidos. O sea, para esos que la tienen clara; sino también, y primordialmente, para los que critican a los críticos. Para los que de manera facilista se atreven a disminuir la crítica hasta la ralea de lo estéril, olvidando que nunca hemos visto al Poder ceder nada realmente importante, sin una crítica que lo evidencia y una protesta que lo avergüence. “Que los derechos no se mendigan” —decía Martí —, “se arrebatan”.

Summa sumarum, ser ciudadano no es otra cosa que tener derecho a exigir respeto a los derechos. Paradigma que hace tremendo cortocircuito para la clase gobernante (la visible y la no visible) cuando ese ciudadano entiende que el momento oportuno para exigir justicia, siempre es ahora. Y que más peligrosa que esta enfermedad terminó siendo este gobierno incapaz y amenazante. ¿O acaso hemos olvidado que Hobbes escribió el Leviatán, justo después de la matanza de San Bartolomé?

Así que cuidado con emprenderla contra aquellos críticos que sostienen la conciencia lúcida de todo un pueblo, perdido entre las mentiras oficiales y las noticias prefabricadas.

Y muy especialmente, cuidado con los discursos de odio. Con esos divisionismos que nos entramparon aquí entre los corruptos que eran los otros y lo éticos que eran estos. Ya ven como, sin que se invirtieran los papeles —porque un corrupto siempre seguirá siendo corrupto—, los populistas de la moralina rancia y adoctrinante terminaron de clavado, bañándose en el mismo fangal.

Por eso, justamente por eso: no pregunten a los valientes por qué protestan. No capen a sus hijos ni auspicien la mentira de decir que “el diálogo siempre es la salida”. Cuando eso no es más que pendejada si los que deberían representar, no escuchan, pero sí espían y gasean. Se enconchan e insultan, mientras se van de fiesta con la plata del circo. Jamás dialogan. ¿O acaso no quedó clara la farsa del “diálogo” del Centro de Convenciones? Y bien que lo advertimos.

Diría que es simpático, pero en realidad es tremendamente antipático, que los que heredaron todo, se dejen decir que el problema es que aquí aún queda gente que lo quiere todo regalado. ¿Es en serio?

No olvidaremos a un André “Raputín” Garnier, aún como ministro y no solo como Richie Rich, dejándose decir —y repito: como ministro de Estado— que el problema aquí, es que “el salario mínimo es muy alto”. Alguien que le cuente al señor, que Minor Keith decía lo mismo. Y aunque sea por misericordia, alcáncenle un “resumen en fichas” de Mamita Yunai y de paso le informan de un tal Calufa.

En Inglaterra, cuna del capitalismo, el año pasado, se prohibió a los bancos repartir dividendos. ¿Y aquí? Aquí la Banca para el Desarrollo está quebrada o escondida —da lo mismo— y Conape en vías de privatización.

Pero eso sí, Carlos Alvarado, aún como presidente y no como ese “ciudadano anónimo”, que ahora dice querer ser (¡haberlo sabido antes compatriotas!), monta en ira cuando al tercer año de su gobierno, en plena confesión ante sus patrones, se deja decir: “hablar de reactivación económica es populista”. Para de seguido pedir más deuda, a la que llama eufemística y cínicamente: “estabilización”. Por ende, más impuestos, para pagar ese su nadadito de perro.

Entonces, ¿Qué por qué protesta la gente? Usted escoja. Por esa insultante realidad que vengo detallando, desde que lo mío no es resentimiento sino buena memoria. O bien, porque la gasolina trepa como la hiedra sobre las espaldas del trabajador, del empresario y del emprendedor. Porque la CCSS y la CNE no cuidaron nuestro dinero y las mascarillas no eran de uso médico ni los respiradores llegaron ni las camas alcanzaron y la vacunación sigue siendo un desastre burocrático de manual. O porque nos espiaron descaradamente y nos mintieron a mansalva para justificar las andanzas de unas loncheras tequiosas sin escrúpulos ni frenos. O porque el TSE investiga a una veintena de partidos políticos por estafas y otras delicias de campañas recientes, y esos mismos que nos vendieron la peor enfermedad (la desconfianza) para cualquier tejido social, nos vienen ahora como si nada, a rapiñar nuestros votos, queriéndonos vender el remedio (una confianza por demás improbable). Y todo así, como si nada.

Así que no pregunte mañana por qué protestan los jóvenes, los profesores y maestros, los médicos y enfermeros, los pescadores, los agricultores, los emprendedores todos y los desempleados. Y hasta los empresarios e industriales consolidados que, aunque lo tengan todo, protestarán porque saben que a muchos hoy les está faltando todo.

Así que no pregunte por qué protestamos y tenga la dignidad, si no tiene las hormonas de acompañarnos, de hacerse a un lado y dejarnos rescatar la patria a los que sí. Porque esto ya no se arregla solo. Ni puede seguir: como si nada. ¡Emputaos!

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