Opinión

Elecciones ultra-conservadoras

Costa Rica es el segundo país de Latinoamérica en el plano de la desigualdad en la repartición de la riqueza.

Costa Rica es el segundo país de Latinoamérica en el plano de la desigualdad en la repartición de la riqueza. Esto lleva a tener un gran porcentaje de la población en la pobreza o pobreza extrema, lo que significa que la gente no puede llenar ni su necesidad más básica: comer. Asimismo, estudios internacionales demuestran que el desempleo en Costa Rica suma más de un millón de personas. Para empeorar el asunto, el último World Employment Social Outlook refiere que este año, a nivel mundial, habrá un aumento en el desempleo de más de dos millones de personas.

Así, tenemos aquí un proceso electoral donde no se discute sino la cuestión del matrimonio “gay”. De un lado y de otro se esgrimen “argumentos” a favor de una u otra tesis. Evangélicos y católicos hablan de valores, mientras los homosexuales remiten a los derechos humanos. A los religiosos los llaman conservadores y los otros se perciben como progresistas. El proceso electoral efectivamente se ha tornado una tragedia emocional e irracional.

Ambos grupos de esta reyerta pretenden diferenciarse, en lo más esencial, uno del otro. Se va desde el fundamentalismo religioso hasta el discurso post-postmoderno de la diferencia. Unos quieren una sexualidad atada a los ideales valores cristianos, mientras los otros se afianzan a los valores del hedonismo neoliberal.

Los cristianos creen que pueden desaparecer el problema “gay” y los gais creen que, en realidad, luchan por derechos humanos, cuando realmente es una cuestión de derechos civiles en el contexto de la instrumentalización que ejerce, sobre ellos, el neoliberalismo.

Sin embargo, el problema de fondo, que es el hecho de que un pequeño sector de la población costarricense (un 2%, aproximadamente) acapare más del 50% de la riqueza, no se toca. Al parecer, todos han olvidado que los diputados evangélicos llenos de valores religiosos no han parado de votar, durante años, a favor de las reformas neoliberales que causan la terrible pobreza que muchos costarricenses sufren hoy. Eso es poco cristiano, ya que no hay cristianismo sin justicia social. Así, el discurso de los valores suena bastante cínico e irreal.

Por su parte, el LGBTIQ habla de derechos humanos, pero no les importa para nada que el derecho humano fundamental (el derecho a alimentarse) sea pisoteado por una burguesía nacional que no se cansa de acumular a cualquier costa (recordemos el “cementazo”, por ejemplo).

Luego, tenemos dos discursos que funcionan como una cortina de humo para solapar el problema de una burguesía que se quiere comer todo el queque. Así, Telenoticias y La Nación alimentan la situación, pero no hablan de los dos medios que han robado al fisco más de 5.000 millones de colones. Es decir, siguen reproduciendo la comidilla del choque entre cristianos (evangélicos y católicos) y el LGBTIQ para proteger los intereses de la corrupta plutocracia costarricense.

Cristianos y gays hacen marchas, con gran afluencia de gente (hasta un millón de personas), por los valores cristianos que niegan al prójimo el derecho a lo mínimo o por los derechos humanos que ignoran el derecho fundamental de comer a una gran parte de la población. ¡Hipocresía absoluta! ¡Basta de ilusiones utópicas cristianas u homosexuales!

¿Por qué no se unen ambos grupos y luchan por repartir la riqueza? ¿Por qué no dejan ambos grupos de seguirle el juego a la burguesía? Eso sería más humano. Es preciso luchar por revertir una tendencia económica que mañana puede dejarnos, a cualquiera de nosotros, hasta sin el más mínimo derecho: el derecho a la vida.

Por consiguiente, en el contexto actual, ambos grupos (cristianos y gays) son ultra-conservadores, o sea, no hay diferencia esencial entre ellos, pues ambos protegen al sistema económico que privilegia a una burguesía cada vez más corrupta y que empobrece miles de costarricenses.

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