Opinión

Elecciones 2018: ¿qué le está pasando a nuestro sistema de partidos políticos?

El 4 de febrero pasado Costa Rica vivió, como lo he llamado, un verdadero tsunami electoral que sacó al país de su zona de confort_y_tendrá_consecuencias_impredecibles

El 4 de febrero pasado Costa Rica vivió, como lo he llamado, un verdadero tsunami electoral que sacó al país de su zona de confort y tendrá consecuencias impredecibles todavía en el corto, mediano y largo plazo en el sistema político del país. Los resultados de la primera ronda obligan a realizar análisis e interpretaciones profundas desde la Ciencia Política y la Sociología, para desentrañar y explicar el alcance y significado de los comicios de esa fecha.

La conmoción, en primera instancia, se quedó en las reacciones relacionadas con quiénes fueron ganadores y quiénes perdedores, y en saber que sí tendríamos segunda ronda. Un mes después, se decantaron lecturas con enfoques más estructurales y especializados respecto a otras dimensiones de las elecciones 2018. Una de ellas es la que tiene que ver con las transformaciones naturales que está teniendo nuestro sistema de partidos políticos producto del formato evolutivo de las propias agrupaciones políticas del país. En esa dirección, ya se dieron análisis preliminares de Vladimir de la Cruz, Jorge Vargas Cullel y Eduardo Ulibarri, que es previsible que en el futuro se extiendan y se profundicen.

Ciertamente, las elecciones 2018 representan un antes y un después para el sistema de partidos políticos costarricense. Cosa que, por cierto, ni los mismos partidos vieron venir, sobre todo los más tradicionales, PUSC y PLN, y el PAC y el Movimiento Libertario, nacidos a principios del presente siglo. Esto se debe a que los partidos concentrados más en el “darwinismo político” (Coppedge), que los transforma en estructuras de gobierno y de parlamento (Mair, 2003-2007), han perdido su capacidad para interpretar la realidad y su disposición a estudiar para adaptarse con seriedad y propuestas creíbles a tales cambios. Por ello, como argumenta Kitschelt (2007), los partidos contemporáneos son distintos, su base organizacional y su vinculación social es cada vez más frágil.

Los partidos políticos son un elemento imprescindible para el funcionamiento de la democracia. Además, en la democracia es vital la existencia de un sistema de partidos en el que los mismos compitan libremente por el poder. Los partidos permiten que los ciudadanos expresen abiertamente mediante el voto sus preferencias ideológicas, sus valores y la orientación política que favorecen, entre otras, funciones clave como la de la representación. Los partidos hacen operativo el sistema político (Alcántara, 2004), de ahí su trascendencia.

Costa Rica, hasta la fecha, ha tenido un sistema de partidos moderadamente institucionalizado según investigaciones internacionales, lo que ha favorecido la estabilidad política y el funcionamiento del Gobierno. Los distintos actores sociales aceptan que la opción electoral y los canales legislativos son la forma más propicia de incidir e impulsar políticas públicas. El nivel de institucionalización del sistema de partidos es en gran medida producto de la historia política de cada país (BID, IDEA, 2006).

Uno de los rasgos más sobresalientes del sistema de partidos de Costa Rica lo constituye el hecho de haber pasado de un sistema bipartidista que duró varias décadas a uno multipartidista, con partidos emergentes (outsiders) que llegaron para quedarse. “En el caso de Costa Rica, dos nuevos partidos (Acción Ciudadana y Movimiento Libertario) irrumpieron en la escena política y lograron obtener el 36% de los legisladores en 2002 en detrimento de los conseguidos por los dos partidos históricos” (BID, IDEA, 2006). De modo que, debido a factores internos y externos, los partidos políticos tradicionales han venido perdiendo importancia y han sido afectados por distintos tipos de fenómenos y circunstancias. Así, en los últimos veinte años, el sistema de partidos políticos costarricense ha tenido transformaciones dramáticas debido a coaliciones, fragmentación, polarización, populismo de izquierda y hasta “populismo religioso”.

Las principales investigaciones acerca de los partidos y los sistemas de partidos políticos en América Latina, incluida Costa Rica, se llevaron a cabo de 1990 a 2010 y, en esta área, destacan los trabajos de Manuel Alcántara (2004, 2006) y Scott Mainwaring y Scully (1996). En vista de los cambios más recientes y del presente proceso electoral, es menester que se lleven a cabo nuevas investigaciones para dimensionar el alcance de estas transformaciones, así como el impacto que las mismas tendrán para el sistema político y la gobernabilidad del país y, de hecho, para el mismo sistema de partidos.

El actual proceso electoral, inédito desde todo punto de vista, ha tenido innumerables circunstancias que tendrán que ponerse en perspectiva y ser investigadas y sistematizadas por los especialistas. En mi condición de politóloga y al observar la evolución del candidato Juan Diego Castro el año pasado en julio, promoví la venida del excanciller de Chile y senador Ignacio Walker para que explicara al país los riesgos y amenazas que el populismo representa para la democracia. El tema caló hondo y se colocó en la agenda de debate en el marco de la campaña y es posible que haya contribuido a desinflar la candidatura de Castro. Lamentablemente, otra parte del análisis sobre la situación de nuestro sistema de partidos no se llevó a cabo y era la otra pata del banco que se refería justamente a los cambios que evidencia el sistema de partidos, incluidos los efectos perversos del populismo religioso. Probablemente, esa parte del debate hubiera cambiado los resultados del 4 de febrero y, con ello, de la segunda ronda.

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