Opinión

Elecciones 2018: ¿Qué pasó y qué hacer?

Con alrededor del 90% de las mesas electorales escrutadas, es más que notorio el agravamiento de la crisis del régimen

Con alrededor del 90% de las mesas electorales escrutadas, es más que notorio el agravamiento de la crisis del régimen, reflejada en uno de los abstencionismos más altos de los últimos 65 años: 33%. En las zonas más empobrecidas y costeras, el abstencionismo fue aún mayor: 44,4% en Puntarenas, 42,9% en Limón y 40,8% en Guanacaste.

La dispersión de la votación redundará en una Asamblea Legislativa muy atomizada y volátil, con un claro predominio de la derecha conservadora y neoliberal, en distintas variantes. La mayor fracción corresponde al Partido Liberación nacional (PLN) con 17 curules (perdió uno con respecto al cuatrienio anterior), pero el mayor ganador fue la alianza evangélica-Opus Dei del Partido Restauración Nacional (PRN), que alcanzó con 14 curules. A estas agrupaciones, les sigue el Partido Acción Ciudadana (PAC) con diez (perdió tres parlamentarios), el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) con nueve escaños (ganó uno más) y el Partido Integración Nacional (PIN), que, al terminar su show electoral, entra en bochornoso choque con su candidato presidencial Juan Diego Castro y pasa de cero a cuatro diputaciones. Por último, el Partido Republicano Social Cristiano (PRSC) del Dr. Hernández, detrás del cual está el expresidente Calderón Fournier, obtuvo dos curules (no tenía ninguna) y el Frente Amplio (FA) fue el gran derrotado, pues pasa de nueve escaños a solo uno.

La segunda ronda electoral se disputará entre Fabricio Alvarado del PRN (24,8%) y Carlos Alvarado del PAC (21,7%). Esta última cifra no debe interpretarse como un apoyo al PAC, y mucho menos a la gestión de Luis Guillermo Solís, sino como el efecto de una reacción de última hora de parte de las fuerzas democráticas y progresistas para atajar el fundamentalismo cristiano.

Ahora bien, es profundo el giro hacia la derecha por parte del electorado, en proporción inversa a lo que sucedió hace cuatro años. En las anteriores elecciones, el FA (que se autodenomina de izquierda responsable) sacó nueve diputaciones y una votación a la presidencia por su candidato José María Villalta de 17,14%. En esta ocasión, el candidato presidencial del FA, Edgardo Araya, logró apenas un ínfimo  0,79% de la votación. Asimismo, quedan muy atrás las grandes ilusiones que despertó Luis Guillermo Solís y que lo llevó a ganar por abrumadora mayoría en la segunda ronda hace poco más de cuatro años (77,9% de los sufragios).

Conviene observar los resultados del Partido de los Trabajadores (PT), que se centró en la defensa de los derechos de los trabajadores. John Vega del PT apenas logró un 0,2% de los votos, similar al 0,24% que obtuvo Héctor Monestel en las elecciones anteriores. Esto refleja un estancamiento, pues es una de las votaciones más bajas de la historia reciente de la izquierda anticapitalista, si tomamos como antecedente la votación por Izquierda Unida (IU) del 2005 (0,36%).

Hay que resaltar la votación por VAMOS. Este partido, inscrito solo a nivel legislativo en San José y enfocado en los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTI, logró 6 754 votos (1,13%). Finalmente, el Nuevo Partido Socialista (NPS), inscrito también solo en la provincia de San José, tuvo el peor resultado: apenas 614 votos (0,1%).

A modo de conclusión, cabe destacar que el debacle del llamado progresismo no es obra de la casualidad. El giro brusco a la derecha del electorado se debe, en gran parte, a la experiencia con el presente Gobierno, que decepcionó con su estafa del “cambio”. Por ejemplo, impuso el megapuerto de APM Terminals; garroteó a los obreros agrícolas del Sindicato de trabajadores del Sector Privado (SITRASEP); hizo el mayor acuerdo de cooperación militar con EEUU de la historia y permitió la instalación de la transnacional UBER. Asimismo,  el FA se resquebrajó internamente y, con nueve diputados, no logró hacer prácticamente nada más que seguirle la corriente al PAC. Más bien, el FA es promotor del golpe más grande al derecho a huelga, la mal llamada Reforma Procesal Laboral, que fraguó con empresarios y sectores entreguistas del movimiento sindical. Para terminar el cuadro, la fragmentación y el sectarismo de los diversos grupos trotskistas no ayudan; más bien, minan la necesaria unidad de acción para impulsar la movilización popular frente a la arremetida derechista conservadora, homofóbica y patriarcal que se viene encima.

Urge que los movimientos populares, feministas, LGBTI, sindicales y de izquierda pongamos el dedo en la llaga y asumamos nuestra responsabilidad por el ascenso meteórico del fundamentalismo cristiano (sobre todo, en comunidades campesinas y pobres) y el fortalecimiento de la derecha conservadora en general. De inmediato, todas las organizaciones, sin distingo alguno, debemos hacer una amplia unidad de acción para responder con un contraataque a la ofensiva conservadora que amenaza gravemente nuestros derechos humanos, políticos y sindicales. ¡La lucha es en las calles!

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