Opinión

Elecciones 2018: El eterno retorno de lo mismo

Estamos a las puertas de un nuevo proceso electoral, en febrero del 2018 se volverá a poner sobre la mesa el futuro de nuestra sociedad

Estamos a las puertas de un nuevo proceso electoral, en febrero del 2018 se volverá a poner sobre la mesa el futuro de nuestra sociedad. Esta afirmación, aunque parece un tanto descabellada, no lo es. No lo es porque quienes gobiernan un país son los responsables de guiar por los mejores caminos el destino de sus habitantes. Cuando se ejercen puestos de mando, de ejecución, de decisiones, cuando se asumen responsabilidades y se tiene poder para decidir y disponer del bienestar de todo un pueblo, no se puede “volver la cara para otro lado”; no cuando las consecuencias y los resultados interpelan directamente. En otras palabras, quienes se candidatean para un puesto de elección política deben ser personas honorables, honestas, insignes y que durante su paso por funciones similares hallan demostrado, con fehaciente probidad, haber cumplido con el compromiso que en otros tiempos les fue encomendado. “Por sus hechos los conoceréis”, reza una máxima espiritual.
Si hacemos un recorrido retrospectivo y miramos el pasado reciente de nuestra sociedad, vemos cómo esta se dirige peligrosamente hacia un precipicio sin retorno. Los resultados no mienten. En las últimas décadas hemos visto cómo ha avanzado y ha aumentado la delincuencia, la violencia, el desempleo, la corrupción pública y privada, el alto costo de la vida, el deterioro de la infraestructura pública, los paupérrimos salarios pagados por la empresa privada, la violación a los derechos laborales, la saturación vehicular, el narcotráfico, las mafias organizadas, el deterioro de la medicina preventiva, la decadencia en la aplicación de la justicia, la evasión fiscal, el abuso del poder y muchas otras cosas y casos que harían infinita esta lista. Todo esto ha sucedido en las últimas décadas en “el país más feliz del mundo”. Podríamos decir que si alguien lee esta lista hasta llegaría a pensar que hemos sido un país sin Poder Ejecutivo, sin Poder Judicial y sin Poder Legislativo.
Es decir, sin miramos desde el aire a nuestra sociedad podríamos pensar que Costa Rica ha sido un avión sin piloto, un barco sin capitán o un carro sin chofer. Pero no es así, lo que pasa es que a nuestra querida “Tiquicia” le pueden haber sucedido dos cosas: o ha sido gobernada por ineficientes, incapaces, incompetentes, ineptos o, simplemente, la han gobernado una sarta de descarados. No sé cómo los califica usted, pero para mí han sido lo último. Han llegado al Gobierno con la única finalidad u objetivo de satisfacer sus intereses personales, engordar sus capitales, el de sus empresas o enriquecer aún más a quienes les han financiado sus campañas electorales. Que la sociedad se hunda en la mayor de las desgracias, para ellos o ellas, eso no ha tenido la más mínima importancia.
Por eso, resulta deprimente por no decir risible, ver a los mismos partidos políticos tradicionales ofreciendo cambiar al país. Proponiendo ideas, ofreciendo sacrificarse, diciendo que van a quitar las filas en la CCSS, que van a mejorar el tráfico vehicular, a combatir la delincuencia, a dar empleo, a mejorar el transporte público o a sacar a miles de ticos de la miseria. Lo más vergonzoso es que son las mismas caras y las mismas personas que vienen gobernando Costa Rica desde hace décadas. Solo cada cuatro años, cuando se acercan las elecciones dicen poseer la “pócima mágica”, “la pomada canaria” o “la piedra filosofal” para solucionar los problemas nacionales. La experiencia dice lo contrario: lo único que han logrado es dejarles a las futuras generaciones una sociedad violencia, caótica, mafiosa, delincuencial y precaria. Y como dice un refrán popular: “basta que éramos tan pocos y parió la abuela”. Para colmo de males ahora un abogado exministro de seguridad dice que él si puede gobernar y sacar a Costa Rica adelante. “Dios nos agarre confesados”.

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