Opinión

El trump-virato

Mucho revuelo y agitación ha causado, alrededor del mundo, la elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU.

Mucho revuelo y agitación ha causado, alrededor del mundo, la elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU. La verdad, tal revuelo, agitación y sorpresa no se deberían tomar tan en serio. Poco, o nada, es lo que ha favorecido al mundo y, sobre todo, a América Latina, la elección de un presidente estadounidense.

No hay tal sorpresa en la elección presidencial del señor Trump. En una sociedad capitalista con tan alto nivel de consumismo, el dinero es poder. Por lo tanto, cualquier multimillonario puede “comprar” lo que se le antoje o le venga en gana. Incluido el gobierno de uno de los países más poderosos del mundo.

Ahora bien, a pesar de lo anterior, eso no significa que dicha elección no deba generar zozobra e incertidumbre respecto a su futura administración. Hay razones de peso para ello. Una de ellas es su manifiesta falta de experiencia política. Sin embargo, parece que esta falta de experiencia política se convirtió en un valor agregado que cautivó el apoyo de los votantes. Respaldo generado a la vez por la pérdida de confianza en la clase política tradicional. Fenómeno, este último, muy característico, a lo largo y ancho de América Latina, de las elites o clases políticas enquistadas en el poder y que en nada han favorecido a las grandes mayorías sociales.

Hay que tener presente que el señor Trump alcanza la victoria electoral gracias al apoyo de dos sectores sociales muy distintos entre sí. Ambos representan lados opuestos de la sociedad norteamericana. Por un lado, su discurso es representativo de los sectores más conservadores y tradicionales, de las elites blancas, económicamente poderosas, antiinmigrantes, antiaborto, antilibertades sexuales y clericalmente dogmáticos. La visión sectaria del mundo de este grupo contribuyó a apoyar el proyecto Trump a ojos cerrados. Por otro lado, encontramos a las clases bajas y dependientes. Necesitadas de un discurso providencial y prodigioso, proveniente de una especie de profeta o redentor que les ofreciera el fin de las adversidades, de sus males y de sus muchas desgracias. Un alto porcentaje de este sector posee una baja escolaridad y ninguna formación política, razón por la cual considera como beneficioso cualquier proyecto que ponga fin a las causas que, a su manera de analizar la realidad en la que viven, son las culpables de su mala condición económica y social. En este sentido, Donald Trump, hombre de éxito, triunfador, multimillonario, sin pelos en la lengua, corpulento, rubio, mujeriego y conservador, fue considerado el clarividente, el oráculo, el Moisés de nuestro tiempo, que conduciría a las masas pobres y abandonadas a alcanzar el “sueño americano”.

Su prédica la podemos calificar de apocalíptica y milenarista. Apocalíptica porque develó con su discurso, y con sus promesas de campaña, las desgracias que acechan, supuestamente, a la sociedad norteamericana y las graves consecuencias que podrían venir si no se toman medidas a tiempo. Pero a la vez es milenarista porque se autoproclama el héroe emancipador que viene a liberar a los sometidos y avasallados por la política tradicional. Su misión es reinar y gobernar un imperio para restablecer los valores perdidos. No es casualidad que en su mensaje se comprometa a devolverle el poder y la grandeza a los EE.UU.

Razones más, razones menos, lo que mayor temor ha causado en el mundo con la elección de Trump han sido sus promesas de campaña. Entre muchas otras, deportación masiva de inmigrantes, el muro en la frontera mexicana, eliminación de impuestos, aranceles a las importaciones, renegociación de tratados comerciales, revisión de tratados con organismos internacionales. Aparte de eso, ha generado zozobra su acercamiento con el gobernante ruso Vladimir Putin, lo que muchos países lo han interpretado como una política exterior norteamericana contraria a la tradicional de acercamiento con los aliados históricos. La pregunta que se debe hacer la comunidad internacional es: ¿Podrá Donald Trump hacer realidad sus promesas de campaña dado que cuenta con mayoría republicana en los otros tres poderes de la República? A simple vista cualquiera diría que sí. Sin embargo, no le será fácil hacer realidad sus promesas de campaña. Primero, porque su discurso prepotente e inquisidor desde un inicio distanció a los sectores fuertes e influyentes de su partido. No comulgaron con su empecinado mensaje. Lo cual es un indicio de que no cuenta con el apoyo total de su partido. Segundo, Estados Unidos es un hervidero de poder, capital e intereses creados. De magnates, transnacionales y poderosas corporaciones industriales y financieras. Si Trump pone en práctica su propio estilo de gobierno podría llevar a su país al aislacionismo político y comercial, recibiría la condena internacional por violación a los derechos humanos, perdería aliados políticos y correría el riesgo de hundirse en sus propias aguas negras. Ninguno de esos grupos de poder, arriba mencionados, se correría el riesgo de ver en peligro su tradicional “estilo de vida”, que para estas clases no es otra cosa que su verdadero “sueño americano”. Por lo tanto, sus eufóricas promesas de campaña no van a pasar de ahí. Ya le dieron el fruto esperado, que era ganar el voto de un amplio sector de una sociedad norteamericana desilusionada que consideró como lo mejor y más adecuado dar un salto al vacío y a lo desconocido.

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